Darwin Ramos, un niño de la calle camino de la santidad - Alfa y Omega

Darwin Ramos, un niño de la calle camino de la santidad

Rescatado de la calle por la fundación católica ANAK-TnK, Darwin pidió ser bautizado y fue para todos un testimonio de alegría y amor en medio de la enfermedad

OMP
Foto: ANAK-TnK

La diócesis filipina de Cubao ha recibido la aprobación el proceso de beatificación de Darwin Ramos, un niño de la calle al que la Santa Sede ha declarado siervo de Dios, el primer paso en el camino hacia ser declarado santo. Monseñor Honesto Ongtioco, obispo de Cubao, una de las diócesis sufragáneas del inmenso cinturón de población que rodea Manila, comenzaba el proceso a solicitud de la Asociación de Amigos de Darwin Ramos. La Santa Sede, explicaba el obispo, permite con su aprobación que «profundicemos en su vida, en cómo vivió su fe y en cómo dio testimonio de Jesús a quienes le estaban cerca».

Nacido en 1994, Ramos pasó sus primeros años de vida en los barrios pobres de la ciudad de Pasay. Para ayudar a su familia, se convirtió, con su hermana menor, en un basurero que recogía de todo en las calles. Desgraciadamente empezó a sufrir los primeros síntomas de lo que más tarde se le diagnosticaría como distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad genética que empeora rápidamente la movilidad de quien la sufre. Pronto ni siquiera podía estar de pie.

En 2006, después de conocer a un grupo de educadores de calle de la institución Tulay ng Kabataan (TnK), Ramos ingresó en uno de sus centros de ayuda a los niños de la calle. Descubrió la fe católica y pidió ser bautizado. Y en el mismo año, en el 2007, recibió la Primera Comunión y el sacramento de la Confirmación.

Su condición física empeoró con el paso de los años pero impactaba a todos, tanto al personal como a los demás niños del centro, cómo vivía su enfermedad. Desarrolló una profunda relación personal con Cristo y no pasaba día en que no se tomara un tiempo para rezar. Estaba atento a todos y mostraba su apoyo a los demás niños cuando tenían problemas. Nunca se quejaba y siempre sonreía, incluso en los momentos difíciles. Cuando hablaba de su enfermedad, la llamaba su «misión».

En 2012 empeoró. Solo respirar le causaba dolor, por lo que fue ingresado. Incluso en estos momentos de sufrimiento, tenía una actitud serena y amigable, agradeciendo a todo el mundo su ayuda. Murió en el Philippine Children’s Medical Center de Quezon City el 23 de septiembre de 2012, con 17 años de edad. Quienes le conocieron le considera el maestro filipino de la alegría.