Un gigante de la bondad - Alfa y Omega

Un gigante de la bondad

De las periferias del mundo, al Vaticano (Publicaciones Claretianas), es el título del libro de conversaciones entre el periodista Michele Zanzucchi y el cardenal Prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada, que fue presentado ayer en Madrid

Manuel María Bru Alonso
El cardenal Braz de Aviz saluda a dos ancianas en el Centro San Camilo, del condado de Westmeath (Irlanda), en 2014

«Siento una fatiga inmensa, lo sabes, me parece que no soy capaz de seguir adelante, mientras la pequeña se va al cielo. La vida es verdaderamente dura, ¿por qué, Jesús? Pero Tú piensas en todo, ¿verdad?». Esta impresionante confesión de confianza en Dios la tuvo Juliana, la madre de Joâo, cuando perdió a su pequeña hija de apenas cuatro meses. Sintió en el funeral que podría flaquear tanto física como psíquicamente, y pensó en sus otros tres hijos, en su marido. E irrumpió con esta oración, porque no podía venirse abajo. Los pobres no pueden permitirse el lujo de llorar, porque tienen que sobreponerse para sobrevivir.

Éste es uno de tantos episodios de la vida del cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada de la Santa Sede, que nos muestran de dónde bebió su manera de ser y de creer: de una familia con una fe incorruptible, que supo salir adelante en medio de las penurias de su Brasil, tan rico y pobre a la vez, pero siempre recio y duro para quienes han de luchar para vivir. Por eso, acertadamente, el prestigioso periodista italiano Michele Zanzucchi ha escrito con el cardenal Braz de Aviz este libro, en el que hablan de todo: de la globalización, de la Iglesia iberoamericana, de la teología de la liberación, de la vida religiosa, de los viejos y nuevos carismas, de la mujer en la Iglesia, de la elección del Papa Francisco, de la reforma de la Curia, del futuro de la Iglesia.

El relato del viaje en tren de una punta a otra del país de la familia Braz de Aviz, cuando João y su hermano Amauri eran unos críos, buscando fortuna en el norte, de Mafra a Apucarana, es digna de una película de Fellini. Las conversaciones íntimas de sus padres, João Avelino y Juliana, sobre la aventura que estaban emprendiendo, sobre el futuro de sus hijos, sobre el deseo de que uno de ellos pudiera ser llamado por Dios para el sacerdocio, te adentran en el misterio más hermoso del ser humano.

Y así creció y maduró un joven alto y apuesto que nunca olvidó sus orígenes. Es más, que buscó siempre no despegarse de la tierra, del humus, como a él le gusta decir, del sufrimiento, de la vida real, del pueblo, y así huir siempre de las vanidades propias de los escalafones mundanos, a los que no son ajenos los eclesiásticos. Sencillo, sencillo hasta el escándalo, es este gigante de la bondad que nunca ha dejado de creer y de luchar por una Iglesia más pobre, más amable, más alegre y esperanzadora.

Es impresionante la vida de este humilde sacerdote de Apucarana y obispo (de Ponta Grossa, Maringá y Brasilia), que junto a la religiosidad a prueba de bomba de sus padres, abrazó con provecho la espiritualidad de la unidad del Movimiento de los Focolares, que, según confiesa, tanto le ha ayudado siempre a no perder el norte, a no renunciar a su deseo de ser sólo un niño evangélico.

Un infiltrado en el Vaticano

El Papa Francisco, señalándolo en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, lo llamó «cardenal brasileño infiltrado en el Vaticano». Entre los cientos de anécdotas que se cuentan en este libro, queda despejada la pregunta sobre a quién se debe esta infiltración, que para los más críticos resulta inverosímil, pues piensan que Braz de Aviz pinta en las logias vaticanas lo mismo que un elefante en una cacharrería.

La historia es genial. Evidentemente, su nombramiento, en un puesto tan importante de la Santa Sede (sólo hay nueve Congregaciones pontificias, y por tanto, nueve Prefectos), proviene directamente del Papa; en su caso, de Benedicto XVI. Le llegó al entonces cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, la consulta sobre el nombramiento de otro obispo americano para la Congregación para la Vida Consagrada. Pero el cardenal no estaba muy convencido. Preguntado de parte del Papa Benedicto si él propondría a alguien, Bergoglio no dudo un instante, y dio el nombre de João Braz de Aviz. Lo curioso es que apenas lo conocía. Pero le llamó la atención un detalle. En una procesión en la Conferencia de los obispos americanos en Aparecida, lo vio salirse del protocolo para saludar a la gente, para acariciar a los niños, para besar a los ancianos. Bergoglio lo observaba desde atrás. Al terminar, le preguntó si le gustaba estar con el pueblo. Y Braz de Aviz le dijo que se moriría si no pudiera estar con el pueblo. Y Bergoglio, años después, acordándose de ello, pensó que era justo el tipo de curial que necesitaban en Roma. ¡Cómo acertó! ¡Y cómo acertó el sabio Benedicto al fiarse de la sugerencia del que había de ser su sucesor en la Sede de Pedro! Francisco le comentó, al poco de su elección, a Braz de Aviz este hecho relacionándolo con el cónclave, pues, bromeando, le dijo: «¡Ahora te has vengado de mí!».

Son tal para cual. No lo he encontrado en el libro, pero, el año pasado, el cardenal me contó que el Papa le había confirmado que la reforma que quiere llevar adelante en la Iglesia «no es reversible». Con colaboradores como Braz de Aviz, ya puede.