«¡He cazado mi primer león!» - Alfa y Omega

«¡He cazado mi primer león!»

La de Óscar es una de tantas historias de superación que hay tras las grandes cifras de fracaso escolar con las que, año tras año, la Unión Europea coloca a España en el furgón de cola de la educación. Historias que demuestran que uno por uno, cada miembro de la llamada Generación Ni-Ni puede hallar salida a su situación con la ayuda adecuada

José Antonio Méndez

Cuando tenía 12 años, Óscar era uno de esos chicos normales y corrientes que no suelen salir en las noticas. Vivía en Marbella con sus padres; estudiaba a curso por año en un colegio público; se llevaba bien con la que era por entonces su única hermana; y tenía una pandilla de amigos tan normales como él. Isabel, su madre, era ama de casa y José Luis, su padre, taxista. Corría el año 2009, o sea, los momentos del despertar de la crisis y del estallido de la burbuja inmobiliaria, así que el taxímetro del que dependía la economía familiar no tardó en dejar de marcar los euros necesarios para llegar a fin de mes. Por eso, casi de un día para otro, Óscar vio cómo todo su mundo de la infancia se resquebrajaba y él se tenía que mudar con sus padres a un barrio humilde de Madrid, sin amigos, sin conocidos, y justo cuando a él le tocaba encarar el salto crucial al instituto. «Ése fue el momento –cuenta hoy Isabel– en el que se empezó a torcer. En el colegio nadie nos dijo que tuviera poca preparación o estuviera flojo en los estudios, pero en el instituto empezó a suspender porque estaba como descolocado y parecía que tenía menos nivel del que hubiera necesitado». La consecuencia es que, aunque seguía yendo a clase, Óscar terminó por dejar de estudiar. «Iba al instituto a pasear la cartera, porque allí no hacía nada. Tuvimos reuniones con los tutores, pero no nos daban soluciones. Parecía que no les preocupábamos mucho, porque él no tenía mal comportamiento y no interrumpía las clases, así que no era un problema. Nosotros no sabíamos cómo ayudarle, y por las tardes, estaba con sus amigos o tirado en el sofá, viendo la tele o jugando», cuenta su madre. «Aunque tenía la edad en que los chicos se quieren comer el mundo, él no tenía ilusión por nada. Es muy duro para un padre ver que tu hijo no reacciona y está tirando su vida», dice José Luis. «Y menos mal que no empezó con problemas de agresividad o malas relaciones…», añade con un brillo de angustia en la voz, sólo con imaginar ese escenario. Cuando iba a cumplir 16 años, sus padres se plantaron: «Suena raro, pero le dije que si fuéramos masais, a esa edad le echaría de casa, le dejaría en la selva y no podría volver hasta que cazase él solo un león. Le dije que tenía que hacer algo con su vida y que, en nuestra casa, no había sitio para vagos ni para maleantes», dice José Luis. «Para una familia como nosotros, la situación era desesperada», añade.

María José Fernández, con un grupo de jóvenes de Norte Joven.

Lo desesperado es lo esperable

La situación de Óscar no es excepcional. Su caso es casi un calco de lo que le ocurre al 22 % de los estudiantes españoles, según las últimas cifras sobre fracaso escolar y abandono escolar temprano en España, que publicó hace unos días la Oficina de Estadística de la Unión Europea, Eurostat. En rigor, con los datos en la mano, nuestra tasa de menores de edad que abandonan sus estudios antes de conseguir el título de graduado, o que no siguen estudiando tras acabar el ciclo de Secundaria, se ha reducido bastante: del 30,3 % en 2006, al 21,9 % en 2014, pero nuestros datos siguen siendo los peores de toda la UE, pues, como hace ocho años, seguimos doblando la tasa europea de alumnos con fracaso: en 2006, el promedio de fracaso en Europa era del 15 %, y en 2014 lo es del 11 %.

Estas cifras son la causa de que el Gobierno incluyese en la LOMCE unas pruebas de nivel para, en teoría, detectar y corregir las carencias que arrastran los escolares de 3º de Primaria –pruebas que han empezado a realizarse el pasado lunes en toda España y que se celebrarán durante todo este mes de mayo–. Aunque el Ministerio de Educación asegura que estos exámenes servirán para prevenir los casos de fracaso, no faltan voces, como las del sindicato UGT y la asociación de padres CEAPA, que temen el efecto contrario: críos estigmatizados y dados por fracasados con sólo 8 años. El debate está en la calle, pero aun en el caso de que las reformas de la LOMCE logren su objetivo, para muchos jóvenes de la edad de Óscar la respuesta llega demasiado tarde.

Lo que marca la diferencia

Lo que hace diferente el caso de Óscar del de otros muchos chicos y chicas de su generación (la llamada Generación Ni-Ni) es que, en su historia, hubo alguien que no le trató como una cifra más, ni le dio por perdido. Y no hablamos sólo de sus padres. «Ante nuestra desesperación, la orientadora del instituto nos dio algunas pautas que nos ayudaron mucho. Nos dijo que, si no quería estudiar, no pasaba nada, pero que teníamos que conseguir que hiciera algo con su vida. Nos propuso que le preguntásemos qué quería hacer y que le apoyásemos en esa decisión. Lo hicimos, él nos dijo que le gustaría aprender cocina, y la orientadora nos recomendó la escuela de hostelería Norte Joven –una ONG de las muchas que tiene un convenio con la Administración educativa, aunque en este caso está especializada en chicos con fracaso escolar–. Allí fuimos con nuestro hijo, a condición de que él se comprometiese a ser constante en esa formación», cuenta Isabel.

Detalle de un aula en Norte Joven.

Fracaso escolar, no fracaso vital

Con aquella intervención, la orientadora del instituto de Óscar puso en práctica lo que explica la psicóloga María Elvira Sanz Graciani, también orientadora escolar en el instituto Julio Palacios, de Alcobendas: «Que un chico o una chica sufra fracaso escolar no tendría por qué abocarlo a un fracaso personal ni a un fracaso vital». Sanz Graciani reconoce que «lo frecuente es que eso sea así: como en los estudios les va mal, tiran la toalla y terminan desperdiciando unos años cruciales en su vida. A esto se le suele sumar una serie de carencias afectivas y de desarrollo en la niñez, familias desestructuradas, padres con problemas, entornos conflictivos, hogares con pocos recursos económicos y de bajo nivel educativo, falta de referentes adultos equilibrados, y una concatenación de errores en Primaria que no permitió detectar los déficits cognitivos en áreas clave, como la lecto-escritura, el cálculo o el pensamiento abstracto. No digamos ya si de por medio hay embarazos imprevistos, problemas de adicción, conflictos legales…». Pero, como matiza la psicóloga, «que esto sea lo frecuente no significa que sea lo normal. Ningún educador debería dar a un alumno por perdido, por complicado que sea, porque hacerlo equivale a asumir el fracaso de la educación. Quizás no se pueda encaminar a todos los alumnos por los mismos caminos, pero eso no implica que un chico de 12, 14, o 16 años, con la ayuda adecuada, no pueda encontrar y seguir su propio camino, que lo conduzca a una vida estable y feliz. Y, para eso, la clave es conseguir que los chicos y chicas con problemas sean conscientes de su dignidad y descubran los talentos que tienen. Porque todos hemos sido creados con algún talento para algo».

Los problemas no determinan

Tras seguir el consejo de su orientadora, cuando Óscar llegó a la escuela que Norte Joven tiene en Villa de Vallecas, una zona obrera de Madrid, se encontró con un grupo de 50 jóvenes en una situación muy similar a la suya. Alguno tenía un horizonte incluso peor: inmigrantes sin familia, menores maltratados o en pisos de acogida… Sin que nadie les etiquetase como fracasados, todos eran atendidos por un equipo multidisciplinar de profesionales y voluntarios, «que intentamos contrarrestar las causas del fracaso escolar que los ha traído hasta aquí», cuenta Carmen García Millares, directora del centro.

El primer objetivo de su trabajo «es que tomen conciencia de que los problemas que han sufrido o están sufriendo pueden haberles condicionado, pero no tienen por qué determinar absolutamente su vida; no tienen que ir de víctimas, porque aquí tienen la oportunidad de coger las riendas de su vida», explica García Miralles. Algo que «no podríamos hacer si no les ofreciésemos dos vías de formación: una teórica, que les permita concluir unos estudios elementales y enfrentarse al mercado laboral con unas habilidades cognitivas básicas, y otra práctica, que les posibilite salir en un plazo breve con la capacidad de trabajar como buenos profesionales en cualquier empresa», añade.

Las bases del fracaso

Ahora bien, aunque las causas del fracaso no tengan la última palabra, es necesario conocerlas para atajarlas. Porque las causas del fracaso escolar no son únicamente escolares.

Algunos de los más célebres estudios de la psicopedagogía moderna, como el elaborado durante más de 15 años por los norteamericanos Betty Hart y Todd Risley, apuntan a la estrechísima relación entre los resultados académicos de los niños y el vocabulario más o menos amplio y correcto que escuchan en sus hogares. Otros, como el publicado en 2003 por el etnógrafo francés Stéphane Béaud tras décadas de trabajo, detectan el vínculo casi insalvable entre el fracaso en la escuela y las faltas de respeto y de armonía en casa. Y también el escritor canadiense Paul Tough, especialista en divulgación educativa y autor, entre otras obras, de Cómo triunfan los niños (ed. Palabra), explica que las causas del fracaso y del abandono escolar tienen que ver con la falta de conocimientos de un niño (o sea, que haya estudiado poco y mal), pero también, y sobre todo, con una formación personal y ética «que no es un complemento de la formación cognitiva, sino su base». Y citando un centenar de estudios psicológicos, neurocientíficos e incluso policiales, Tough concluye que, «a juicio de los expertos, lo más importante para el desarrollo de un niño no es la cantidad de información que se consigue meter en su cerebro durante sus primeros años; lo crucial es si somos capaces de ayudarles a desarrollar un conjunto diverso de cualidades, entre las que se incluyen la perseverancia, la autoconfianza, la curiosidad, la meticulosidad, la resolución y el autocontrol».

La directora del centro, Carmen García Miralles, con Víctor y Rafik, dos alumnos de la escuela.

Recuperar la ilusión

Ésas son las habilidades que María José Fernández, consultora jurídica internacional de profesión, y profesora voluntaria de Orientación Laboral en Norte Joven, intentó inculcar a Óscar, y como a él, al resto de jóvenes que acuden a esta escuela de hostelería. «La mayoría de estos chicos necesitan que profesionales de este centro –como Raúl, licenciado en Filosofía y coordinador de estudios– les enseñen a expresarse correctamente, a no cometer faltas de ortografía, a tener una buena caligrafía, a tener habilidad en el cálculo, a leer con soltura, a trabajar con fichas según su nivel…, porque en el colegio nadie les dio la atención personalizada que requerían. Y junto a esto, uno por uno necesitan descubrir que, en las relaciones humanas y laborales, hay cosas que no pueden hacer, cosas que están mal y deben corregir, y cosas que están bien y deben integrar. Mi trabajo es prepararlos ante las entrevistas de trabajo, pero también trato de que descubran que ellos merecen la pena por sí mismos, que son dignos de ser queridos y de que se quieran, y que trabajen la empatía y la afectividad. Cuando se ven a sí mismos de ese modo, son capaces de hacer juicios morales y éticos serenos y profundos, y recuperan la ilusión».

El león de Óscar

Ilusión es lo que brilla en los ojos de Isabel y José Luis cuando cuentan el final de la historia de su hijo, con la que arrancaban estas páginas: «Óscar estuvo 16 meses en Norte Joven. Venía cada día, y si sospechaba que se quedaba con algún amigo, yo llamaba para ver si había llegado. Nunca faltaba. Le vimos recuperar la alegría y la motivación, y no sólo porque hacía lo que le gustaba, sino porque veía que era capaz de hacerlo, y que había personas que creíamos en él», dice Isabel. Poco después, su padre le llevó en el taxi a su primera entrevista de trabajo: «Pasado un rato me llamó y me dijo: Papá, que me han contratado y empiezo pasado mañana. ¡Ya he cazado mi león! Ahora está trabajando mucho, pero está feliz. Nosotros le queremos como siempre, pero además estamos muy orgullosos de él. ¿Que qué le diría a alguien que esté como estábamos nosotros? Que pidan ayuda, porque no hay que dar a nadie por perdido…».