Aprendamos a llorar - Alfa y Omega

El Papa Francisco nos pide en Christus vivit que «aprendamos a llorar», ya que «una Iglesia que no llora es una Iglesia que no puede ser madre». Y de eso nos ha dado ejemplo. Le hemos visto derramar lágrimas frente a la isla de Lampedusa o al ver una concertina como las de la valla de Melilla. A Francisco le cuesta acostumbrarse al dolor ajeno. A muchos de nosotros nos cuesta menos; a fuerza de ver tanto dolor acumulado en nuestros móviles nos hemos ido acostumbrando. Mientras el sufrimiento no sea una amenaza para mí y mi familia, me siento tranquilo. Si los demás sufren injusticias me callo y no me complica la vida. Así pensamos y así vivimos.

Una experiencia personal lo corrobora. A Sally la encontraron en las calles de Freetown los trabajadores sociales de Don Bosco Fambul. Tiene 15 años y su oficio es la prostitución. Cuando la vi intuí la precariedad de su vida. La tristeza de sus ojos oscuros me estremeció. Su grito silencioso era obvio: «Me estoy muriendo. ¡Ayúdame!».

El resultado de sus exámenes clínicos fue lapidario: «Sida, hepatitis B, tuberculosis y tres enfermedades sexuales». No le dieron más de un mes de vida y su familia ni la quiso ver por ser «una vergüenza» para ellos.

En nuestro refugio para chicas de la calle me dijeron que era «un riesgo para las otras chicas, que mejor buscara otro lugar». En el Hospital Central, que tenía «demasiadas infecciones. No aceptamos casos así». Pensé que las hermanas de la Madre Teresa la recibirían pero no fue así: «No estamos preparadas para casos así…».

Se me caían las lágrimas de rabia y de frustración, y hasta pensé en abrir un lugar para chicos y chicas de la calle en situación terminal. Pero finalmente el Hospital Militar la recibió en una habitación con atención personalizada previo pago de una considerable suma de dinero. Después de dos semanas, Sally ha mejorado y sigue varios tratamientos. Le han dado el alta y vive en nuestro refugio. Sus ojos se han llenado de luz y ha comenzado a sonreír nuevamente.

Queridos amigos: como dice el Papa Francisco, «el dolor no se va, camina con nosotros, porque la realidad no se puede esconder». Aprendamos a llorar frente al niño hambriento, drogado, esclavo, usado, abusado y descartado. Aprendamos a llorar por los que sufren y están peor que nosotros y pidámosle a Dios la gracia de derramar lágrimas frente al dolor ajeno, ya que «la misericordia y la compasión también se expresan llorando» (CV 76).