No tengáis miedo de confesar a Jesús - Alfa y Omega

Es normal que te asuste y conmueva leer las noticias que nos llegan de diversos puntos de nuestra tierra sobre la persecución a los cristianos y las muertes que se dan por confesar la fe. Esto sucedió desde el inicio de la evangelización. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos narran situaciones tremendas: «Aquel día se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia, penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres» (Hch 8, 1-3).

¿Por qué es molesto el testimonio vivo de los cristianos? Hay muchos motivos, pero creo que merece la pena detenerse en dos: a) molesta negar que todo se resuelve con dinero, y b) molesta negar que no se puede vivir en la mentira, sobornando; recordemos que el soborno incluso llegó al sepulcro de Nuestro Señor para corromper a los guardias para que negasen la Resurrección de Jesús. Los primeros discípulos nunca aceptaron esto y al mundo le resultaba molesta su vida valiente, coherente, llena de obediencia al Señor, con el objetivo de dar rostro a Cristo con palabras, gestos y obras.

¡Qué fuerza tiene el testimonio de los primeros cristianos y de los que, imitando a aquellos, hoy siguen diciéndonos las verdades más importantes con su vida! Entre ellas está esa verdad que tantas veces oímos y malinterpretamos o no nos terminamos de creer: «Dios te ama». Esta es la verdad más grande, seguro que la habrás escuchado en infinidad de ocasiones, pero que quizá no te la has creído del todo. Es bueno que, en este tiempo pascual, te digas: «Dios me ama, me lo ha mostrado Jesucristo y tengo que dar testimonio de ese amor». Es bueno experimentar que, en cualquier situación, hay alguien que no solamente no nos olvida, sino que nos abraza. Su amor nos envuelve suceda lo que suceda.

En algunas ocasiones, cuando era tutor y vivía con jóvenes que no habían tenido una buena experiencia de paternidad, siempre les decía que arrojarse en manos de Dios, que es quien nos da la vida y la sostiene en todo momento, respetando al máximo nuestra libertad, es lo mejor para sentirse seguro, con apoyo claro y evidente. Quizá entonces les pareciese que era cosa de curas. Hoy, ya mayores y con familia, casi todos recuerdan esas palabras, «Dios te ama», como las más importantes de su vida. ¡Qué belleza tiene nuestra vida cuando vemos que somos parte de un proyecto de amor!

Otra verdad esencial en la vida, para no tener miedo y confesar siempre a Jesús, es vivir sabiendo que es «Cristo quien nos salva». Nos salvó en la cruz de nuestros pecados y nos sigue salvando hoy. Me gustaría recordar cómo el Señor nos salva y desea que vivamos salvando. En la parábola del buen samaritano vemos a ese Jesús que nos ha salvado: quizá estaba tirado en el suelo, olvidado, pero el Señor pasó un día por el camino en el que me encontraba, me recogió, me curó y no se desentendió de mí, sino que me siguió acompañando. Siempre nos abraza y ese abrazo de Jesús es salvador y transformador. ¡Qué bueno es salir al camino de la vida dando el abrazo salvador de Jesús! Esto es lo que hacían los primeros cristianos y siguen haciendo hoy tantos en el mundo. Este abrazo salvador de Jesús no se hace con dinero, ni con sobornos para que otros lo hagan por mí. El Señor nos ama y desea salvarnos. «Haz tú lo mismo», dirá después de explicarnos quién es el prójimo en la parábola.

Y otra verdad, en la que no caemos en la cuenta, es que «Cristo está vivo, ha resucitado». Estará presente en tu vida y te dará su luz, nunca tendrás soledad, ni te sentirás abandonado. Ha sido el Señor quien nos lo ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). La última palabra la tiene Jesús; ten y vive con esta seguridad. Por muchas cosas que puedan pasar en tu vida, nada te puede hacer dudar de que su palabra es la última ni de que Él vive para darnos vida siempre y hacernos vivir.

Para confesar a Jesús te hago tres propuestas:

1-. Siempre en amistad con Jesús. ¡Qué bueno es para la vida de un ser humano tenerte como amigo, Señor! Vivir en diálogo permanente contigo, preguntándote lo que Tú piensas, quieres y deseas de nuestra vida, las respuestas que quieres que demos para ser coherentes con los deseos de tu corazón, con las palabras que Tú nos diriges y donde nos manifiestas tu deseo y propuestas. Manteniendo el diálogo contigo aprendemos en tu amor, como nos recuerdan aquellas palabras que le dirigiste a Pedro: «¿Me amas?» (Jn 21, 16). Mezcla tu vida con la de Jesús. Esta es la propuesta que nos hace el Señor, como se la hizo al joven rico: «Vende todo cuanto tienes y distribúyeselo a los pobres. […] Ven y sígueme». Él se dio la vuelta, quiso ir por otro camino, pero nos dice el Evangelio que se marchó entristecido (cfr. Mc 10, 22-24). ¿Queremos vivir en la tristeza? ¿Queremos vivir apesadumbrados? La amistad con Jesús supone acoger un regalo para hacer una historia junto a Él, es una invitación a entrar y formar parte de una misma historia.

2-. Siempre misioneros. La llamada de Jesús es clara: nos pide que anunciemos el Evangelio. Y esta llamada es para todas las edades, todos hemos de ser misioneros: niños, jóvenes, adultos, naturalmente cada uno en la medida que puede, pero todos hemos de atrevernos a salir, a visitar, a encontrarnos, a tomar contacto con las personas, a aprender a mirar la realidad y sus necesidades y cómo podemos ofrecer algo importante para embellecer la vida y la historia de los hombres. Los discípulos de Jesús podemos y debemos ofrecer la fe, nuestro tiempo para los demás, especialmente para los que más necesitan, y vivir un sentido de pertenencia a la Iglesia. La comunidad cristiana tiene una tarea importante en convertirnos a todos en misioneros, acogiéndonos, motivándonos, alentándonos y estimulándonos. Sintamos en nuestro corazón esa llamada de Jesús, «Id y anunciad», como la sintieron los primeros cristianos, en cuyas vidas se manifiesta claramente ese todo por Cristo, con Él, por Él y en Él.

3-. Siempre acompañados. El primero por el que me he de dejar acompañar es por Jesucristo, en una atenta vida de contemplación de su persona, de escucha de su palabra y de los gritos y sueños de la gente. Pero es necesario que busquemos siempre a otros cristianos con experiencia fuerte de seguimiento al Señor, alguien que nos acompañe, que nos ayude a descubrir los elementos que son esenciales para lograr hacer un buen discernimiento de lo que quiere el Señor a través de nuestra vida. Hay algo muy claro que tuvieron todos los cristianos desde el inicio de la evangelización: para acompañar a otro en el camino de seguimiento al Señor, es necesario que yo tenga el hábito de recorrerlo, siendo valiente para ayudar a reconocer verdad o engaño, sinceridad o excusas. Alguien que como Jesús entienda y valore la intención última del corazón.