¿San Darwin, niño de la calle? - Alfa y Omega

¿San Darwin, niño de la calle?

El Vaticano ha dado el visto bueno a la apertura de la causa de canonización de Darwin Ramos, rescatado de la calle por la fundación ANAK-TnK. La enfermedad degenerativa que lo llevó a una silla de ruedas era, para él, una «misión»

María Martínez López
Darwin Ramos, a la izquierda, con otro niño acogido en su centro de ANAK-TnK. Foto: Causa de canonización del Siervo de Dios Darwin Ramos

La escena no era extraña: un niño de unos 10 años, que apenas se tenía en pie, mendigaba al pie de las escaleras que llevan a la estación de metro de Libertad, en el distrito de Pasay, en Manila (Filipinas). Su padre lo llevaba cada mañana, y durante horas el pequeño pedía limosna con mucha vergüenza. Su padre lo recogía por la tarde. Antes de llevarlo a casa se gastaba buena parte del dinero en alcohol. Darwin, que así se llamaba el muchacho, no protestaba siempre que quedara algo para comprar comida para sus ocho hermanos. La familia vivía en la calle.

Desde hace días, la cara de Darwin sale con frecuencia en los medios filipinos. La noticia de que uno de los miles de niños de la calle que sobreviven en la capital podría ser santo ha impactado al país. El 31 de mayo se hizo público que su causa de canonización, impulsada por la Asociación Darwin Ramos, recibió el visto bueno de la Santa Sede en marzo y pronto se abrirá de forma oficial. Si llega a buen puerto, Darwin, muerto en 2012 con 17 años, se convertirá en el tercer santo filipino, y el primero no mártir.

Antes de dedicarse a mendigar, Darwin y una hermana pasaban los días escarbando en las montañas de basura del slum de Pasay, buscando papeles, cartones, botellas y plásticos para revender y completar lo que ganaba su madre como lavandera. El cansancio, las agujetas y las pequeñas heridas eran una constante en la vida de los niños. Pero, cuando Darwin tenía en torno a 5 años, un dolor mucho más intenso comenzó a recorrerle las piernas. Pronto comenzó también a caerse. Las piernas no le sostenían.

La enfermedad como «misión»

Eran los primeros síntomas de la distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad degenerativa. Se la diagnosticaron en 2006, cuando los educadores de la fundación ANAK-TnK lo conocieron en la estación de Libertad. Darwin accedió a ser llevado a uno de sus centros para niños de la calle, los mismos que visitó el Papa Francisco en 2015. Pero tuvo la suerte de poder mantener el contacto con su familia.

Darwin, en silla de ruedas, durante una excursión. Foto: Causa de canonización del Siervo de Dios Darwin Ramos

Fue allí donde comenzó a impactar a todos los que entraban en contacto con él, por su cercanía a Dios (pidió bautizarse al poco de llegar) y su forma de vivir su enfermedad. El sacerdote francés Matthieu Dauchez, director de la fundación y uno de los testigos más directos de la vida de Darwin, describe para Alfa y Omega una santidad manifestada en «pequeños actos y gestos de amor, en la gratitud, en su constante sonrisa… A los que convivían con él, adultos y niños, les impactaba su amabilidad y que nunca se quejara. El enfermero a su cargo estaba asombrado de que Darwin siempre cuidaba más de él que al contrario». Era rápido en perdonar, como el día que «uno de los compañeros empujó jugando su silla de ruedas y Darwin cayó de bruces y acabó con la cara llena de heridas. Lo primero que dijo fue “no os preocupéis, no lo ha hecho adrede”».

Dauchez explica que «Darwin llegó a un nivel más elevado de alegría poniendo en primer lugar a los demás. Aprendió a olvidarse de sí en vez de buscar atención con su enfermedad», a la que nunca llamaba así, sino su «misión». E incluso llegó a un nivel más alto de alegría, que «no puede buscarse con grandes esfuerzos sino que se recibe humildemente», y que consiste en «compartir la intimidad del sufrimiento de Cristo». «¿Sabes, padre? Creo que Jesús quiere que aguante hasta el final, como Él hizo», le confesó Darwin al sacerdote años después, cuando la enfermedad iba debilitando cada vez más su cuerpo. No era extraño que, si tenía alguna emergencia médica, pidiera que antes de llevarlo al hospital lo dejaran participar, o incluso dirigir, el rato de oración que se hace cada día en los centros.

«Sacábamos fuerza de su debilidad»

Sus últimos años de vida –continúa el sacerdote francés–, «físicamente ya no podía hacer nada. Pero los que conocieron dan testimonio de que irradiaba una increíble fortaleza. Unas pocas palabras suyas te devolvían rápidamente a lo esencial. Todos sacábamos fuerza de su debilidad. Su cuerpo estaba reducido a tan poco que su corazón solo estaba lleno de amor».

El recuerdo de este amor sigue vivo no solo en quienes lo conocieron, sino en los niños que han llegado a la fundación después de su muerte. «Todos rezan para que Darwin sea canonizado. No estoy seguro de que sean del todo conscientes de lo que está en juego, pero lo ven como un hermano mayor, una fuente de gracias, y un ejemplo para ellos, que también han vivido el infierno de la calle».

En septiembre de 2012, Darwin ingresó una vez más por problemas respiratorios. Ya no saldría del hospital. Sus últimos días –cuenta quienes lo acompañaron– fueron como una Semana Santa. «Ese jueves libró una batalla espiritual y dijo “estoy luchando contra el demonio”», cuenta el postulador de su causa, Thomas de Gabory. El viernes, a pesar de su dolor y de saber que iba a morir, estuvo tranquilo y sonriente. «El sábado fue el día del silencio, y murió al amanecer del domingo». Su testamento fue una nota que escribió al padre Dauchez cuando ya no podía hablar: «Maraming salaam po. Masayang masala aka. Muchísimas gracias. Soy muy feliz».