Un obispo entre dos mártires - Alfa y Omega

Un obispo entre dos mártires

María Martínez López
Monseñor Mousa con un manuscrito antiguo. Foto: AFP/Safin Hamed

Para monseñor Najeeb Michaeel Mousa, no es casualidad la fecha en la que el sínodo de obispos caldeos lo eligió como nuevo arzobispo de Mosul: el 22 de diciembre, solo dos semanas después de la beatificación de su amigo monseñor Pierre Claverie, el obispo de Orán (Argelia) martirizado en 1996. Dominico como monseñor Mousa, fue el obispo que le ordenó sacerdote en 1987. Se habían conocido en Estrasburgo, donde el joven Michaeel realizaba sus estudios eclesiásticos tras ingresar en la Orden de Predicadores a los 24 años.

Claverie ya vivía en Argelia. Pero «el hecho de que hablara árabe y su maravillosa forma de trabajar con el mundo musulmán hizo que nuestra amistad creciera –recuerda–. Era una persona muy especial y muy buena, un amigo muy querido. Nos daba mucha luz. Una vez le invitamos a darnos un retiro en Irak, pero por desgracia fue asesinado antes. Ahora intercede por nosotros desde el cielo y da fuerza a esta martirizada Mosul», asegura convencido. En una misión que reconoce que «no es nada fácil, para mí es providencial haber sido ordenado por un mártir y estar sentado en la sede de otro».

Se refiere a Paulos Faraj Rahho, arzobispo de Mosul entre 2001 y 2008 y también amigo suyo, además de su superior. Monseñor Rahho fue secuestrado por un grupo yihadista en febrero de 2008, pero consiguió llamar por teléfono a su sede para pedir que no se pagara ningún rescate por él. Su cuerpo fue encontrado dos semanas después.

Por aquel entonces, Najeeb Michaeel ya estaba fuera de Mosul. El mismo monseñor Rahho le había ordenado dejar la ciudad el año anterior, «porque ya habían asesinado a cinco sacerdotes y creían que yo era el sexto de la lista. Había recibido llamadas amenazadoras, y una carta con una bala y una cruz partida. Me fui solo por obediencia». Se instaló en Qaraqosh, pero de vez en cuando volvía a Mosul casi en secreto para celebrar Misa. «Lo hacíamos en la cripta, y una persona iba por delante de mí para avisar a las familias».

El fin de sus visitas, con todo, no era solo pastoral. En esa época estaba al cargo del archivo de los dominicos, que contenía 850 manuscritos antiguos y cartas centenarias. «Cada vez que iba a Mosul metía en el coche unos cuantos y me los llevaba para ponerlos a buen recaudo», por lo que pudiera pasar. Así salvó de los saqueos del Daesh biblias, textos de filosofía y literatura, diccionarios, y también libros islámicos «como comentarios sobre el Corán y la sharia o textos de filósofos musulmanes, algunos de los siglos XI y XII».