Diego Pla Aranda, vecino de La Paz (Bolivia): «La mediocridad mata, necesitamos mujeres y hombres valientes» - Alfa y Omega

Diego Pla Aranda, vecino de La Paz (Bolivia): «La mediocridad mata, necesitamos mujeres y hombres valientes»

Se presentó voluntario para acompañar a personas con VIH en un piso de Atocha (Madrid) cuando el sida era sinónimo de muerte. Pasó allí cinco años. Trabajó después con mercedarias en la rehabilitación de drogodependientes y mujeres prostituidas. Pasados tres años se presentó voluntario para las misiones internacionales con los aymaras. Después de 14 años, el sacerdote vicentino Diego Pla fue nombrado en enero secretario ejecutivo de Comunión Eclesial en la Conferencia Episcopal Boliviana

Santiago Riesco Pérez
Foto: Santiago Riesco Pérez

¿Se considera un santo?
No. Qué va. [Se ríe]. Creo que ser santo es un camino de perfección que se va avanzando en la vida, y yo estoy lejos. Aún me falta mucho, todavía soy muy humano.

Pero con la vida que ha llevado, siempre cerca de los pobres como buen discípulo de Vicente de Paúl, habrá conocido algunos santos.
Muchísimos. Yo he conocido a santos en la misión, como las mujeres del campo [Silencio. Tras pensar durante un rato, afirma convencido:]. Mi madre es una santa porque es una mujer sencilla, humilde, que transmite ese amor a Dios de ver todo desde el lado positivo. Yo creo que la gente humilde y sencilla es la que nutre al mundo, los que nunca van a salir en ningún lado, los santos del día a día.

¿Los que publicamos en Alfa y Omega?
[Se ríe. Mucho. El padre Diego no deja de reír ni aunque se ponga serio, como ahora] ¡Claro! ¡Esos!

Dice el Papa que no hay que copiar a los santos, sino que cada uno tenemos que sacar a la luz lo mejor que tengamos. ¿Qué es lo mejor que tiene?
¿Lo mejor que yo tengo? Mira que para los demás sí, pero para mí… La gente me dice que soy un apasionado por el otro, por el pobre. Veo a alguien sufriendo y me duele. No voy a cambiar. Lo más bonito que Dios ha puesto en mí es la empatía con el sufrimiento del otro.

El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. ¿Le suena de algo esta música?
Sí. No existe un santo triste. Si tú te acercas más a Dios, vas a sentirte más desarrollado, más perfecto, y eso provoca alegría. Jesús es amor, pero en realidad Jesús es alegría. ¿Por qué son alegres las personas? Porque tienes lo más preciado en ti, que es Jesucristo. Cuando tienes a Jesucristo anclado en tu vida, tu vida es maravillosa y quieres hacer la vida de los demás igual de maravillosa.

Dice el Papa en Gaudete et exsultate que los santos sorprenden porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante. ¿Recuerda algo bueno que haya hecho en su vida y que haya resultado sorprendente para los demás?
Cuando me mataron a una niña de 3 añitos allí, en la guardería de la misión de Moco Moco [departamento de La Paz], y dije que la encontraba. Y encontré su cuerpo cuatro días después. Ser profeta es no ser mediocre, es vivir al límite, saltarse un poco las reglas. Esa conciencia profética se necesita hoy en día. La mediocridad nos mata. Es la parresía de san Pablo, se necesitan hombres y mujeres valientes.

En Moco Moco vivió usted a 3.000 metros de altitud, muy cerca del lago Titicaca y muy cerca del cielo.
En la misión he vivido muchísimas experiencias. He hecho de ambulancia aun a riesgo de que se me muriera la gente en el coche. Me he puesto entre hombres que maltrataban a sus mujeres, enfrentándome a ellos… Conseguí becas para 35 jóvenes y han regresado como profesionales a la misión donde ahora trabajan por su pueblo. Eso es lo más bonito que me ha pasado en la vida, haber dado sueños a gente que no podía soñar.

Los santos se comunican con Dios, ¿cómo se relaciona usted con Él?
Yo soy fanático de los signos de Dios en el mundo. Es orar la vida. Me encanta mirar a las personas cuando camino por la calle y tratar de descubrir dónde está Dios. Y luego, evidentemente, hablas con Dios desde tu experiencia. No hay que buscar palabras raras ni nada.

Pues parece que sus respuestas dicen que usted es más santo de lo que se cree. ¿Sigue sin considerarse uno de ellos?
Todavía soy muy pasional. Con el tiempo lograré un equilibrio. Yo ante la injusticia todavía reacciono muy fuerte. Estoy a años luz de mi madre. O de esas mujeres aymaras luchadoras. No les llego… [Y zanja la cuestión con un gesto imposible y una sonrisa sincera y transparente].