La paz, un objetivo cada día más lejano - Alfa y Omega

La paz, un objetivo cada día más lejano

Tanto en Israel como en Palestina, la Iglesia vive con preocupación la radicalización de la situación política

María Martínez López
Un partidario de Benjamín Netanyahu celebra su victoria ondeando una bandera de apoyo al presidente estadounidense Donald Trump
Un partidario de Benjamín Netanyahu celebra su victoria ondeando una bandera de apoyo al presidente estadounidense Donald Trump. Foto: Reuters / Ronen Zvulun.

El sacerdote Jamal Daibes Khader, párroco de Ramala (Cisjordania) ve cada día cómo la desesperanza se extiende entre feligreses y vecinos. De momento no ha notado que más gente emigre. «Muchos jóvenes tienen la determinación de quedarse –explica a Alfa y Omega–. Pero con el deterioro de la situación política y la presión económica, que puede llegar a poner en peligro las necesidades básicas de la población, no me sorprendería que al final ocurriera».

En Ramala, con unos 27.000 habitantes –el 25 % cristianos–, «la falta de trabajo para los jóvenes y la restricción de movimientos son los mayores problemas». La ciudad apenas puede crecer, porque está rodeada de varios asentamientos israelíes construidos sobre tierras confiscadas. El más grande, Bet El, tiene 6.500 habitantes, un 16 % más que en 2010. Además, «los colonos se están radicalizando. Sus ataques contra nosotros son más frecuentes. Yo mismo he sufrido dos yendo en coche, sin que la Policía ni los soldados israelíes hicieran nada. Los radicales se sienten seguros. Quienes han matado a palestinos solo han pasado unos meses en la cárcel, o ni siquiera han sido perseguidos».

La situación no mejorará con la reedición de la coalición de derechas liderada por el primer ministro, Benjamín Netanyahu, que se prepara para iniciar un quinto mandato con el apoyo, entre otros, de los partidos que representan a los 600.000 colonos israelíes.

El mayor apoyo, sin embargo, le viene a Netanyahu de Estados Unidos. La promesa estrella del primer ministro durante la campaña electoral fue la anexión a Israel de las zonas cisjordanas donde hay asentamientos. Estas propuestas, según los avances que se han ido filtrando, están en plena sintonía con el plan que el presidente Donald Trump ha anunciado que va a presentar próximamente.

La connivencia de Trump con los intereses de Israel se ha manifestado ya en importantes gestos como el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén en 2017, el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los altos del Golán y los drásticos recortes en ayuda a entidades palestinas y a la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA). El mandatario espera que este estrangulamiento económico disponga a los palestinos a aceptar sus condiciones de paz.

Una consecuencia inmediata de todo ello es que la fragmentación del territorio palestino hará inviable la creación de un estado y, con ello –lamenta el padre Khader– «cualquier solución política será imposible».

El párroco de Ramala teme además que, aunque «los cristianos no tenemos problemas con nuestros vecinos musulmanes», la nueva situación genere nuevas tensiones. La emigración, por ejemplo, supone «un peligro mayor para los cristianos, dado su pequeño número. Y una Palestina sin nosotros confirmaría la narrativa israelí que presenta este conflicto como una guerra contra el terrorismo islámico, en vez de como una ocupación. Otro desafío es que la falta de paz podría llevar a la gente al fundamentalismo religioso».

Discriminación en Israel

Al otro lado de la frontera, el padre Rafic Nahra, vicario del Patriarcado Latino de Jerusalén para los católicos de lengua hebrea, también percibe que «cada vez está más extendida la convicción de que la paz no es posible». Pero este convencimiento lleva a gran parte del estamento político y la opinión pública a la conclusión de que «se hará lo que decida [el Gobierno], y los demás tendrán que aceptarlo»; una muestra más de «la radicalización que se está produciendo en los últimos años en Israel». Una realidad que «también se da en la parte palestina».

En Israel, el desplazamiento del Gobierno del Likud hacia la derecha toma otras formas. Una de las más controvertidas fue la aprobación en verano de una ley de rango constitucional que definía a Israel como «el Estado nación del pueblo judío», el único grupo con plenos derechos. La Asamblea de Ordinarios Católicos no tardó en denunciar que el texto «proporciona una base para la discriminación» de los árabes –tanto musulmanes como cristianos– e israelíes no judíos. «Por ejemplo –señala Nahra– si dentro de Israel un cristiano árabe quiere instalarse en una localidad judía y no le dejan, no puede reclamar. Pero si un judío se instala en un barrio árabe, nadie puede impedírselo». Además, al contemplar el hebreo como única lengua oficial, «en las entidades públicas ya no se usa el árabe, por lo que esta parte de la población [el 20 %], con menos educación, tendrá que acudir con traductor al hospital o al ayuntamiento».

El vicario no cree que la radicalización política afecte demasiado al día a día de la gente. Reconoce que «cada vez hay más grupos extremistas [israelíes], que se permiten actuar porque desgraciadamente el Gobierno no reacciona». Sin embargo, este ambiente de polarización no es atribuible a toda la población israelí. Su vicaría comparte proyectos con una sinagoga, y «tenemos muchos otros contactos con judíos. Son capaces de distinguir entre las cuestiones políticas y la visión que tiene la Iglesia, y están tan convencidos como lo estamos nosotros de que nuestro apoyo a los palestinos y a los árabes que viven en Israel no significa que les rechacemos a ellos».