«La revolución llegará por los fieles» - Alfa y Omega

«La revolución llegará por los fieles»

Gracias a Dios, del cineasta François Ozon, se estrena el 18 de abril en España tras desencadenar un vivo debate en la sociedad y la Iglesia de Francia

Ricardo Benjumea
El cineasta francés François Ozon, en el centro de la foto, durante el rodaje de la película Gracias a Dios. Foto: Golem

François Ozon no esconde su satisfacción por el éxito de su última película en términos de crítica (gran premio del jurado de la Berlinale) y público (900.000 personas la han visto ya en Francia, cifras «espectaculares» para un filme de dos horas y 20 minutos de duración, y temática «poco comercial»). Pero el Almodóvar francés, como a veces se le ha llamado, apuntaba hacia otros derroteros con este proyecto. Quería «abrir un debate» con esta historia sobre la lucha de la asociación de víctimas La Palabra Liberada por derribar «la omertá, la ley del silencio». Por eso era importante para él la recepción entre los católicos. «Esta es una película que no pretende condenar, sino más bien apoyar unos pasos que debía dar la Iglesia», dice el director en entrevista con Alfa y Omega, durante su visita a Madrid a pocos días del estreno de Gracias a Dios en España, el 18 de abril.

Muchos obispos, inicialmente «distantes», han terminado recomendando abiertamente su película. Eso, a pesar de que el cardenal Philippe Barbarin no salga precisamente bien parado, como refleja ya el mismo título, tomado del célebre desliz del arzobispo de Lyon cuando, en 2012, dijo en rueda de prensa desde Lourdes: «Gracias a Dios los hechos [por los que se acusa a un sacerdote de su diócesis] han prescrito».

Parroquias y diócesis de todo el país han organizado proyecciones y debates, a menudo auténticas catarsis. El 6 de abril, en Lyon, junto al director, participaron el presidente de La Palabra Liberada y el sacerdote Yves Baumgarten, el vicario general que ha quedado como administrador apostólico de Lyon mientras se resuelve el recurso de Barbarin contra su condena en primera instancia por encubrimiento. «El 80 % de los asistentes eran católicos, hartos de que haya en la Iglesia escándalos de este tipo, y que no han entendido que el Papa no aceptara la dimisión del cardenal. Para Baumgarten fue difícil: le criticaron mucho, aunque él realmente no tiene la culpa», cuenta Ozon.

Todo esto refleja que «hay una toma de conciencia», añade. «Durante mucho tiempo la Iglesia no consideró la pedofilia como un grave crimen, sino como un simple pecado, equiparable al adulterio o la homosexualidad». La mentalidad ha cambiado: «he hablado con muchos obispos y sacerdotes que realmente quieren hacer algo, hay muy buena voluntad», asegura. «El problema es que son hombres muy mayores. ¿Puede una generación de 70 o 75 años hacer la revolución? Lo dudo. Por eso creo que, si la Iglesia va a cambiar, será gracias a los fieles, no a la cúpula». Y apunta, acto seguido, que el problema de los abusos es transversal a toda la sociedad: familia, escuela, asociaciones deportivas…, cuestión que en varios momentos deja caer la película.

Las víctimas son las protagonistas

Lo decisivo es «la historia de las víctimas». «Es lo que me interesaba contar», afirma François Ozon. Por eso apenas profundiza en la figura de Barbarin. Ni siquiera el sacerdote abusador, Bernard Preynat, aparece retratado en un rol protagónico de villano, sino más bien como un pobre hombre enfermo (clínicamente pedófilo, un perfil –reconoce– poco habitual entre los abusadores, según los estudios realizados) que repetidas veces advirtió a sus superiores de sus «problemas con los niños» sin que estos actuaran.

Uno de los actores principales lo sintetizó de esta manera: «Pensábamos que interpretábamos a víctimas, pero descubrimos que estábamos haciendo el papel de héroes». «Y tenía razón», añade Ozon. «Hace falta un valor inmenso para hablar de esto. Hay mucha violencia contra ellos. No solo está la herida del abuso, sino el dolor cuando por fin se deciden hablar», y se encuentran con «grandes presiones» para evitar que «remuevan el pasado» por parte de familiares, círculos de amigos o entorno laboral, además de en la propia Iglesia.

A esto hay que añadir que «se trata de acontecimientos muy recientes». La lucha de La Palabra Liberada data de hace apenas cinco años. «Al principio fue muy perturbador para las víctimas. Por ellas y por cómo fuera a ser recibida la película en sus círculos. Pero luego se dieron cuenta de que esto sirve para que la gente les entienda mejor. Y para que otras víctimas se decidan a hablar; personas, como había sido su caso hasta muy poco antes, que pensaban que esto solamente les había ocurrido a ellas y lo sufrían en soledad». «Además –prosigue– la asociación ha recibido muchos donativos desde entonces. Están muy contentos».

«La gente no se da cuenta de lo que les cuesta a las víctimas hablar», insiste Ozon. «Pueden pasar 20, 30 o incluso 40 años». Cuando quien sufre los abusos es un niño, «es normal que no entienda lo que le pasó y que no sea capaz de verbalizarlo». Por eso «lo aparca en un rincón del cerebro». Hasta que «el cerebro un día hace clic» tal vez porque «ahora tiene un hijo de la edad que tenía él entonces, y esto le hace tomar conciencia [de lo que vivió]. O porque ha alcanzado ya una situación, con una edad, una familia, un trabajo…, y ha adquirido una estabilidad emocional que le permite poder afrontar su pasado».

«¿Todavía crees en Dios?»

A diferencia de las otras dos víctimas que centran el relato, Alexandre (interpretado por Melvil Poupaud) ha mantenido la fe, pero su compromiso con La Palabra Liberada hace que este padre de familia con cinco hijos conozca una truculenta realidad en la Iglesia que va a poner a prueba sus convicciones. En la última escena del filme, su hijo mayor, confirmado poco antes por Barbarin, le pregunta: «¿Todavía crees en Dios?». «El Alexandre real me dio su respuesta, pero yo preferí dejar el final abierto», contó en rueda de prensa el lunes François Ozon. Con respecto a sus propias creencias personales, el cineasta se reconoce como un agnóstico que se educó en la fe católica pero perdió la fe en la adolescencia «por la hipocresía» que percibió en sus maestros y catequistas. No obstante –reconoce–, algún poso queda. «Debo decir que cuando subo a un avión y hay turbulencias… rezo un poquito».