Con Él todo es posible - Alfa y Omega

Cristo vive. Es el anuncio de la Iglesia, el único que provoca escándalo, el único que verdaderamente puede interesar a cualquiera, sea cual sea su circunstancia. No es un recuerdo del pasado, ni un buen ejemplo del que aprender, ni una inspiración consoladora. Eso no nos serviría de nada, nos dejaría como estábamos. Para que nos libere, para que nos cure, hace falta que sea alguien que vive: Cristo resucitado. Esto es lo que la Iglesia ofrece, nada menos. Este es el centro, culmen y título de la exhortación que el Papa dirige a los jóvenes y al pueblo de Dios.

A muchos puede parecer locura (recordemos a los sagaces atenienses que escucharon a Pablo en el Areópago) pero si Él vive todo es distinto, ninguna situación es imposible de vivir, nuestro cansancio no es un mero deshacerse. Con Él podemos atravesar todas las formas de muerte que nos acechan en el camino. Francisco no se anda por las ramas: «Cualquier otra solución será débil y pasajera… no conocerás la verdadera plenitud si no vives en amistad con Jesús». ¿Buscas respuesta para tu inquietud inagotable?, ¿necesitas amor?, ¿buscas intensidad?, ¿estás cansado?, ¿buscas pasión? Cuanto más acuciante sea todo ello, más necesitamos la amistad concreta y real con Cristo vivo y presente. Y esa amistad es el tejido mismo de la compañía cristiana, de esa realidad histórica, continuamente regenerada por el Espíritu Santo, que es la Iglesia. Por eso el Papa suele advertir a los jóvenes que su identidad no se gesta en un laboratorio, sino que nace de la pertenencia al pueblo de la Iglesia.

Cuando la Iglesia vive solo de la experiencia vertiginosa de estar centrada en Cristo vivo (la que vivieron los apóstoles, la que testimonian los santos, también los «de la puerta de al lado») entonces muestra una juventud desconcertante que descoloca a los cínicos; pero si confía en sus estrategias y en alianzas mundanas, si se separa de esta relación siempre dramática con su Señor que cada día le llama a través de circunstancias inesperadas y a menudo dolorosas, entonces se oxida y envejece.

Hay algo de desafío en toda esta carta, y no solo para los jóvenes. Como decía san Pablo, se trata de estar unidos a Cristo para «conocer el poder de su resurrección». En efecto, ¿qué tipo de humanidad nos permitirá experimentar Él, que prometió el ciento por uno a quienes lo siguieran? Entonces no seremos «bichos raros», como a veces pensamos. Seremos hombres entre los hombres, compartiremos su búsqueda y sus heridas, pero les ofreceremos una diferencia irreducible: una luz y una libertad únicas, una belleza que no dejará de interpelar a todos.