Eutanasia, un debate equivocado - Alfa y Omega

Eutanasia, un debate equivocado

España está muy lejos de contar con una red de paliativos y una cobertura sociosanitaria como las que demandan los expertos

Alfa y Omega
Foto: REUTERS/Sukree Sukplang

Es difícil lanzar una condena contra Ángel Hernández, el hombre que la pasada semana ayudó a su mujer enferma de esclerosis a suicidarse. ¿Quién se atrevería a lanzar la primera piedra? Más bien, su entrega a ella durante nada menos que 30 años es digna de admiración. El problema es la reacción –claramente buscada– que ha generado este suceso. Sería mucho decir que la muerte de María José Carrasco ha abierto un debate sobre la eutanasia. Debate, propiamente, ha habido poco, frente al cierre de filas ante una posición ideológica que va afianzándose tanto en el arco parlamentario como en la opinión pública. No ayuda a entrar en matices, claro está, la inminencia de elecciones. Ni tampoco la distancia emocional con la que una persona sana suele opinar acerca de asuntos relacionados con el final de la vida, un momento en el que la realidad se ve con otra perspectiva.

El debate se hace girar en torno al principio de autonomía, pero la cuestión no es tan sencilla. Una persona dependiente que pasa largas horas sola y sufre continuos dolores fácilmente llega a la conclusión de que su vida carece de sentido o de que su enfermedad supone un lastre para sus seres queridos. ¿Tiene sentido apelar en estos casos a la autonomía? Además de relativizarse así el derecho fundamental a la vida, un paso que siempre es muy peligroso dar, la realidad es que el paciente que carezca de una sólida red familiar y de medios económicos para sufragarse las atenciones necesarias no podrá tomar una decisión realmente libre. Porque hoy España está lejos de contar con una atención de paliativos y una cobertura sociosanitaria como las que demandan los expertos, incluyendo un apoyo psicológico adecuado y facilidades para la conciliación laboral de los familiares. Este es el debate que habría que abrir, y con urgencia, puesto que el alargamiento de la vida y la cronificación de enfermedades hasta hace poco mortales va a hacer que sean cada vez más frecuentes casos como el de María José Carrasco. Enfocado así el problema, el consenso no es solo sencillo, sino abrumador. Personas de todas las ideologías y convicciones religiosas pueden compartir que el reto no es aumentar sin más la esperanza de vida, sino poner los medios necesarios –que los hay– para mejorar la calidad de vida de los pacientes y de sus familias.