La generación del rollo pide aprender a amar - Alfa y Omega

La generación del rollo pide aprender a amar

Cada fin de semana, miles de adolescentes buscan diversión sin compromiso, a través de relaciones y contactos sexuales fugaces. No es una cuestión de hormonas sin consecuencias. Como alertaron numerosos expertos en el V Congreso Nacional de la fundación Educatio Servanda, esta ruptura entre afectividad, deseo, sexualidad y amor causa heridas muy profundas. Ante esto, la propuesta del amor humano que lanza la Iglesia devuelve la esperanza a quien se siente perdido

José Antonio Méndez
«El fenómeno del lío de fin de semana está muy vinculado a la banalización de la diversión y a huir de la responsabilidad de los propios actos»

Rebeca tiene 15 años y el otro día le contó a su profesora de Literatura, entre lágrimas, que lleva una temporada larga mintiendo a sus padres, porque ha estado saliendo con un chico mayor de edad con el que «ha hecho de todo», y con el que se ha juntado con compañías nada recomendables: «He visto de todo: drogas, gente en coma etílico, putas… Ahora soy yo la que está enganchada a los porros y no sé qué hacer. Ya no soy la misma». A su ex novio, que también está enganchado a las drogas, sus padres lo han echado de casa y se ha quedado solo porque sus amigos le han dado la espalda por cómo trata a las chicas. También Alicia, de 13 años, está pasando una racha malísima, pero por la fama que se ha extendido en su entorno, después de que se haya liado con varios chicos en muy poco tiempo y de que haya empezado a ir a clase vestida de femme fatal. La gota que ha colmado el vaso y que ha llevado a sus padres a buscar ayuda profesional ha sido que un chico con el que estuvo de rollo, filtró en su entorno unas imágenes de móvil en las que Alicia aparece sin ropa. Raúl, que tiene 11 años, hace unos meses rompió a llorar en clase por una tontería. Cuando su tutor habló con él, descubrió que sus padres se están separando, que su hermana mayor tiene problemas de bulimia y se ha intentado suicidar, y que, como no hay nadie en casa a la hora de la comida, él tiene que cuidar de ella justo en las horas críticas.

Estos casos tienen tres cosas en común: primero, que son reales y se han dado en el mismo centro escolar de una zona acomodada de Madrid, en este mismo curso; segundo, que todos los nombres son ficticios para preservar la identidad de los menores; y tercero, que revelan a la perfección en qué consiste la emergencia afectiva sobre la que versó, el pasado sábado, el V Congreso Nacional de Educadores Católicos, que organizó la fundación Educatio Servanda en el colegio Juan Pablo II, de Alcorcón. Y como se ve, el tema —bajo el enunciado Educar la afectividad, educar en el amor— no podía estar más pegado a la realidad.

Adolescentes viejos

Quienes conocen el día a día de los jóvenes, no sólo como espectadores, sino por acompañarlos, profundizar en sus problemas, descubrir sus causas y proponerles soluciones, explican por qué situaciones como las descritas son tan frecuentes. Como explicó durante el Congreso doña Begoña Ruiz Pereda, monitora de educación afectiva y sexual de la fundación Desarrollo y Persona, y máster en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Pontificio Instituto Juan Pablo II, «la propuesta sobre relaciones personales que la sociedad lanza a los adolescentes y a los jóvenes» está tan centrada en el egoísmo y en la genitalidad que, al vivirla, «genera adolescentes envejecidos de forma prematura, que no confían en las personas y con muchas dificultades para reconocer el valor real de sí mismos». Y no es algo aislado, sino que, como constató doña Patricia Sánchez, monitora del programa de formación afectivo sexual Teen Star, «cada vez llegamos a más chicos que tienen el corazón roto, que han experimentado en sus carnes unas relaciones humanas desvinculadas del amor, de la fidelidad y de la afectividad, y que están destrozados».

La generación del rollo

Son la generación del rollo. Y no es que antes no hubiera jóvenes que cambiaran de pareja cada fin de semana; es que ahora, eso que era raro o esporádico, es la norma común. La doctora doña María Eugenia Huete, del Centro de Orientación Familiar de Getafe, explica que, «incluso los chavales que están bien formados y que quieren vivir el amor humano como reflejo del amor de Dios, tienen muchas dificultades para hacerlo. Te dicen: Sí, eso está bien, pero cuando mi novio o mi novia me dice que nos acostemos, o que nos masturbemos, ¿qué hago, qué digo, cómo paro, por qué voy a parar, cómo puedo vivir otra forma de relacionarme con los demás?».

Un batiburrillo de sexo y amor

Aunque algunos piensen que la promiscuidad en la pubertad es divertida o inocua, cosas de críos y de hormonas, «el fenómeno del lío de fin de semana –explicó doña Begoña Ruiz– tiene consecuencias cada vez peores, porque está muy vinculado a la banalización de la diversión, a huir de la responsabilidad de los actos, y además lleva implícito el consumo de alcohol para evitar el pudor (que es una defensa natural del ser humano para evitar relaciones inadecuadas). Los jóvenes te explican que lo hacen porque, a veces, te diviertes y no te comprometes, pero lo malo es que, a veces, te quedas colgado y empiezas a sentir algo por alguien». Así, se genera una mezcolanza de sexo, sentimientos encontrados, enamoramiento, diversión y evasión, del que, como es lógico, salen atolondrados y escaldados.

Amar bien no es cosa de críos…

El reto de padres, profesores, catequistas y educadores es responder a la pregunta que lanzó el psicólogo don Jaime Serrada, de la fundación Gift and Task: «¿Qué hacemos contra este tsunami social que, aunque cerremos las puertas y ventanas de nuestra casa, se cuela por las rendijas de las persianas?» Pues no tratar sus sentimientos, deseos y afectos con frivolidad, sino «permanecer a su lado, anunciarles la verdad del amor humano y ser testigos de él, para que puedan decir: Quiero vivir como tú, me va a costar, pero sé que eso es lo bueno. A amar, se aprende amando».

Un momento del Congreso, al que asistieron más de 500 adultos y casi 200 niños

El profesor de la Universidad de Navarra don Pedro Juan Viladrich aportó al Congreso la experiencia de sus 85 años de vida, y de su saber como padre, abuelo y educador, para sintetizar en qué consiste el amor humano que propone la Iglesia, entendido como reflejo del amor de Dios. En una de las intervenciones más aplaudidas, Viladrich recordó que, hoy, tanto jóvenes como adultos «estamos extremadamente necesitados de que se nos quiera, pero muy poco capacitados y dispuestos para amar. Hambre todos tenemos, pero cocinar por los demás es otra cosa…». El motivo de esta incapacidad es que «el amor de verdad te lleva a pasar de una predilección por ti mismo, a una predilección por el otro. Eso es el amor de verdad: ser capaz de preferir al otro». Algo, claro, incompatible con el egoísmo materialista de una sociedad de consumo.

Formarse para amar

Eso sí, el amor no es inmolación, sino movimiento de ida y vuelta, que implica humildad y confianza, porque «se expresa en el don y la acogida —explicó Viladrich—. Si el don no es acogido, no puede realizarse plenamente, y viceversa, lo que supone que hay que conocerse uno mismo, y al otro como es, no como quiero que sea».

Una de las conclusiones del Congreso de Educatio Servanda fue la necesidad de formarse bien en la doctrina de la Iglesia sobre el amor humano, para conocerse a uno mismo, amar mejor y enseñar a amar. A fin de cuentas, y como concluyó Viladrich, «en la vida, nada es más importante que llegar a amar de verdad, no sólo como nos amamos a nosotros mismos, sino como Jesucristo nos amó, que es un referente mucho más objetivo».