Alcalde y rey - Alfa y Omega

Alcalde y rey

Cristina Tarrero
Foto: Isabel Permuy

«El mejor alcalde, el rey» es una frase conocida que nos remite a Carlos III. Llevamos meses escuchado propuestas políticas y proyectos de mejora de la ciudad. Esta semana que renovamos regidores podemos recordar cómo los grandes cambios se realizaron con la oposición del pueblo, que se rebeló contra los proyectos de Carlos III. El rey se sintió molesto por el desprecio que los madrileños tenían hacia sus reformas y decidió gobernar «para el pueblo, pero sin el pueblo».

Llegó a Madrid en 1759 procedente de Nápoles con un grupo de hombres de confianza, su esposa, Amalia de Sajonia, y sus hijos. Pronto descubrió con sus propios ojos lo que seguro que su madre, Isabel de Farnesio, ya le había contado: Madrid era una ciudad atrasada e insalubre. Su padre, Felipe V, más preocupado por la Corte que por las mejoras, se entristeció al ver los palacios que le esperaban; en cambio, Carlos III llegó con ilusión y ambiciones reformistas que ya había puesto en práctica en Nápoles. Allí había descubierto los problemas de las ciudades e inició un proceso de modernización en el que cambió incluso la vestimenta de los habitantes.

Madrid, hasta la llegada de Carlos III, era considerada la ciudad mas sucia de Europa; las calles estaban repletas de cascotes, tierra y despojos. Durante el reinado de Carlos II, a finales del siglo XVII, la suciedad alcanzaba unas cotas altísimas, pues la población rondaba los 150.000 habitantes y no había ningún sistema de gestión de residuos. Carlos III comenzó la transformación empedrando la ciudad, construyendo conductos y pozos para aguas menores y pozos negros para aguas mayores, proyectando grandes avenidas, ensanchando las calles para crear amplios paseos como el de la Castellana o el Prado y alumbrando la villa. Sus reformas se sucedieron durante sus 29 años de reinado, academias, reales fábricas… la más conocida fue la que dio origen al famoso motín de Esquilache, la supresión de la vestimenta tradicional que ocultaba a salteadores y que los madrileños vieron como imposición de moda extrajera. El levantamiento no fue tanto por la moda, sino por la carestía de pan y la hambruna. Su política regalista fue muy controvertida con decisiones dañinas para la Iglesia, pero fue un rey que no pasó desapercibido, que ejerció como gobernante y que cambió la fisonomía de Madrid.