José Augusto Díaz: «Echo de menos que científicos y filósofos trabajemos juntos» - Alfa y Omega

José Augusto Díaz: «Echo de menos que científicos y filósofos trabajemos juntos»

A José Augusto Díaz (Madrid, 1962), catedrático del departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Universidad Complutense, le encanta recorrer España estudiando la adaptación al medio de aves y sobre todo de lagartos y lagartijas, en los que ya ve los efectos del cambio climático. Al estudiar la evolución de estos animales, asegura, «te topas con preguntas filosóficas que trascienden el ejercicio científico»

María Martínez López
Foto: José Augusto Díaz

Entre la bata y la bota, usted es claramente un biólogo de bota.
Sí. Pero con un enorme interés por la bata, que es un ámbito imprescindible. Creo que estoy en la transición entre una generación en la que esa distinción era absolutamente radical (no nos entendíamos y nos mirábamos casi con sospecha) a un mundo donde la integración es mucho mayor. La última tesis que he codirigido era de genomas, pero se utilizaban para responder a preguntas sobre la adaptación de poblaciones de animales.

Hacer trabajo de campo ¿es tan exótico y aventurero como parece desde fuera?
Si te gusta la naturaleza, como es mi caso, es insustituible. La experiencia de ver pasar una bandada de 2.000 grullas por encima de tu cabeza, casi distinguiéndoles los ojos, durante la puesta de sol en Extremadura, tiene una potencia estética difícil de encontrar en otros ámbitos. Aunque es verdad que cualquier trabajo es trabajo. No tiene nada que ver hacer ecoturismo con la décima vez que tienes que hacer el mismo recorrido para recoger el dato que falta, y no puedes más de calor. Pero, ¿qué trabajo no es así?

Trabaja con lagartijas. ¿Las cazaba de pequeño?
No especialmente, supongo que como cualquier niño de mi edad en esa época.

¿Cómo se estudia la evolución, cuando es algo del pasado?
No es algo que pasó, que condiciona el mundo en el que vivimos y sigue pasando en cada instante. Es una herramienta fundamental para comprender el mundo vivo, e incluso para tener una inteligencia cultural de la realidad. Y además tiene consecuencias biomédicas importantes.

¿Por ejemplo?
Un tema fundamental: la gestión de patógenos. Ya hemos visto que recurrir indiscriminadamente a los antibióticos lleva a generar cepas multirresistentes. La tuberculosis, que parecía algo del pasado, está ahora a la orden del día como posible amenaza sanitaria global. Uno tiene que conocer cómo es la biología de las bacterias y de qué depende su éxito para hacerlas menos agresivas. Una epidemia de cólera se combate fácilmente saneando el agua, porque si la bacteria encuentra que pasando por el agua pasa con facilidad a otro huésped, no le importa que en el que está se muera. Si la transmisión es más difícil, la bacteria necesita que el huésped viva más tiempo. Por eso su patogenicidad va a menos.

En el mundo natural debe de haber mecanismos de adaptación realmente curiosos. ¿Cuál le llama más la atención?
Los dos que me parecen más alucinantes son el cerebro humano (del que no puedo hablar pero es el objeto físico más complejo del universo) y la meiosis, el mecanismo que durante la formación de los óvulos y los espermatozoides hace que los dos cromosomas que forman cada par intercambien material genético, de manera que cada gameto es tan único que la probabilidad de hacer dos iguales es más pequeña que uno partido por el número de partículas elementales que hay en el universo. Bajo la teoría del gen egoísta, que postula que cada gen busca dominar y multiplicarse, en un proceso así los genes deberían pelearse. Pero la meiosis es totalmente democrática: se reparten todas las variantes a la mitad. Eso requiere un baile celular prodigioso, que hace que la primera impresión que tiene uno es que esto o está diseñado o es imposible.

¿Y en el mundo de los lagartos?
Me gustan las adaptaciones que tienen que ver con la reproducción y con la regulación de la temperatura, que funciona de forma totalmente distinta en los reptiles. Nosotros mantenemos una temperatura constante y alta a base de gastar combustible metabólico, un método de termorregulación muy caro. Los reptiles lo que hacen es dejar caer su temperatura cuando la exterior es baja, y así apenas gastan. Y para volver a calentarse en vez de hacerlo consumiendo comida lo hacen con la energía solar. Cuando hace calor alcanzan temperaturas más altas que nosotros. Y hay indicios de que están acusando ya el calentamiento global. Este biomecanismo es mucho más barato que el nuestro, y consigue que estas especies alcancen poblaciones entre diez y cien veces más grandes que animales de sangre caliente del mismo peso y tamaño.

¿Si es tan eficiente, por qué no lo tenemos todos?
La sangre fría permite desenvolverse con éxito en ambientes cálidos pero poco productivos. El paradigma es el desierto, donde los reptiles son dominantes. En ambientes más estacionales los reptiles no tienen nada que hacer, porque en las épocas frías no pueden mantener su actividad. Por encima del Círculo Polar Ártico quedan dos o tres especies, mientras que aves y mamíferos encuentras por todo el planeta.

La evolución parece uno de los eternos terrenos del debate sobre si fe y ciencia son compatibles. ¿Realmente es así?
Es cierto que hay una cierta propensión ideológica a hacer una lectura materialista de la evolución, porque proporciona un mecanismo susceptible de ser estudiado mediante el método científico que explica cómo aparecen las estructuras adaptadas que en la tradición occidental siempre se interpretaron como diseñadas en última instancia por un diseñador divino. El problema es si, al tener tener esta explicación que no requiere una intervención o un diseño divinos, hago un planteamiento materialista y me hago hostil a las tradiciones religiosas. Y si además ellas me miran con malos ojos a mí y se tiran un poco al monte, como ha pasado con los creacionismos de la interpretación literal de la Biblia, el campo para la batalla está abonado.

¿Es común esa actitud en este ámbito científico?
A veces da la sensación de que se asume por defecto este planteamiento reduccionista. Pero independientemente de los números, hay biólogos evolucionistas profundamente religiosos, igual que los hay agnósticos o ateos. Y en el seno de cada uno de esos grupos puedes encontrar posiciones diferentes desde el punto de vista científico: algunos dan más importancia a la selección natural como prácticamente lo único que puede dar cuenta de la diversidad. Pueden ser ateos, como Dawkins, o gente creyente que te dice que la selección es el mecanismo de la naturaleza para acabar haciendo cosas como cantar y rezar. Otros creen que hay otros procesos en juego, como ocurrió con las grandes extinciones. Y lo ven con una lectura más abierta a la trascendencia o como una gran lotería.

Se entiende como científica una teoría que se puede comprobar con experimentos. ¿Es científica la teoría de la evolución, que no se puede verificar así?
Las ciencias históricas (la geología, la astronomía, la biología evolutiva) no son repetibles. Se pueden hacer algunos experimentos sencillos. Por ejemplo, si quieres ver cómo afecta a las características de los pájaros hacer un mayor o menor esfuerzo reproductivo, puedes quitarles un huevo a algunos pájaros, y añadírselo a otros. Pero no se pueden hacer experimentos con episodios históricos únicos, como el origen de la vida o de la célula eucariota, o con la evolución del Sistema Solar. ¿Significa eso que no podamos hacer ciencia? No. Significa que algunos episodios puntuales no pueden ser estudiados mediante el método experimental pero sí mediante el método observacional, que sigue siendo consistente: planteo una teoría, desarrollo cuáles creo que son las causas del fenómeno que observo, enuncio lo que creo que voy a encontrar, y veo si lo que observo añade certeza a mi teoría u obliga a revisarla. Si van apareciendo más y más datos consistentes con una hipótesis, esta se puede aceptar como válida.

¿Es esto lo que ocurre con la evolución?
El registro fósil pone de manifiesto que determinadas estirpes aparecen un tiempo y luego desaparecen. Otras aparecen después. ¿Qué ha pasado entre medias? La teoría evolutiva te da un marco conceptual para comprenderlo. No sé si se podrían pensar explicaciones alternativas. Es importante reconocer que un factor clave para hacer buena ciencia, aunque a muchos les daría cierto rubor confesarlo, es la confianza: en los que nos precedieron (estamos a hombros de gigantes) y para aceptar como válida una teoría si hay datos consistentes. Se podrá mejorar en algún aspecto pero el grueso está ahí, y no admitirlo es irracional.

Antes hablaba de diferencias entre científicos. ¿Hay varias teorías de la evolución?
Es una disciplina consolidada, que no debería mirarse de forma diferente a otras como la fisiología, la botánica o la histología, en las que también hay personas que dan más importancia a algunos aspectos que a otros. Sí es verdad que en la evolución, al estar en la frontera, hay momentos en que te topas con preguntas filosóficas que nacen del ejercicio científico pero lo trascienden y no son abordables por él. ¿Tiene significado el mundo? ¿Qué papel ocupa el hombre en el universo? ¿Es la consciencia solo un epifenómeno de la materia? Son discusiones filosóficas de las que habría que tirar mucho, y hacer un trabajo interdisciplinar para abordarlas sin complejos. Yo las echo de menos en las facultades de ciencias.

¿Qué dice realmente la teoría de la evolución?
Que toda la vida que conocemos en la Tierra tiene un origen común; es como un árbol cuya raíz se puede rastrear, aunque sea con cierto nivel de incertidumbre. En última instancia, la información que nos marca como seres vivos es como la llama olímpica: se ha encendido una vez y se ha ido transmitiendo. Esto explica la unidad de los seres vivos en aspectos como que comparten la misma bioquímica. Y en segundo lugar, la evolución dice que la diversificación de las especies y el binomio forma-función se explican por un mecanismo que se llama selección natural.

¿Y cómo funciona?
Tienes una población de seres vivos. Por ejemplo, escarabajos. En esa población, por la razón que sea, aparecen variantes (empiezan a surgir algunos marrones en vez de verdes). Esta es la primera condición, la variación. La segunda es el fitness, la aptitud biológica que permite a los nuevos seres reproducirse más. Si los pájaros de esa zona ven más a los verdes que a los marrones, aquellos desaparecen con más rapidez que estos, que se reproducirán más. Y si (y solo si) ese color se hereda, en la siguiente generación el número de escarabajos marrones habrá crecido, y a medida que se sucedan las generaciones las características de esa especie habrán cambiado. Esto es un cambio funcional.

¿Esos cambios son mutaciones genéticas, no?
Los cambios para que la selección natural funcione sí tienen que ser genéticos y heredables. Pero si nos quedamos en el segundo paso, el de la diferencia de éxito reproductivo, basta con una aptitud biológica, sea o no genética, que permita dejar más descendencia. Si los escarabajos que sobreviven y se reproducen mejor lo hacen simplemente porque han comido más y son más fuertes pero eso no es heredable, el cambio no tendrá consecuencias en la siguiente generación.

Cuando hablamos de un cambio funcional, a veces se interpreta que ese cambio tenía una intención: tal ser vivo evolucionó así para esto.
Una adaptación es el mecanismo por el cual se obtiene una funcionalidad, una utilidad, de una variación genética preexistente que en principio no es buena ni mala. En el ámbito de las ciencias naturales las causas finales no operan, una cosa no ocurre por que vaya a tener un resultado futuro; aunque ese resultado sea maravilloso y esté lleno de funcionalidad. Con todo, una vez que se tiene claro que la selección natural funciona así, no pasa nada por decir que un cambio ocurre “para algo”. Pero si lo que pasa es que estamos sospechando que la creación tiene un sentido y que en última instancia la realidad es positiva porque tiene un origen y un destino bueno, en realidad estamos hablando de otro nivel.

Foto: María Martínez López

Este leer las adaptaciones como orientadas a un fin, ¿es algo que proyectamos sobre ellas los humanos?
Claro, porque nosotros somos intensamente teleológicos, nuestra actividad es finalista. Desde una perspectiva filosófica, no hay problema en asumir que la creación tiene una finalidad que es el cumplimiento definitivo: esa felicidad de la cual no nos podemos quitar la nostalgia independientemente de lo que hagamos. Ahí la ciencia puede decir lo mismo que si me preguntan a mí quién ganará la Liga el año que viene. Son ámbitos diferentes. Eso sí, el diálogo es interesante porque es evidente que una cuestión remite a la otra. No puedes hacer una antropología completa si no sabes nada del origen y la evolución de los hombres. Pero tampoco puedes pretender que el método científico vaya más allá de donde los límites del propio objeto te permiten llegar. Yo creo que hay datos de la experiencia que no puedes reducir a lo material sin negar algún factor. Aunque es algo abierto, una cuestión dramática que seguirá mientras el mundo dure.

Ni los científicos no creyentes se libran de esa lectura finalista. Hace unas semanas, el científico Ginés Morata negaba la existencia de Dios en una entrevista, pero a la vez hablaba de «un meticuloso plan de diseño que la evolución inventó una sola vez».
Yo escucho esa frase con simpatía, porque de algún modo tiendo a pensar que es así. Un divulgador estadounidense tan conocido que salió en Los Simpson, Stephen Jay Gould, dijo en un libro que por este carácter histórico de la evolución de la vida, era irrepetible. Esto también es objeto de debate, pero si es así, si somos extremadamente improbables y por mucho que se rebobinara la película no volveríamos a aparecer, a mí me parece más maravilloso todavía.

Para una persona que mira esto desde la fe, ¿qué papel se puede decir que juega Dios en la evolución?
La verdadera doctrina de la creación se refiere al diseño global. La creación no tiene nada que ver con el creacionismo. Trata del fundamento de la realidad, del hecho de que hay una realidad; no del orden particular de lo material, que es objeto del estudio científico. Esto se puede plantear de dos maneras. Una es la pregunta de Heidegger de por qué existe algo y no nada. Y que existe algo (quizá no nosotros, pero algo) es innegable. La otra es una imagen de Luigi Giussani: imagina por un momento que aparecieras en la realidad aquí y ahora como si salieras del vientre de tu madre, pero con consciencia. El primer golpe sería un estupor absoluto. Ahí, al advertir una realidad que solemos dar por descontada, es donde la pregunta por la creación y por el papel de Dios empieza a coger toda su consistencia. Y esto es perfectamente compatible con que el universo tenga 14.000 millones de año o con que el primer hombre surgiera hace 2,5 millones de años en África, en un proceso que probablemente nunca tratemos de desenterrar.

El origen del hombre es un punto clave de ese proceso.
Un amigo mío dice que si te encuentras el David de Miguel Ángel, en cierto sentido tienes que reconocer que todo él estaba ya en un bloque de mármol, del mismo modo que nuestra realidad se apoya en un sustrato biológico. Pero si sacas la conclusión de que es solo un bloque de mármol, estás diciendo algo insostenible racionalmente. No hay que empeñarse en negar que es un bloque de mármol. El problema es el nadamásqueísmo. Y no es un problema de ser o no creyente, sino de poder leer con gusto los pasajes más conmovedores de Shakespeare, de El Quijote o de La Iliada. Cuando Miguel Ángel está haciendo el David, ¿en qué punto pasa de ser solo un bloque de mármol a una obra de arte? No puedes definirlo.

Ahí está el artista dando golpe a golpe. En la evolución, ¿podemos decir si Dios suscita cada uno de los cambios o si simplemente puso el proceso en marcha?
Creo que ese no es nuestro jardín. En el cristianismo, la diferencia la marca un hecho en la historia que se prolonga en la vida de la Iglesia. Y si eso es lo central, francamente, lo de la intervención directa (o no) en las variaciones de las especies suena casi a una actividad artesanal. En relación con lo humano, la diferencia brutal no es un problema de mecanismos, como si fuera un señor haciendo un trenecito eléctrico, sino nuestra dependencia ontológica. ¿Qué significa decir «yo»? Tiene más que ver con la pregunta del asombro.

Otra cosa que viene del ámbito de la fe es la afirmación de que la cumbre de la creación es el hombre. Si es así, ¿para qué tantísima variedad, que ni siquiera conocemos totalmente?
Esta pregunta me recuerda al libro de Job, en el que Dios responde a sus preguntas sobre por qué le iba tan aparentemente mal con un «¿Dónde estabas tú cuando yo creaba el mundo?». Y Job reconoce que ha hablado de cosas que le superan.

Pero, ¿cómo lo ve usted?
La diversidad es maravillosa, es hermosa en sí misma. Y va asociada al mismo tiempo a la singularidad: cada especie es única. Sobre el lugar que ocupa el hombre, me gusta contar a mis alumnos que los átomos que forman nuestros cuerpos son polvo de estrellas, nacieron en el corazón de estrellas moribundas hace cinco o seis mil millones de años. Pero al mismo tiempo, hasta donde sabemos somos el único punto del universo en el que el cosmos se vuelve autoconsciente. Eso es realmente asombroso, como si convirtiéramos el universo entero en la gran periferia de este fenómeno singular (y al mismo tiempo social) que soy yo.

Lo que dice de la unicidad de las especies recuerda a cómo habla el Papa en Laudato si, diciendo cómo cada una alaba a Dios con su existencia. ¿Ha habido ahí un cambio respecto a esa interpretación incorrecta que lleva al dominio egoísta del hombre?
Ha sido una novedad grande. A mí me llamaba la atención que en el capítulo 2 había cosas que parecían escritas por profesionales de mi ámbito. Puede haber algo de verdad en esta crítica típica de que el mandato del Génesis de someter la tierra ha servido para justificar la sobreexplotación. Pero en realidad al decir que todo es nuestro, apunta a otra cosa: ¿Qué se cuida más, lo que es tuyo o lo que no lo es? Lo tuyo. Y más si es un regalo. Aunque, ojo, el hablar de nuestro se hace más bien de forma análoga, marcando que algo te pertenece pero porque en realidad tú le perteneces, como con «mi patria» o «mi comunidad».

Hace poco se publicaron las conclusiones de un extenso informe que decía que un millón de especies de los ocho millones existentes está amenazado. ¿Qué supone pensar, en este marco, no ya que un millón de especies se pueda extinguir, sino que le pase a una sola?
Es una pérdida irreversible: si una especie se pierde, se pierde para siempre con todo el valor que tiene, que no es un valor comercial. Y eso debería darnos que pensar. Creo que es una cuestión ética. Desde otro punto de vista, y dando una de cal y otra de arena, la extinción marca la pauta de la historia de la vida. De las especies que han existido en el plantea, los cálculos más optimistas dicen que el 90 % o 95 % se han extinguido. Una especie puede hacer dos cosas: diversificarse y dejar de existir como tal; o extinguirse.

Hay quienes se basan en esto para quitar importancia a estas pérdidas.
Ya, pero ahora estamos nosotros, y somos los únicos que podemos dar fe de lo que hay. Somos ese punto de conciencia y de responsabilidad. Es cierto que por más que nos empeñemos, aunque hiciéramos estallar de golpe todo el arsenal nuclear, no conseguiríamos igualar la mayor extinción de la historia, cuando la vida estuvo a punto de desaparecer entre el Pérmico y el Triásico. Pero de eso no se sigue que nos deba dar igual ser los responsables de la sexta extinción en masa. Un problema es que podemos perder elementos muy valiosos que a lo largo de la historia han sido motivo de regocijo y admiración. ¿Cómo va a haber un mundo sin tigres? Aunque coman gente, sería mucho menos interesante. Y, por otro lado, desde el punto de vista de la sostenibilidad y de nuestro futuro como especie estamos rondando terreno pantanoso y pueden surgir escenarios nada deseables. Así que solidaridad con las generaciones futuras, por favor.