Alimento en el camino - Alfa y Omega

Este domingo celebramos el Corpus Christi, una fiesta entrañable para todos los cristianos, en la que podemos contemplar cómo el Señor se acerca a nuestras vidas concretas, a nuestra historia personal y colectiva. Descubrimos que el Señor no ha querido desentenderse de nosotros, sino todo lo contrario: desea complicarse la vida por nosotros, para transformarnos en Él, para ser Él en medio de esta historia, alimentados por Él, crece Él en nosotros. ¡Qué profundidad tiene nuestra vida vivida desde la Eucaristía! San Manuel González utiliza un neologismo para mostrar la hondura que alcanza, él nos habla de «eucaristizar la vida».

La Eucaristía no está reservada, como ningún sacramento, para los perfectos; es el alimento reservado para quienes por el Bautismo hemos sido liberados de la esclavitud y hemos llegado a ser hijos de Dios y hemos de crecer en esa filiación y en esa fraternidad que nace de la comunión con Cristo. Precisamente por esto, este año en Madrid hemos elegido el lema Alimento en el camino. Sí, la Eucaristía es el alimento que nos sostiene en el largo camino de la vida, nos va identificando con Jesucristo, nos va haciendo decir con todas las fuerzas de nuestra alma la misma expresión que dijo san Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí». Y nos alienta a atravesar el largo desierto de la existencia humana, sin miedos, confiando plenamente en Jesucristo.

«El que me come vivirá por mí» (Jn 6, 57). Es necesario que retengamos estas palabras del Señor en nuestro corazón, para vivir en confianza y salir por este mundo siendo discípulos misioneros. Cuando alcanzan nuestro corazón, nos permiten vivir desde un horizonte de comprensión lleno de luz, pues del misterio creído y celebrado nace y contiene un dinamismo tan fuerte que la Eucaristía se convierte en principio absolutamente nuevo de vida y por ello nos da y regala una forma de existencia cristiana. San Agustín lo formula así en las Confesiones: «Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí» (Confesiones, VII, 10, 16: PL 32, 742).

¡Qué necesario es alimentarnos de Cristo! Ofrezcamos este alimento a los hombres. En la fiesta del Corpus Christi, salimos con el Señor a nuestras calles, ¿por qué será que, en la contemplación de Cristo Eucaristía, siempre se hace silencio, pero Él nos habla en lo más profundo de nuestra existencia con su lenguaje de amor? ¿Por qué será que los jóvenes de hoy, buscadores insaciables de felicidad, encuentran en Cristo Eucaristía aliento, silencio interior para escuchar a Dios, esperanza, y se suscitan compromisos con los demás?

Cristo dice también: «Yo soy el pan de vida». ¡Qué noticia para la humanidad! Tantas búsquedas que hace el ser humano para saciarse, pues tiene necesidad de verdad, de vida, de amor, y con estas palabras sabemos que tenemos alimento para el camino. Y no cualquier alimento: es el mismo Hijo de Dios quien se convierte en nuestro alimento.

Así entendemos mejor el momento sublime en el que el Señor hace el milagro para alimentar a aquella multitud hambrienta. En la multiplicación de los cinco panes y dos peces, Jesús sació el hambre de la multitud. «Comieron todos hasta saciarse» y quiero subrayar ese «todos», pues el gran deseo del Señor es que todo ser humano se alimente de la Eucaristía. En la fiesta del Corpus Christi, con la procesión y adoración, la Iglesia desea llamar a evidenciar a través de Cristo Eucaristía, adorado y mostrado a todos los hombres, que Él murió por amor a todos los hombres, entregó su vida por amor a todos y es alimento para el camino que realizamos todos.

Sí, el Señor es alimento para el camino, ¿qué significa para nuestra existencia?, ¿qué quiere decirnos el Señor en esta fiesta del Corpus Christi? Os voy a señalar tres aspectos:

1-. La presencia del Señor en nuestras calles nos invita a conocer más y más el tesoro de la Eucaristía. ¿Por qué ese deseo? Es don de Dios para la vida del mundo, es el tesoro más valioso: nos introduce en la vida eterna, contiene todo el misterio de nuestra salvación, es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia (cfr. SC 8). Para ser discípulo misionero el Señor nos invita a sentarnos a la mesa para encontrarnos personalmente con Él. Recordemos a los discípulos de Emaús, cuando estos se sientan a la mesa y reciben de manos de Jesús el pan de la Eucaristía. Es entonces cuando se les abren los ojos; descubren al Resucitado y ven que es verdad todo lo que les dijo por el camino y salen corriendo a anunciar que Cristo ha resucitado. Un discípulo misionero tiene necesidad de que Cristo le abra los ojos, tener un encuentro personal con Él salir a los caminos con valentía a comunicar la vida de Cristo.

2-. La presencia del Señor en nuestras calles expresa el deseo de que vivamos la comunión en su Iglesia, para ser creíbles para todos los hombres. Y al hablaros de esto, necesariamente viene a mi memoria una carta apostólica de san Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, en la que nos decía entre otras cosas, «un aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares, es el de la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia». Y ¿qué es la comunión? «Es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón eterno del Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da, para hacer de nosotros un solo corazón y una sola alma». En la Eucaristía se manifiesta el amor más grande, ese amor que impulsó al Señor a dar la vida por los propios amigos, por todos los hombres. Él nos amó hasta el extremo, hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre, y nos invita a vivir esa comunión con Él viviendo de su mismo amor y regalando su amor, creando puentes y no muros, saliendo al encuentro de todos, buscando y viviendo siempre la comunión que nace de nuestra comunión con Cristo.

3-. La presencia del Señor en nuestras calles nos invita al compromiso de ser pan partido a favor de los demás. El texto de la multiplicación de los panes y peces tiene una invitación muy clara al compromiso con todos los hombres, manifestado en ese contribuir a saciar el hambre, cada uno con su aportación, pobre y necesaria, pero que el Señor la transforma en don de amor para todos. Hoy el Señor nos llama a la santidad y a una entrega a favor de todos. Qué fuerza nos da el poder comprobar que el amor de Cristo «no acaba nunca», tal y como nos dice el apóstol san Pablo en el himno a la caridad, y nos une a todos los hombres y aumenta ese amor en la medida que participamos y nos alimentamos de quien salva al mundo. No es posible presentarnos ante el Señor divididos y separados; la Eucaristía es una invitación constante a acoger su amor y a difundirlo, a recibir su perdón y a darlo también nosotros, pues siempre nos abre el corazón al perdón y a la reconciliación.