Jean Vanier: de casta le viene al galgo - Alfa y Omega

Jean Vanier: de casta le viene al galgo

La fe y el compromiso cristiano del fundador de El Arca hundían sus raíces en el ejemplo de sus padres, Georges y Pauline Vanier, que combinaron una brillante vida pública con una piedad a prueba de fuego. Su causa de beatificación está abierta

José María Ballester Esquivias
El matrimonio Vanier. Foto: Conrad Poirier

El reciente fallecimiento del seglar canadiense Jean Vanier ha suscitado una honda emoción en el mundo católico: su fe inspiró la creación, desarrollo y consolidación de El Arca, que hoy agrupa a más de 150 comunidades en 37 países. En cada una de ellas, seglares conviven con personas con discapacidad intelectual para ayudarlas a potenciar su dignidad y así facilitar su integración social: un método que revolucionó la manera de relacionarse con este tipo de personas. Vanier, además, escribió una treintena de ensayos de espiritualidad, algunos de los cuales merecieron consideración en ámbitos teológicos. Una trayectoria que le generó una fama de santo en vida y que no hubiera sido posible sin el ejemplo que le inculcaron sus padres.

Georges Vanier (1888-1967), hijo de un tendero quebequés y de una madre de ascendencia irlandesa, fue un héroe de la Primera Guerra Mundial. Cuando este católico de sólidas convicciones volvió a Canadá con la pechera repleta de condecoraciones conoció a Pauline Archer (1898-1991), hija única de una familia acomodada, con la que contrajo matrimonio en 1921. Educada por unas monjas que despertaron en ella no solo inquietudes religiosas, sino también un genuino interés por el prójimo, más aún si era un desfavorecido (algo de lo que dio abundantes muestras a lo largo de su vida), Pauline tuvo además la suerte de que uno de sus primeros directores espirituales, el padre Almire Pichon, fuera uno de los últimos confesores de santa Teresa del Niño Jesús.

De ahí que la entrega incondicional a Dios, tan típica del pensamiento de la monja de Lisieux, fuese el hilo conductor de la vida del matrimonio Vanier y los guiase a lo largo de una trayectoria que empezó en el Ejercitó, continuó en la diplomacia y culminó en el nombramiento de Georges como gobernador general de Canadá entre 1959 y 1967, es decir, representante de la reina Isabel II y competente para ejercer sus funciones en su ausencia. Fue el primer católico y francófono en desempeñar el cargo.

Los Vanier mandaron construir una capilla en la residencia virreinal de Rideau Hall, en la que se celebraba Misa diaria. Sin embargo, también utilizaron su posición para abrirse a todos los canadienses, fueran cuales fueran sus condiciones y creencias, y lanzar sistemáticamente mensajes de concordia en una época en la que el nacionalismo quebequés irrumpía con fuerza. Fallecido Georges, Pauline se trasladó con su hijo Jean a la residencia de El Arca cercana a París, donde se ocupó de minusválidos hasta el final de sus días. Muchos en Canadá y en otras partes del mundo esperan que la beatificación del matrimonio Vanier sea pronto una realidad.