Evangelio de ida y vuelta - Alfa y Omega

Evangelio de ida y vuelta

El 25 de marzo de 1558, un grupo de agustinas españolas fundó en Lima el monasterio de la Encarnación, la primera comunidad monástica femenina del Nuevo Mundo. Más de cuatro siglos después, una nueva hornada de agustinas –españolas y también peruanas– ha ido de nuevo a Lima a relanzar allí la vida monástica y la evangelización directa. Es el misterio de la comunión de los santos… a través de los siglos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Eucaristía de envío de las Hermanas, en Sotillo de la Adrada (Ávila)

Primero, de España a América; después, de América a España…; y ahora de nuevo de España a América: el flujo de la evangelización ha seguido un curso de ida y vuelta, a través de los siglos, en torno al monasterio de la Encarnación, en Lima.

Fundado el 25 de marzo de 1558, el monasterio albergaba un grupo de agustinas españolas, y en apenas cincuenta años sus muros llegaron a acoger a casi 400 monjas, hasta el punto de que, desde allí, surgieron varias iniciativas fundacionales en la España de colonias. Pero de aquel primitivo monasterio, de estilo colonial, de la céntrica calle Concha, no queda hoy apenas nada: un terremoto y un posterior incendio lo redujeron a escombros. Sin embargo, la vida monástica continuó en lo que entonces eran las afueras de la ciudad y hoy –debido al crecimiento de la capital peruana– forma parte de nuevo del centro de Lima. Desde 1941, el monasterio de la Encarnación pervive en la Avenida de Brasil, y es allí a donde se ha dirigido un nuevo grupo de agustinas procedente de España, en concreto de la Comunidad de la Conversión, en Sotillo de la Adrada (Ávila).

Esta nueva comunidad agustina surgió en el año 2000, como una nueva rama contemplativa de clara vocación apostólica. «Recibimos a la gente para avivar su fe, a veces en forma de un primer anuncio; vamos en busca del no creyente, para que recupere la comunión con Dios», explica la Madre Prado, Superiora del monasterio. Para ello, organizan encuentros y retiros, cuidan la liturgia, ofrecen acompañamiento a quien lo necesita, dan catequesis en el pueblo… De este empeño por los alejados, surge también su presencia en Carrión de los Condes, en medio del Camino de Santiago, «el lugar en que nos encontramos con los no creyentes. En nosotras, los peregrinos encuentran una acogida que sólo un cristiano puede dar, la que da la calidez humana y el ver al peregrino como otro Cristo, que viene en Su nombre, que no es un cualquiera. Celebramos Vísperas con ellos, la Eucaristía diaria, la cena en común, un mensaje final y una bendición. Es algo que reciben pocas veces en su vida, una sacudida y también un descanso que no esperaban», explica.

Claustro del monasterio de la Encarnación

Oración y misión

Gracias a esta vida de oración y misión, la comunidad se ha ido enriqueciendo con nuevas vocaciones, y precisamente de ahí surge la llamada a devolver la vida al monasterio de la Encarnación en Lima. «Sin esperarlo nosotras, fueron llegando a nuestra casa muchas chicas peruanas, procedentes de grupos de pastoral juvenil organizados por agustinos de allí. En el acompañamiento espiritual, los sacerdotes se daban cuenta de que las chicas estaban pidiendo una vida como la nuestra, y según llegaban a nosotras, en el corazón de nuestra comunidad se fue gestando poco a poco esta llamada: Si el Señor nos manda tantas vocaciones de Perú, es que nos quiere decir algo», explica la Hermana Carmen Toledano, responsable del grupo de 18 religiosas que ya está en la capital peruana.

Bastó una petición del cardenal arzobispo de Lima para poner todo en marcha, y hoy las Hermanas ya están dando los primeros pasos de su vida comunitaria. Del primitivo monasterio, sólo quedaban tres Hermanas que llevaban una vida claustral, a la que las agustinas de Sotillo han aportado un marcado acento de evangelización y escucha. «Solemos llevar la liturgia en la Eucaristía del domingo, y lo más curioso es que está pasando la voz y muchos vienen a hablar con nosotras. Hay una necesidad muy real de acompañamiento: matrimonios que piden un consejo, jóvenes, sacerdotes…», explica la Hermana Carmen.

Es un boca-oreja que se va extendiendo poco a poco: «Hay quien, después de Misa, se acerca y nos dice: ¿Podría hablar con alguna Hermana en otro momento? Nosotras estamos sobrecogidas; somos muy conscientes de que lo mejor que podemos ofrecer es nuestra experiencia de Dios».

Es esta misma la experiencia que ha recorrido el Atlántico varias veces en un viaje de ida y vuelta a lo largo de más de cuatro siglos. «Hay un misterio detrás de todo esto», acierta a decir la Hermana Carmen para explicar de algún modo la historia del monasterio limeño. Ella, junto a otras 17 Hermanas, acaba de llegar; y ya asoman en el horizonte nuevas vocaciones. Pero, como ella misma asegura, «no hay prisa, Dios dirá».

Y Dios está diciendo.