La zarza ardiendo - Alfa y Omega

Hace más de 15 años venimos trabajando en el proyecto de una muestra con este argumentario: dar a conocer la valiosa producción sacra de los años 50 a 75 en España, integradora y poco conocida incluso dentro de la Iglesia. Sus agentes, los autores, el contexto nacional y europeo, la repercusión e interrelación con otros campos. Los primeros títulos que barajamos (El padre Aguilar y su tiempo), reconocían el papel aglutinador y dinamizador del dominico en la renovación e integración de las artes en torno a lo sagrado.

La confluencia con los Dominicos y su Proyecto O_Lumen, Espacio para las Artes y la Palabra, busca «promover, a través de experiencias estéticas, la búsqueda de sentido y esperanza». Recoge estas intenciones la exposición La zarza ardiendo, de la que soy diseñador del espacio expositivo y comisario junto con la arquitecta Elena García Crespo.

El impulso que mueve esta iniciativa es mirar hacia adelante. No es una contemplación histórica o estática sobre lo que ya sucedió, sobre creaciones pasadas. Es una apuesta por dinamizar –como el padre Aguilar y algunos de su tiempo–, por mirar sin miedo hacia la renovación y actualización de la experiencia religiosa a través del arte hoy. Creer también que la belleza de la fe, la belleza de la Iglesia, se puede contar, se puede expresar y transmitir, con la forma siempre viva, emocionada y vibrante. Esa belleza, la llama ardiente ante la cual hay que descalzarse.

Dentro de las diversas actividades paralelas hemos celebrado el coloquio El cuidado de los artistas. Este es un tema en cierto modo recurrente. A algunas personas la palabra cuidado les parece paternalista y prefieren encuentro o diálogo. Pero todo el mundo admite que hay que cuidar a los amigos: llamarlos por teléfono, verlos algún día, conocer a sus hijos…

Tras algunas experiencias fallidas parece conveniente una interlocución de la Iglesia con el arte actual, con los movimientos culturales, con las vanguardias y los personajes relevantes, los visionarios y los intrépidos. ¿Acaso Cristo no era del grupo de los intrépidos?

Hay que pensar desde la Iglesia sobre el estado del arte actual, sus laberintos, la feroz competencia cultural, qué llega y con qué vibra el espectador.

Hay un caldo de cultivo –como en los años preconciliares– que demanda una estrategia planificada y meditada de acercamiento a los artistas y de presencia en el ámbito del arte y de la cultura. Habrá que empezar haciendo.

Benjamín Cano
Arquitecto y artista, comisario de la exposición La zarza ardiendo