La oscuridad como don - Alfa y Omega

La oscuridad como don

John Hull «nunca se preguntó por qué se quedó ciego, ni esperó curarse. Su relación con Dios se hizo más profunda», cuenta la viuda de este profesor australiano, protagonista de la película Contemplación

María Martínez López
Simone Kirby y Dan Skinner ponen rostro a Marilyn y John Hull en Contemplación, aunque sus voces son las del matrimonio real. Foto: Bosco Films

John Hull (1935-2015) perdió la vista definitivamente en 1980, el mismo mes que nacía su segundo hijo. Había intentado huir de la ceguera desde los 13 años, pero en ese momento se centró en salir adelante. Quería seguir dando clase de Educación Religiosa en la Universidad de Birmingham, y como en esa época no había libros serios editados para ciegos en Inglaterra, reclutó a un equipo de personas que le grababan libros enteros en cintas de casete. La parte más importante de su viaje, con todo, comenzó tres años después, cuando decidió dar un uso distinto a las cintas: recoger, en 16 horas de grabación, sus reflexiones, sentimientos y vivencias a lo largo de varios años.

Este material es el esqueleto de Contemplación (Notes on blindness), la película cuasi documental de Peter Middleton y James Spinney, ganadora de un Emmy en 2015 y que acaba de estrenarse en España en versión ampliada. Marilyn, su esposa, recuerda para Alfa y Omega que John sintió esa necesidad «al perder toda percepción de la luz», algo que afectó bastante a su estado de ánimo. «Al principio de la ceguera, había muchos problemas que resolver. Tenía que estar pendiente de cantidad de cosas, aprender a desenvolverse…». Llegó a tener bastante autonomía, pero perder toda referencia visual le obligó a mirar a la cara a lo que le estaba sucediendo.

Y lo que le ocurría era la oscuridad exterior… pero también interior. No metafórica, sino muy real. Se dio cuenta de que incluso sus recuerdos se iban desvaneciendo, y le daba miedo que estar en un mundo tan distinto acabara distanciándolo de Marilyn. Fue un momento de lucha. Hasta entonces, se había prometido aprender a vivir con la ceguera pero no aceptarla, porque «sería como si mi voluntad de resistir se rompiera». De hecho, emprendió con toda la familia un viaje a su Australia natal para intentar reencontrarse con sus recuerdos. Al final, se dio cuenta de que el esfuerzo por recordar imágenes le estaban pasando factura. «Y decidió dejar de intentarlo –cuenta su mujer–. Se dio cuenta de que era una especie de nostalgia», y él tenía que vivir en la realidad: «no como una persona vidente que ha dejado de ver, sino como un ciego».

La Biblia bajo una nueva luz

Hijo de un pastor metodista, la fe jugó un papel muy importante en este camino. «Su relación con Dios cambió, se renovó y se hizo más profunda. No se preguntó nunca por qué le ocurría eso a él, ni esperó curarse físicamente. Estas cosas pasan: enfermamos, morimos, y la fe no te protege de ello». Pero sí se enfrentó a dificultades. «Tuvo que reconstruir completamente su forma de leer la Biblia, porque allí la ceguera aparece como un castigo, algo que evitar, que causa lástima». Este proceso también le volvió mucho más «político». «Un hombre blanco, de clase media y bien formado pasó a vivir una cierta forma de marginación. Y eso hizo que se interesara más por la justicia».

Otro cambio es que, aunque siempre había sido una persona «alegre, ligera, con la que era agradable estar, cada vez venía más gente a hablar con él. Muchos le decían: “Es muy fácil hablar contigo, porque como no me ves, no puedes juzgarme”. Gente que se sentía vulnerable veía en él a alguien que estaba a su mismo nivel, y dispuesto a atenderlos». Este nuevo tacto para con las personas, comparable a «la belleza que había en cómo descubría los detalles de las cosas tocándolas», formaban parte de «todo un mundo de cosas distintas que tuvo que empezar a apreciar, al tiempo que profundizaba en otras y en sí mismo». Por eso, pudo llegar a afirmar que su ceguera era un don. «Fuimos muy afortunados», concluye Marilyn.