Pilar Valdecantos, investigadora biomédica del CSIC: «Si todo fuera azar no podríamos hacer ciencia» - Alfa y Omega

Pilar Valdecantos, investigadora biomédica del CSIC: «Si todo fuera azar no podríamos hacer ciencia»

Después de doce años trabajando en bioquímica, Pilar Valdecantos (Madrid, 1975) todavía se ve «en los inicios de la profesión». Investigadora posdoctoral en el Instituto de Investigación Biomédicas Alberto Sols (CSIC-UAM) y el CIBERDEM, se dedica a investigar acerca de dos epidemias contemporáneas: la obesidad y la diabetes

María Martínez López
Foto: María Martínez López

¿Cómo llega a esta rama de la investigación bioquímica?
He tenido un recorrido un poco curioso. Empecé la doble diplomatura de Farmacia y Nutrición. Pero por enfermedades de mis padres dejé Farmacia y terminé deprisa Nutrición para ponerme a dar clase en un instituto. Eso sí, se me quedó la espinita clavada, y al fallecer mis padres me lancé a hacer el grado de Tecnología de Alimentos para poder hacer luego la tesis en bioquímica nutricional en la Universidad de Navarra. Siempre me ha gustado la rama biosanitaria, la fisiología y la endocrinología.

¿Con un grado de Nutrición tenía nivel para trabajar en bioquímica?
Cuando estaba en 5º del segundo grado me lancé a hacer unas prácticas en un laboratorio. Pregunté a José María Carrascosa eso mismo, y me dijo: «Mira, aquí todo se aprende. Es cuestión de leer». Al principio de Nutrición había mucha carga de bioquímica, y también había hecho algunas asignaturas de Farmacia. Y es verdad que teniendo una base, en un mundo tan especializado, si tienes ganas, te gusta y te sabes mover, se aprende.

¿Qué era lo que le apetecía hacer, como para tener esa espinita tan clavada?
Soy muy curiosa por naturaleza. Me gusta saber el porqué de todo. De pequeña, desmontaba las cosas para ver cómo funcionaban, cogía bichos y plantas para ver cómo eran… El cuerpo humano siempre me ha parecido un misterio impresionante: cómo todo está ordenado y funciona, y de repente una mutación pequeña puede desbaratar todo un organismo. Al verlo pienso «qué grande es esto». Siempre he tenido inquietud por dos áreas, la endocrinología y las neurociencias, porque ahí está la clave que regula todo lo demás. Tiré por endocrinología y nutrición, y luego la vida me ha llevado a tocar distintos temas.

¿Cuáles?
Todo depende un poco de dónde vaya habiendo financiación, qué perfiles busquen en los laboratorios… Durante bastante tiempo he trabajado temas del hígado; ahora estoy en una investigación muy interesante sobre obesidad y diabetes.

El hígado no parece el órgano más glamuroso del cuerpo humano, en comparación con el ojo, o el cerebro.
¡Pero es fundamental! Sí, es un filtro; pero es que el filtro lo es todo. Todo lo que entra por nuestra boca acaba pasando por ahí, incluido el alcohol y los medicamentos. De hecho, muchas veces lo que actúa no es lo que te tomas tú, sino el principio activo después de haber sido metabolizado en el hígado. Es también el responsable de regular si se acumula o se libera glucosa. Y depura toda la sangre. Si en vez de una esponja está como una piedra pómez, pierde esta función y de ahí vienen miles de problemas. En los casos de cirrosis, por ejemplo, se acumulan sustancias tóxicas que pueden llegar al cerebro y causar daños. Si el hígado falla, ¡cuidado! El cuerpo humano está diseñado muy sabiamente, y si no fuera un órgano tan vital, no sería el único que sabemos que es capaz de regenerar tejido sano y recuperar su funcionalidad. Una persona no puede vivir sin hígado, como no puede vivir sin páncreas, otro órgano al que no se hace mucho caso.

¿Se puede contar algo de ese proyecto tan interesante?
Colaboramos con una farmacéutica para hacer investigación básica con una molécula que ellos tienen ya en ensayos clínicos. Es una molécula que se sintetiza de forma natural en el intestino delgado, pero en muy poca cantidad y de forma muy inestable. La investigamos porque vimos que podía tener potencial en el tratamiento de la obesidad y la diabetes, y la verdad es que es impresionante. Están saliendo cosas muy interesantes sobre la grasa blanca y la grasa parda.

¿Tenemos grasa de distintos colores?
Sí. La blanca es la que conocemos todos, la que se acumula. Aunque últimamente se está viendo que también tiene un papel muy importante de regulador metabólico sobre otros tejidos. Pero en algunos mamíferos, y hace diez años se descubrió que también en humanos adultos, hay otro tipo de grasa, la parda. Normalmente su quema se activa por el frío, pero si consigues estimularla aumenta el gasto metabólico, y esto hace que se queme más grasa y se pierda más peso. Por otro lado, se ha descubierto que también en la grasa blanca hay pequeños depósitos de células con esa función. Ahora mismo mucho potencial de la terapia en obesidad está ahí.

Parece la solución para una de las principales epidemias contemporáneas.
Hasta hace poco, la obesidad ni siquiera se reconocía como enfermedad en sí misma en la sanidad; solo por sus complicaciones. Influye mucho en el cáncer, en enfermedades cardiovasculares, hígado graso, diabetes… Está ligada a muchos factores: genéticos (con implicación de muchos genes), ambientales, de hábitos y costumbres… Por eso es muy difícil reducirla, sobre todo con obesidades de largo recorrido o mórbidas. Se conoce muy poco, y es muy difícil encontrar dianas terapéuticas. Hoy en día no hay más terapia que la cirugía bariátrica, pero se está prestando mucha atención a intentar activar esas células que queman grasa para evitar el quirófano.

¿Se perderá peso sin recuperarlo?
Se está intentando hacerlo más sostenible posible, aunque tenga que ser un tratamiento de por vida, seguramente inyectable, como la insulina de los diabéticos. Y tendrá que ir acompañado por un cambio en los hábitos de vida y alimentarios. Si se cambian, no hay efecto rebote; si mantienes los que tenías, sí. Estos fármacos suplirán la pérdida de los quizá 60 kilos que hace posible la cirugía y te modificarán el metabolismo para que con una dieta normal seas capaz de mantener esa pérdida de peso. Y tienen un efecto muy positivo sobre la sensibilidad a la insulina.

Obesidad, diabetes… Está claro que los hábitos son fundamentales. ¿Estamos enfermando de abundancia?
Son muchas cosas. Pero en gran parte estamos enfermando de capricho, de ego. Por otro lado, vivimos para trabajar porque necesitamos el dinero. Eso nos lleva a un estrés mantenido, el gran olvidado de este tema, y nos impide dedicar el tiempo necesario a la preparación e ingesta de alimentos. Así que tiramos de productos prefabricados, generalmente con más grasas. Sales de casa corriendo para soltar a los niños en la guardería a las ocho y vas al trabajo con un tupper en el que has puesto lo que has podido. Comes en media hora en un ambiente ruidoso, sales corriendo, recoges a los niños… No tienes tiempo para hacer deporte, pero como te han dicho que es sano te estresas para ir al gimnasio a las nueve o las once de la noche. Nos hemos desquiciado un poco. Tenemos que parar y reequilibrar nuestra vida personal y familiar, incluido el rol que tiene cocinar y comer. No nos vamos a ir todos al campo a comer lechugas ecológicas (que están muy bien). Pero hay que poner algo de racionalidad.

Además de la relación obvia entre ingesta de grasas, sedentarismo y obesidad… ¿cómo afecta esto a la salud?
Somos como una casa que hay que mantener caliente. Antes el combustible era el carbón, ahora el gas natural. No se te ocurre echar al fuego las mesas y los ladrillos, porque te quedas sin casa y se llena todo de humo malo. En nuestro comer mal suele entrar comer mucho a mediodía o por la noche y no desayunar ni comer a otras horas. Así que el cuerpo hace economía de guerra: lo sabe y aprovecha todo al 100 %, acumulando grasa. Es, además, comida con mucha grasa escondida y un exceso de proteína. La grasa se acumula no solo en los depósitos grasos, sino también en otros sitios como los músculos (incluido el corazón) y el hígado. Eso daña los tejidos. Si el hígado funciona mal, el páncreas tiene que secretar más insulina y se sobrecarga. Este órgano, además, está preparado para secretarla poco a poco. Si le damos golpes fuertes de azúcar tiene que secretar más y el exceso de azúcares se acumula en forma de grasa. Tener la casa a 12º C y de repente querer ponerla a 19º C (con una comida fuerte) no es sostenible. Pero si comes varias veces y en todas hay un poco de hidratos de carbono, el cuerpo se va manteniendo.

En torno a los hidratos hay mucha guerra.
En alimentación se cumple lo de Aristóteles de que la virtud está en el término medio. Los hidratos sencillos (azúcares, mucha cantidad de fructosa) no son buenos en exceso. Pero los complejos, ligados a cereales integrales, legumbres (la famosa dieta mediterránea) no se absorben inmediatamente, sino que el cuerpo los tiene que digerir, y la energía se va liberando poco a poco. Si lo que tomo es bollería industrial, una Coca-cola o un zumo artificial, le estoy dando de golpe unos cuantos gramos de azúcar que entran directamente, y como no lo consumo el organismo lo acumula. El problema es que todos pensamos que sabemos comer y no es así.

Y el caos aumenta cuando cada médico recomienda una dieta distinta…
Es que para eso existen los nutricionistas y los endocrinos especializados en nutrición. No todo el mundo sabe de metabolismo, es muy complejo.

Entre tantas dietas, algunas proponen momentos de ayuno o comer menos carne. Algo muy parecido a nuestra Cuaresma. ¿Tienen estas prácticas una base biológica que las haga además saludables?
Sinceramente, creo que no. Su sentido es otro. Pero humanamente sí te ayuda privarte de vez en cuando de cosas, para tener autocontrol sobre tu ingesta. El ser humano es el único animal que come más allá de lo que necesita, porque le gusta. Somos espirituales, tenemos voluntad y libertad, no estamos dominados por nuestros instintos. Y, en caso de abundancia vamos contra ellos.

En su día, la diabetes se esgrimió para promover la investigación con células madre embrionarias. ¿Ha dado algún fruto?
En Andalucía, el grupo de investigación que dirige el exministro Bernat Soria sí ha sacado algo. Pero el tema de las células madre embrionarias tiene muchos peros técnicos, aparte de los éticos. En ciencia básica es relativamente fácil investigar con ellas. Pero tienen demasiado potencial, y son muy ingobernables. Por eso en investigación clínica hay muy pocos ensayos que hayan llegado a algo. En cambio, las células pluripotentes inducidas descubiertas en 2006 por el científico Shinya Yamanaka, lo que le valió el Nobel de Medicina en 2012, han abierto un camino que quita los problemas éticos (no estás manipulando un embrión humano) y muchos de los técnicos. Esta línea puede ser muy importante. Hubo una época que me emocioné con él y lo seguí bastante.

¿Qué le atraía?
Él es científico, no filósofo. Trabajaba con células embrionarias de ratón. Pero al ver embriones humanos in vitro reaccionó, al darse cuenta de que sus hijas habían sido eso. Vio que no podía sobrepasar ese límite, y eso le llevó a buscar otras vías. En este mundo, da la sensación de que la ética es una cortapisa. Y a veces no lo es, solo te marca los límites que existen; pero te puede ayudar a avanzar por otra vía. A Yamanaka, le llevó a romper un paradigma, el que afirmaba que las células no se pueden reprogramar.

Luego están las células troncales adultas.
La mayoría de los tejidos tiene células que no pueden convertirse en todos los tipos de células, pero sí en los de ese tejido en concreto. Yo he trabajado con algunas de ellas. El problema es que no sabemos de momento cómo activarlas, lo estamos investigando. Un hándicap que tienen es que no todos los enfermos disponen de tiempo para extraerles estas células, reprogramarlas, cultivarlas… Yo creo que casi todas las aplicaciones van a ir más en la línea de las iPS. No entiendo que estemos todo el rato hablando de no investigar con animales y sí lo hagamos con seres humanos. Claro que hay que respetar al animal, usar los menos posibles, lo menos complejos posibles y hacerles sufrir lo menos posible. Pero me llama la atención que esto mismo no se plantee del embrión humano.

Hablaba antes del asombro por lo bien diseñados que estamos. ¿Todos los científicos lo ven?
A todo el mundo le asombra lo poco que conocemos y que todo encaje tan bien. El tema es en qué sentido te asombra. A mí me preguntan cómo siendo científica tengo fe. Y yo les respondo que cómo siendo científicos no la tienen. Algunos dicen que la ciencia lo llegará a explicar todo. Puede que sí, pero no va a crear esa realidad. El científico conoce cómo funciona lo que ya existe en la naturaleza. O lo crea, pero imitándola. La técnica del CRISPR de edición genética, tan en boga ahora y que tiene un potencial brutal para bien o para mal, aplica un sistema de reparación genética de las bacterias. Pero eso ya existía. ¿Quién lo puso? ¿Quién ha puesto este orden? A veces pienso que hay que tener más fe para creer en el azar que en Dios.

Parece que no logra entender esa visión.
A veces intento mirar las cosas desde su perspectiva, todo lo objetivamente que soy capaz, que no es del todo. Y me sorprende mucho que el azar pudiera ser capaz de que todo funcione tan bien. Lo que es obra del azar son las mutaciones, que muchas veces hacen que las cosas vayan mal. Creo que lo que nos pasa en parte es el pecado original, querer ser como dioses y ser quienes pongamos las normas. Pero las normas de la materia están ahí. Si en la naturaleza todo fuera azar, si no hubiera leyes, no podríamos hacer ciencia. La ciencia se basa en el orden.

Un tema muy de moda es la brecha entre la mayoría de mujeres que hay en ciencia y la minoría en puestos de responsabilidad. ¿Hay discriminación o estamos menos preparadas para dirigir?
Mi hipótesis es que vivimos en una sociedad masculina, hecha para hombres con los criterios de los hombres. Y se busca un modelo de liderazgo masculino. Pero, bajo mi punto de vista, el problema es que ahora mismo mucho de lo que se está intentando es encajar a la mujer en este mundo de hombres. Y no, hay que crear un mundo en el que los valores femeninos y el modus operandi de la mujer se tengan en cuenta. Sin poner cuotas, pero valorando lo que la mujer aporta que el hombre no. Y no pasa nada, ellos aportan otras cosas. En el laboratorio somos todo mujeres y un hombre, y a veces decimos «Por favor, que venga un chico», porque a veces te viene bien el punto de vista masculino. La mujer tenemos unas capacidades que son fundamentales en ciencia: la capacidad de relacionar conceptos, de gestionar las relaciones humanas. Quizá somos peores gestoras, pero es que no todo es gestión. Mientras no se busque un liderazgo que combine las características de hombres y mujeres… Yo creo que esta inercia se llegará a vencer en el futuro. En este edificio somos el 80 %, y la mayoría de investigadoras principales también son mujeres.

¿Hay algún condicionamiento extra en el mundo científico?
En España, como hay tan poca inversión, para llegar a los primeros puestos tienes que ser el mejor de los mejores, no hay sitio para los segundos. Para eso, te dejas tu vida personal por el camino. Y me parece que esa faceta es más importante para la mujer que para el hombre. Por desgracia, porque debería ser igual.

Llegamos al tema de la conciliación.
Al final, para conciliar hay que renunciar. Que me enseñen quién ha conciliado sin renunciar a nada en ninguna parcela. No puedes ser el top en tu trabajo y pasar tiempo con tus hijos, recogerlos del colegio y hacer con ellos los deberes. Cómo hacerlo tiene que ser una decisión de la pareja, viendo quién tiene más proyección laboral y para quién es más importante. Cada vez hay más parejas que conciben que sacar la familia adelante es cosa de dos. Por otro lado, es verdad que con los sueldos actuales es muy difícil conciliar (salvo que llames conciliar a que a tu hijo lo críe otra persona) y llegar a un mínimo de vida personal y familiar. Como decíamos antes, tenemos que parar y plantearnos que para que una persona trabaje bien es fundamental que tenga una vida personal estable, y eso es muy difícil trabajando doce horas diarias.

Ha dicho alguna vez que para usted es un modelo Guadalupe Ortiz de Landázuri. ¿Qué es lo que, como científica, le inspira más de ella?
Primero, fue una pionera. Cuando se lio la manta a la cabeza para estudiar Químicas, en su clase eran solo cinco. Estaba mal visto. Tenías que ser una revolucionaria. Luego me impresiona que fue capaz de aparcar su carrera por cosas que consideraba más importantes; pero nunca se desenganchó. En sus biografías se lee cómo siempre tenía un libro y artículos de química; en México en los años 50, que no es como ahora que con un clic te los descargas de internet. Para eso hace falta tener mucha inquietud. Cuando ya con una edad tuvo el valor de intentar reengancharse, sacó una tesis (y no mediocre, consiguió una patente), logró una cátedra de instituto. Me impresiona, porque en ciencia te coges una baja de tres meses y te oxidas. Veo cierto paralelismo con mi situación, y sé lo que cuesta.