Morir para dar vida - Alfa y Omega

Morir para dar vida

Tres congregaciones religiosas comparten, en el marco de la Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, sus experiencias de reorganización. Procesos, no sin dificultades, que han alumbrado nuevas realidades

Fran Otero
Mesa de experiencias durante la Semana Nacional de Vida Religiosa celebrada en Madrid. Foto: ITVR

La Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, que organiza del Instituto Teológico de Vida Religiosa de los claretianos –son ya 48 las ediciones celebradas con la de este año– giró en torno a cuestiones como la reforma de la vida consagrada llevar a cabo de una mejor manera su misión. El título de las jornadas ya fue una declaración de intenciones: A vino nuevo, odres nuevos. Se abordó la renovación desde distintos puntos de vista: la formación, las grandes transformaciones sociales, la fraternidad o la comunión.

Pero si hacia un camino ha ido dando pasos decisivos la vida religiosa en nuestro país ese es el de la reorganización y transformación de los institutos y congregaciones, una realidad que no se trata simplemente de la unificación de provincias, del cierre de casas o de la suma de esfuerzos, que también, sino del refuerzo de cada carisma y de la significatividad en la Iglesia y en la sociedad.

Por eso, durante la Semana de Vida Consagrada se pudo escuchar la experiencia de tres congregaciones de distintos tamaños, prioridades apostólicas y realidades diferentes: las misioneras de Nazaret, los agustinos recoletos y las hijas de la Caridad. Las tres congregaciones ya han vivido procesos reorganizativos.

María Ángeles Melero, misionera de Nazaret, reconoció que fue muy importante la asunción de un modelo de gobierno global, no único. Es decir, «se da poder a los gobiernos locales, donde se crea dinamismo, para después crear una red en la que todas nos podamos enriquecer y sentirnos corresponsables». Sobre esta cuestión, Melero reivindica un tipo de liderazgo de proximidad, que cuide lo personal. «Un liderazgo dinámico, ágil, flexible, abierto, de comunión…».

En este sentido, reconoce que el proceso de renovación ha estado marcado por la expansión misionera y por la vitalidad: «No queremos ser una comunidad de mantenimiento, sino una comunidad en expansión, en salida, en crecimiento. Así, hemos reducido personas en algunas comunidades para dar vida en otros lugares… Es un atrevimiento, pero Dios está siendo generoso con nosotras».

Miguel Miró, prior de la Orden de Agustinos Recoletos, reconoce que tras la reorganización –han pasado de ocho a cuatro provincias en todo el mundo–, sus comunidades son más internacionales y más diversas culturalmente. El objetivo primero del proceso era la revitalización para cumplir mejor la misión evangelizadora. En su opinión, fue clave la redacción de un proyecto de vida y misión, al estilo del que habían realizado los jesuitas, y que afectaba a todas las provincias. Tras un largo proceso, las provincias resultantes son ahora «más fuertes, con más esperanza, aunque no todo está hecho», reconoce Miró.

A la hora de abordar la cuestión de la restructuración y organizar las distintas provincias tuvieron en cuenta distintos criterios. Por ejemplo, la viabilidad en cuanto a religiosos y vocaciones, la misión y el trabajo en frontera, la viabilidad económica o la afinidad cultural, lingüística y geográfica…

Un proceso largo

Por las Hijas de la Caridad participaron Margarita García y Manuela Rubio, exvisitadoras de las extintas provincias de Gijón y San Sebastián, hoy unidas en la provincia de España Norte. Fue un proceso largo, de diez años, hasta la unificación en 2017 con una toma de conciencia primero y un camino juntas después, marcado por una amplia participación. Sor Manuela todavía recuerda la visita a una casa de hermanas mayores: «Estaban en la mesa de comunidad con mapas, analizando cómo se podían unir las provincias, consultando la distancia entre las distintas casas. Me entusiasmó que una comunidad de hermanas mayores tuviera tanta ilusión».

El objetivo final es la «revitalización del carisma y, por tanto, responder a las necesidades de los pobres de este tiempo hoy». Para ello han necesitado una gran apertura de mente y corazón, la capacidad para ampliar la mirada con el convencimiento «de que no se trata de nuestra casa o nuestra provincia, sino el bien de los pobres», la unión de todas las fortalezas, transparencia, equidad… «Partimos del convencimiento de que todo este proceso es obra del Espíritu, que suscita energías nuevas para vivir disponibles a los pobres, a la Iglesia en los tiempos de hoy, convencidas de que la misión y la coherencia de vida están por encima de las estructuras», añade sor Margarita.

No es un camino fácil, pues todos coinciden en que hay resistencias la cambio, miedos a proyectos innovadores, apegos, nostalgia… dificultades que tiene que ver con la asociación de la reestructuración simplemente con el cierre de casas o unión de provincias. En el fondo, como en la parábola del grano de mostaza, se trata de morir para dar fruto, para que los carismas de cada congregación siga vivo y su servicio sea efectivo.

Se trata, como dijo en estas mismas jornadas el cardenal Aquilino Bocos, claretiano, que ha acompañado a numerosos institutos religiosos en su reestructuración, de «una vuelta a las raíces que nos lleva a hacer más religiosa nuestra vida, a seguir a Jesús y nuestras paradojas, a revivir el carisma y la profecía de los fundadores y a ser testigos de la alegría y llenos de misericordia».