Dame de beber - Alfa y Omega

Dame de beber

Tercer domingo de Cuaresma

Carlos Escribano Subías
Jesús y la Samaritana (detalle). Mosaico de la basílica de San Apolinar Nuevo, de Ravena

La escena que se desarrolla en el pozo de Sicar está llena de propuestas sugerentes para el camino cuaresmal. El Señor ofrecerá a aquella mujer un agua viva que introduce en la vida eterna. Esta agua es imagen del Bautismo que, como a la Samaritana, Jesús nos ofrece siempre como un don inmerecido. En el Bautismo, el hombre muere al pecado y es engendrado a una vida nueva en el Resucitado. Ése el sentido de este fecundo diálogo entre Cristo y aquella mujer pecadora que se ve sorprendida por el proceso interior en la que el Señor la sumerge.

La petición de Jesús a la samaritana: Dame de beber dirige rápidamente nuestra mente al momento en el que Jesús pende agonizante en la cruz. Tengo sed serán entonces sus palabras, recogidas también por san Juan. En ambos momentos Jesús se presenta mendigando agua ante el hombre. Uno y otro están íntimamente relacionados.

Aquella mujer llega al pozo de Sicar al mediodía, cuando más calor hace y más fuerte es su sed. La samaritana es imagen de nuestra pobreza humana, de nuestra sed, en su máxima expresión. Las gentes de Samaría eran reprobados como herejes y habían perdido su dignidad religiosa; como mujer gozaba de escasa dignidad civil, y como pecadora pública había perdido su dignidad moral. Jesús se conmueve ante la pobreza e ignorancia de aquella mujer respecto a la vida verdadera y toma la iniciativa de remediar su condición. La ternura del Corazón de Cristo le mueve a anticiparle un misterio que estaba reservado para la hora del Calvario: la sed de Cristo. El Señor no tiene sed de agua ni de vinagre. Él tiene sed de nuestro amor. Tiene sed de que tengamos sed de Él.

La iniciativa de Jesús es profundamente aleccionadora para el evangelizador actual. Él no reprocha nada de entrada a aquella mujer. Se pone a su lado y la va conduciendo pacientemente de la mano por un camino que la lleva a encontrase a sí misma y, al hacerlo, se encuentra con Dios.

El proceso que la Samarita recorre es sorprendente. En primer lugar, no se cree lo que le está pasando y no da crédito a que alguien se aproxime a ella desde la gratuidad del amor, sin buscar nada a cambio. ¿Cómo puede amarme éste a mí, si él es judío y yo samaritana? Ése es el primer paso. Convencernos de que Dios nos ama, que sale a nuestro encuentro precisamente donde pecamos y flaqueamos. Ahí es donde pronunciará su suplica: Dame de beber, tengo sed de tu amor.

El camino de la conversión es un camino arduo. Conlleva situarnos ante la cruda realidad de nuestra vida y de nuestro pecado por muy dolorosos que sean. La mujer va descubriendo su verdad ante Jesús. Lo hace pausadamente, dando tímidos pasos: No tengo marido. Pero Dios quiere desvelar toda la verdad, pues sólo desde un cimiento firme se puede edificar un proyecto nuevo que vivifica: Has tenido cinco, y el de ahora no lo es. Al ponerla ante la verdad de su vida, la mujer se convierte.

El Señor quiere devolvernos toda nuestra grandeza de bautizados, de hijos de Dios. No tengas miedo y abre tu corazón herido al Señor en esta Cuaresma. Sólo Él puede sanarlo.

Evangelio / Juan 4, 5-42

En aquel tiempo llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y Él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contesta: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, Él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo».