Santiago Agrelo: «El derecho de los pobres a emigrar es más sagrado que el de los ricos a hacer turismo» - Alfa y Omega

Santiago Agrelo: «El derecho de los pobres a emigrar es más sagrado que el de los ricos a hacer turismo»

El arzobispo emérito de Tánger (Marruecos) abre con una «carta desde el corazón» el informe CIE 2018 del SJM

Ricardo Benjumea

Santiago Agrelo, hasta hace unas semanas arzobispo de Tánger, es una de las voces de referencia en la defensa de los derechos humanos de las personas migrantes en tránsito hacia Europa.

Su firma abre el último Informe CIE del SJM, con un artículo en el que expone cómo «mucho antes» de su llegada a Europa, ya son vulnerados los derechos de las personas migrantes.

«Mucho antes» del CIE, «está el desprecio indiscriminado y la violación continuada del derecho de los pobres a emigrar, derecho más sagrada que el de los ricos a hacer turismo». Y «está la violación de los pobres a no sufrir violencia en sus desplazamientos» y «viajar con seguridad».

Pero también «está la explotación que los europeos y otros depredadores de recursos» hemos hecho en las naciones africanas, colonizadas como si fuesen parte de Europa y colonizadas hoy de otra manera, pero siempre colonizadas».

Este es el artículo completo del arzobispo Agrelo:

El eco de un grito. Carta desde el corazón

Lo que a todos deseo hacer llegar no es un dato más sobre la situación de los emigrantes, tampoco una denuncia de las iniquidades evitables que con ellos cometemos; quiero dejar el eco de un grito, el de miles y miles de hombres, mujeres y niños a los que a un tiempo hemos expoliado de todo recurso y hemos arrojado fuera de nuestra compasión, con la esperanza secreta de que la muerte se los lleve y los aparte para siempre de nuestra vista y, de paso, también de nuestra conciencia. Aquí os dejaré solo eso: el eco de un grito.

Más acá –entiéndase ese «más acá» como un «mucho antes»– de cualquier forma de «discriminación de origen» ejercida por los responsables del sistema de internamiento de extranjeros, está el desprecio indiscriminado y la violación continuada del derecho de los pobres a emigrar –derecho más sagrado que el de los ricos a hacer turismo–; está la violación del derecho de los pobres a no sufrir violencia en sus desplazamientos –no menos sagrado que el mío o el vuestro a viajar con seguridad–; está la violación del derecho de los pobres a soñar un futuro mejor y poder trabajar para lograrlo.

Más acá de cualquier forma de «discriminación de origen» en el trato que las autoridades den a los emigrantes que llegan a España por caminos de clandestinidad, está la expoliación que los europeos y otros depredadores de re- cursos hemos hecho en las naciones africanas, colonizadas ayer como si fuesen parte de Europa y colonizadas hoy de otra manera, pero siempre colonizadas. Los emigrantes, antes de ser los que buscan futuro en nuestras fronteras, son hombres, mujeres y niños que han perdido ese futuro porque se lo hemos arrebatado en sus países de origen: mucho antes de ser emigrantes a nuestra puerta, han sido nuestras víctimas en sus casas.

Más acá de cualquier forma de «discriminación de origen» están las fobias que cultivamos desde el espejismo de nuestra supremacía cultural, política, religiosa, puede que racial. El islam, el negro, el gitano, el extranjero, el diferente… si no conseguimos mantenerlos fuera de nuestras fronteras, han de quedar al menos fuera de nuestra vista.

El Informe que tenéis entre manos tiene su particular diccionario de la emigración, un diccionario sobrecogedor:

«Discriminación», «CIE», «internamiento», «detención», «repatriación forzosa», «limitación de derechos».

Me pregunto hasta cuándo nos veremos obligados a utilizar ese lenguaje, hasta cuándo dejaremos en el limbo de los arcaísmos palabras como «equidad», «igualdad», «acogida», «respeto», «libertad», «protección», «solidaridad»… Alguien –el Informe que tenéis entre manos puede ser un buen memorial– tendrá que recordarnos que, en ese cambio de lenguaje –en ese cambio de opciones personales y sociales–, nos va la vida.

Hay una «discriminación de origen» que se hace mucho antes de que un emigrante llegue a pisar suelo español. La que me impide reconocerme a mí mismo en el que llega, en el que pide, en el que sufre, en el que muere. Mientras no me reconozca en el otro, continuaré maltratándome en el otro.

Desde el corazón de vuestro hermano menor.

+ Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger