Objetivo China: la nueva Ruta de la Seda pasa por Roma - Alfa y Omega

Objetivo China: la nueva Ruta de la Seda pasa por Roma

«¿Cuándo podré viajar a Pekín?». El Papa lo preguntaba constantemente, incluso cuando su salud lo había obligado a moverse en silla de ruedas. Era el gran deseo de Juan Pablo II, casi una obsesión. Y resume, emblemáticamente, la apuesta de la Santa Sede por mantener siempre abiertos los puentes con China. Ahora, la relación entre ambas partes afronta el desafío de dar un salto de calidad. Pero también de hacer cuentas con las crecientes resistencias, mientras Xi Jinping se empeña en abrir una ventana a Occidente con su ambiciosa nueva Ruta de la Seda

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa Francisco saluda a un grupo de fieles de China, al finalizar la audiencia general, en la plaza de San Pedro del Vaticano, el 5 de octubre de 2016. Foto: EFE/L’Osservatore Romano

El presidente chino acaba de realizar una visita oficial a Europa para promover un intenso programa de inversiones en la región. Pasó tres días en Italia, el primer país del G7 en firmar oficialmente un acuerdo institucional en torno a ese plan económico-comercial de largo alcance. Otras potencias, como Alemania y Francia, prefieren ser más cautelosas. Ven con desconfianza la voluntad expansionista china.

En este contexto geopolítico de alto voltaje, con la sombra crítica de Estados Unidos, la Santa Sede ha decidido apostar por el diálogo para construir el futuro de la Iglesia católica en ese país. Tras la firma, en septiembre de 2018, de un acuerdo provisional para el nombramiento de los obispos en suelo chino, era alta la expectativa por un posible encuentro entre el Papa y Xi Jinping durante la estancia de este último en territorio italiano. Pero la cita finalmente no se concretó, pese a la buena voluntad vaticana.

Lejos de considerarlo una bofetada a Francisco, altos funcionarios apostólicos piden paciencia e insisten en la necesidad de seguir adelante en el proceso de acercamiento. Uno de los más entusiastas es Antonio Spadaro, sacerdote jesuita y director de la histórica revista jesuita La Civiltà Cattolica. Consejero papal en varias materias, junto a los otros escritores de esa publicación, ha editado el libro La Iglesia en China. Un futuro que escribir, presentado esta semana en una concurridísima conferencia a la que acudió el primer ministro de Italia, Giuseppe Conte.

Las razones de la postura vaticana

En el prólogo, el cardenal secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, aclaró los motivos de esta voluntad por «escribir una página nueva para el futuro de la Iglesia en China», sin ignorar «los graves sufrimientos e incomprensiones vividas por los católicos chinos» en el pasado.

«La Iglesia en China necesita unidad, confianza y un nuevo empuje misionero», precisa el purpurado. Reconoce que aún permanecen abiertos muchos problemas para la vida de la Iglesia en ese país. El más urgente de ellos: la plena reconciliación entre los propios católicos chinos, los de la comunidad clandestina y aquellos que decidieron aceptar la intervención estatal en materia religiosa. «Por eso, es muy necesario que también en China se inicie progresivamente un camino serio de purificación de la memoria», señala.

Más adelante, Parolin explica los motivos más profundos de la búsqueda de colaboración con Pekín de parte católica, más allá de las incisivas críticas lanzadas desde diversos sectores, dentro y fuera del mundo católico.

«La universalidad de la Iglesia empuja a la Santa Sede a no nutrir desconfianza u hostilidad hacia algún país, sino a recorrer el camino del diálogo para superar las distancias, vencer las incomprensiones y evitar nuevas contraposiciones. El anuncio del Evangelio en China no puede estar separado de una actitud de respeto, de estima y de confianza hacia el pueblo chino y sus legítimas autoridades», establece.

Y constata: «Preocupada por las divisiones y los conflictos que atraviesan el mundo globalizado, la Santa Sede desea poder colaborar también con China para promover la paz, para afrontar los actuales graves problemas ambientales, para facilitar el encuentro entre las culturas, favoreciendo la paz y aspirando al bien de la humanidad».

Monseñor Celli, tercero por la izquierda, durante la presentación del libro de Antonio Spadaro (a su derecha) La Iglesia en China. A la izquierda, el general de los jesuitas, Arturo Sosa, y el primer ministro italiano, Giuseppe Conte. Foto: Eduard Habsburg

Contactos desde hace cuatro décadas

Ninguna de estas afirmaciones debería sorprender. Desde hace casi 40 años, la Santa Sede sostiene contactos más o menos formales con Pekín. Un observador privilegiado de ese proceso es Claudio Maria Celli, quien desde 1982 y durante varios años fue el responsable máximo del dossier China en la Secretaría de Estado.

Durante la presentación del libro de Spadaro, el también expresidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, relató sus encuentros con obispos chinos en el exilio sostenidos por encargo de Juan Pablo II. Recordó los «muchos años de dificultad, de sufrimiento y de tensiones» que emergían, «a veces en forma dramática», entre los miembros de las dos comunidades católicas. Y precisó que el Papa polaco jamás dio la espalda a aquella intrincada situación.

Las ordenaciones episcopales sin la aprobación papal, y por tanto ilegítimas, habían comenzado en 1958, pocos años después del triunfo de la revolución cultural liderada por Mao Tse Tung. Ya para los años 80, la Santa Sede recibía constantemente peticiones de estos obispos pidiendo ser legitimados. Sus cartas manifestaban un agudo sufrimiento. «Ellos tenían un deseo fortísimo de ser auténticamente católicos y chinos», evoca Celli.

«Los contactos con las autoridades chinas comenzaron en el tiempo de Juan Pablo II. Fue un camino no fácil, marcado por tensiones. Había también una limitada confianza recíproca, un escaso conocimiento entre las partes, la dificultad de comprensión sobre la naturaleza y la estructura de los dos sistemas, las dificultades de comunicación. Pero emergía la exigencia de construir un puente, superando las naturales desconfianzas y cierta rigidez sobre los principios. Ambas partes éramos bastante dogmáticas», admite.

Entre mil dificultades, el diálogo se mantuvo. Jamás se interrumpió del todo y rindió sus frutos, tras casi cuatro décadas, en el acuerdo provisorio para el nombramiento de obispos firmado el 22 de septiembre de 2018. Para Celli, «indudablemente», entre ambas partes ha crecido la confianza recíproca.

«No tengo ningún temor frente a alguno que todavía avanza dificultades y críticas, a reconocer que existen elementos positivos de diálogo. Creo que existe una madurada conciencia de que el acuerdo provisorio es, sí, un punto de llegada pero, sobre todo, un punto de partida para un diálogo más concreto y fructífero, por el bien de la Iglesia en China y la armonía en interior del entero pueblo chino», abunda.

Y subraya que, gracias al acuerdo, hoy todos los obispos chinos están en comunión con Pedro y eso no es cosa menor. Porque se cerró así la «dolorosa experiencia» de los obispos ilegítimos. De esta manera, siguió, están dadas las condiciones para afrontar mejor los problemas pendientes.

A quienes aseguran que el régimen de Pekín toma el pelo a la Iglesia y al Papa, que la represión contra las comunidades cristianas continúa y que todo es parte de una pantomima política, Celli les responde con realismo: «No me hago ilusiones, el acuerdo es indudablemente un hecho positivo, pero el camino hacia la normalización de la vida de la Iglesia es todavía largo».

Concluye su reflexión citando un pasaje del documento Gaudete et exsultate, del Papa Francisco: «Pedimos al Señor la gracia de no dudar cuando el Espíritu nos exige dar un paso adelante. Pedimos la valentía apostólica de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer, de nuestra vida, un museo de recuerdos. En toda situación dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia desde la perspectiva de Jesús resucitado. En ese modo la Iglesia, en lugar de cansarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor».

Y añade: «[Este mensaje es] altamente programático para la vida de la Iglesia en China. No dudar cuando el Espíritu nos pide dar un paso adelante. Alguno dirá que soy demasiado optimista. Una cosa es cierta: jamás viví de ilusiones, pero de esperanza sí. Disponible a acoger las sorpresas del Señor, también en China».