Recordando las Conversaciones Católicas de Gredos - Alfa y Omega

Recordando las Conversaciones Católicas de Gredos

En Gredos se fue creando un clima intelectual que daría, con el tiempo y poco a poco, el espíritu de concordia de la Transición

Ricardo Ruiz de la Serna
Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate

España, 1947. Un país dividido por una guerra fratricida. Hay regiones devastadas. La pobreza y la miseria son frecuentes. Esta tierra no ha terminado de salir de los años del hambre que, desde 1940, sufren miles de españoles. Sigue vivo el odio de la guerra acrecido por el de la posguerra: las venganzas, los rencores, los ajustes de cuentas. En España han luchado hermanos contra hermanos, padres contra hijos, amigos contra amigos. Todo parece roto en mil pedazos.

Ese año de 1947 se convocan las primeras Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián. Es un primer intento, en palabras de Olegario González de Cardedal, de «establecer una conexión intelectual entre España y Europa». Estas Conversaciones son el germen de otras que comenzarán en 1951 y tendrán una trayectoria más dilatada: las conversaciones de Intelectuales Católicos de Gredos. Hay una consciencia de que, en España, hay mucho que hablar, mucho que decirse, y que solo a partir de ahí puede reconstruirse todo lo arrasado por la guerra.

César Alonso de los Ríos evocaba así el ambiente de aquellos encuentros entre montañas: «Aquí al comienzo de los 50 los jesuitas Querejazu y Ceñal reunían, de forma discreta, a Pedro Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, José Luis López Aranguren, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Joaquín Ruiz Jiménez y un mozo catalán que se llamaba José María Castellet y que a veces se acercaba a Madrid, con Tapies u Oriol Bohigas, a la casa de Eugenio D’Ors». El periodista palentino, con quien tanto aprendí y a quien tanto recuerdo, añadía que «la mayoría de los que participaban en las Conversaciones Católicas de Gredos (que así se llamaban los encuentros) había pertenecido al grupo de Burgos, durante la guerra, y al subgrupo católicob de la generación del 36». Eran intelectuales, hombre de ciencia, de letras y de fe, que ya miraban hacia una España de reconciliación y de concordia.

El padre Querejazu en la capilla junto al parador de Gredos. Foto: martindelrioaravalle.blogspot.com

Era el tiempo de las revistas literarias Garcilaso y Escorial, afectas al régimen, pero también de Espadaña, que entre 1944 y 1951 publicó a César Vallejo, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Gabriel Celaya y Blas de Otero, entre otros. Los españoles que se habían matado empezaban a mirarse, de nuevo, en la distancia. En Gredos, se fue creando un clima intelectual que daría, con el tiempo y poco a poco, el espíritu de concordia de la Transición. Esos círculos de católicos que sabían que solo había un camino –el reencuentro– buscaban espacios para hablar sin que esto provocase una balacera. Sin ellos, la Transición hubiera sido mucho más lenta o, incluso peor, hubiese fracasado. Cuando Ridruejo rescató a Machado en el primer número de Escorial, que abría Menéndez Pidal, dio un paso simbólico al que siguieron otros como la incorporación al grupo de colaboradores de Escorial de Julián Marías, que había publicado en la revista cultural de la zona republicana Hora de España.

Querejazu y Garrigues

En las conversaciones de Gredos tuvieron especial importancia dos hombres que mantuvieron una profundísima relación que venció a las distancias y cuyo tesoro conservamos en las cartas y escritos cruzados entre 1954 y 1974 editados por González de Cardedal y publicados por Trotta en 2000. Me estoy refiriendo, claro está, al padre Querejazu y a Joaquín Garrigues. El sacerdote y el catedrático de Derecho Mercantil, ambos con formación jurídica, cada uno con su vocación, enriquecieron unos diálogos que rezumaban coraje intelectual, sentido crítico –y autocrítico– y un espíritu evangélico que superaba las diferencias en pro de la unidad. No podemos detenernos en pergeñar sus vidas ni en describir sus obras, que en ambos casos fueron admirables. Baste señalar que ellos sirven como ejemplo del talante y la inteligencia que exigen las cosas perdurables.

En estos días, mientras los políticos se los distintos partidos discuten y negocian investiduras y gobiernos, es bueno recordar estas conversaciones que crearon espacios de diálogo que evitasen la asfixia y superasen la división de los españoles tanto dentro como fuera del régimen. He aquí un papel al que los católicos están llamados en todo momento y, por supuesto, en la vida pública: buscar la paz y la justicia, la reconciliación y la concordia, el encuentro y el perdón. Frente a la deshumanización del linchamiento en las redes sociales y los acosos callejeros, debemos recuperar la dignidad de todo ser humano y defenderla por encima de todo.

Nadie dice que sea fácil. Tampoco debió de serlo para aquellos católicos que contemplaban una España en ruinas y que, sin embargo, trataban de atisbar una salida a aquel tiempo terrible. Si ellos pudieron –si fue posible la reconciliación que ahora algunos niegan y tratan de dinamitar– gravita sobre nosotros en esta hora de España que aquel esfuerzo no fuese en vano.