María Luisa Berzosa, nueva consultora vaticana, pide «un rostro más igualitario en la Iglesia» - Alfa y Omega

María Luisa Berzosa, nueva consultora vaticana, pide «un rostro más igualitario en la Iglesia»

Nombrada recientemente consultora de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, la jesuitina española pide más igualdad: «Que todos podamos aportar y nos enriquezcamos mutuamente, eso es lo ideal»

Europa Press
Foto: Unión Internacional de Superioras Generales

La jesuitina española María Luisa Berzosa dice que su nombramiento y el de otras tres mujeres como consultoras de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, un organismo tradicionalmente reservado a prelados o presbíteros (todos varones), abre la puerta a que la Iglesia tenga «otro rostro más igualitario en las relaciones y en la toma de decisiones».

«No es que tengamos que ser superiores, sino que tenemos que estar en igualdad. Ni más ni menos. Iguales. Que todos podamos aportar y nos enriquezcamos mutuamente, eso es lo ideal», ha asegurado en una entrevista con Europa Press.

En este sentido, ha recalcado que las mujeres han padecido durante demasiado tiempo el ser una minoría desproporcionada. «Este es un paso, todavía pequeño, pero significa que hay un camino emprendido hacia la inclusión. Por algo hay que empezar», explica en relación a estos nombramientos.

La oficina de prensa de la Santa Sede hizo oficial su nombramiento, que tiene una duración de tres años prorrogable, a finales de mayo. Su labor en el ente que el Papa utiliza como herramienta de consulta sobre los temas de actualidad, pasa por dar sus opiniones y pareceres, aunque todavía no tiene claro cuáles van a ser sus tareas específicas.

En todo caso, no parece que vaya a tener derecho a voto en los documentos finales que publica el Sínodo, un derecho reservado a los obispos y cardenales participantes, su designación cambia radicalmente la composición del mismo. «Se ha acentuado demasiado que hay que ser varón y clérigo para contar en la Iglesia. Por eso, este paso podría romper las reglas del juego porque cambian los participantes. Entramos seis personas y de ellos, cuatro mujeres», enfatiza.

A su juicio, la mujer «rebajaría mucho el nivel de clericalismo que hay en la Iglesia». «Que la jerarquía sea varonil sea clerical, etc. marca mucho un matiz, marca demasiada diferencia», valora. En cambio, reivindica una «Iglesia plural» que crezca no solo «en comunión», sino también «en diversidad». «Sínodo es camino juntos, no solo una parte», incide.

Berzosa, que fue la única española en participar en el pasado Sínodo de Obispos sobre la juventud, y cuya experiencia ha narrado hasta 57 ocasiones en España, lamenta que las mujeres siempre han sido «relegadas a una esquina». «Cuánto menos se nos oyese y viera, pues parecía que mejor. Teníamos que ser invisibles. Pero el mundo, la sociedad y la Iglesia caminan por otros derroteros. No se puede seguir así. La desproporción es muy llamativa. En el ámbito civil y social, se ha avanzado más, aunque todavía falta camino por recorrer, pero en cambio en el mundo eclesial no se ha hecho tanto», advierte.

En este sentido, explica que los documentos desde el Vaticano II hasta la actualidad «son maravillosos» porque subrayan «cosas preciosas» de las cualidades femeninas, pero se quedan en «meras palabras». «No se han pasado a los hechos. Que la mujer tiene que estar presente en los campos de decisión eclesial está muy bien argumentado desde el punto de vista sociológico, eclesiástico, bíblico, teológico pero falta que de la teoría se pase a la actuación concreta. Esto va parejo a la necesidad de que en los vértices de la Iglesia haya hombres no solo clericales, sino también laicos», añade.

Así, relata que gracias al Papa Francisco se están abriendo estos procesos para dar lugar a «relaciones circulares, más que piramidales» en la Iglesia. Finalmente, de su participación en el Sínodo de los Jóvenes recuerda que se establecieron «relaciones muy naturales, sin roles». «Todos éramos conscientes de estar en un acontecimiento eclesial importante. Y el primero que rompía el protocolo era el Papa», ilustra.