Siete medidas para acoger la discapacidad en las parroquias - Alfa y Omega

Siete medidas para acoger la discapacidad en las parroquias

La forma de abordar la diversidad funcional ha cambiado. Las personas con discapacidad ya no son enfermas sino personas con voz y voto que exigen ser tratadas como adultas. Una demanda a la que las parroquias deben estar especialmente atentas

Rodrigo Moreno Quicios
Varias personas con discapacidad participan en una Misa en la plaza Mayor de Madrid por la Virgen de la Almudena. Foto: Archimadrid/José Luis Bonaño

Las parroquias son, a menudo, un lugar de referencia para las personas con discapacidad. Estas oficinas de la caridad tienen siempre las puertas abiertas y en ellas nunca falta la buena voluntad. Sin embargo, como advierte la Comisión de Discapacidad de la archidiócesis de Madrid, no basta la buena voluntad; a veces las parroquias presentan carencias importantes a la hora de acoger a estas personas. Por eso el Arzobispado de la capital elaboró un manual para enmendar errores: La persona con discapacidad y su lugar en la Iglesia. Guía para la acogida eclesial. Ahora, la Fundación SM lo imprime en papel para que llegue al resto de Iglesias españolas y el cardenal Osoro lo presenta el día 27, a las 19:00 horas, en el salón de Alfa y Omega.

Muchas parroquias ponen en práctica ya este cambio de paradigma. Conversamos con varias de ellas para sintetizarlo en siete propuestas prácticas.

1. Reconocer su protagonismo

Tradicionalmente, la discapacidad ha sido considerada una enfermedad. De hecho, hasta hace poco, la Delegación de Pastoral de la Salud era la encargada de atender a estas personas en la mayoría de las diócesis.

Para Víctor Hernández, esta forma de entender la diversidad funcional convertía a quienes la tuvieran una «en receptores de atención y no en protagonistas». Por suerte, según el coordinador de la Comisión de Discapacidad de la archidiócesis de Madrid, la visión ha cambiado en los últimos años. También en la Iglesia, que trabaja activamente para incluir plenamente a estas personas en la vida de la comunidad y no limitarse a ofrecerles servicios específicos.

Las parroquias que quieren unirse a esta misión deben vencer sus prejuicios, dejar de considerar a las personas con discapacidad como víctimas desvalidas y animarlas a encontrar su vocación. Como apunta Víctor Hernández, del mismo modo que un sacerdote puede ser ciego o sordo, las personas con discapacidad también pueden ser misioneras, formar una familia o colaborar activamente con Cáritas.

2. Adaptarse al diferente

Difícilmente podrán descubrir su vocación las personas con discapacidad si no pueden acceder a la iglesia. Por ese motivo, Víctor Hernández invita a facilitar la movilidad instalando ascensores y rampas en los accesos a los templos.

Es algo que conocen de sobra en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Ubicada en la localidad tinerfeña de Los Realejos, esta iglesia ha instalado en los últimos meses bucles magnéticos para mejorar la comprensión de los usuarios de audífonos, una pantalla y un proyector permanentes para poder seguir la Misa y varias rampas. De este modo, sus feligreses han conseguido que sea cada vez más accesible.

Pero la acogida de personas con discapacitados no consiste solo en retirarles obstáculos. El coordinador de la Comisión de Discapacidad madrileña subraya la necesidad de incorporar animadores litúrgicos que sepan «adaptar las celebraciones a cada persona». Dicho acompañamiento puede darse, por ejemplo, a través de un voluntario que describa las imágenes de un vía crucis a una persona invidente.

El proyecto Realidad San-Ba ayuda a profundizar en su fe a jóvenes con discapacidad intelectual. Foto: Parroquia San Basilio el Grande

3. Acercar la catequesis

Adaptar las celebraciones también significa hacer accesibles los sacramentos para las personas con diversidad funcional. Es algo a lo que ha dedicado 22 años Realidad San-Ba, un proyecto de la madrileña parroquia San Basilio el Grande que organiza Bautizos, catequesis de Primera Comunión y Confirmaciones para jóvenes con discapacidad intelectual.

«Muchos de los chicos que vienen a San-Ba no pertenecen a nuestra parroquia. Sus padres los traen en coche desde otros barrios de Madrid», explica José María Jiménez, uno de los creadores de la iniciativa. Así, Realidad San-Ba se ha convertido en un lugar de referencia para los jóvenes con capacidades diferentes y un modelo a imitar para otras parroquias. De abrir sus puertas a estas personas, podrían ofrecerles un servicio de proximidad y ahorrarles un viaje a ellas y a sus padres.

Es importante –añade– adaptar el material didáctico a las personas con discapacidad intelectual. Víctor Hernández anima a emplear con estos chicos pictogramas y contenido visual en vez de un libro de texto. «Quizá algunos no van a aprenderse los diez mandamientos de corrido, pero sí van a aprender lo que es el amor de Dios», asegura.

4. Una cuestión de visibilidad

No basta con reunir a personas con capacidades diferentes en los salones parroquiales una vez a la semana. Su presencia es también muy importante en las Misas dominicales y puede enriquecer a la comunidad. Cuando los usuarios de Realidad San-Ba participan en una celebración religiosa, según José María Jiménez, se puede sentir el amor de Dios. «Al rezar el padrenuestro, el sacerdote los invita a subir al presbiterio y se producen verdaderas carreras por ver quién llega el primero», cuenta.

Lejos de escandalizarse por estas licencias litúrgicas, Jiménez interpreta estos juegos como una forma natural de expresar la fe. «Viendo las ganas con las que acuden a las celebraciones, no se puede pensar otra cosa», opina.

También Víctor Hernández recomienda mirar con cariño y sin juzgar esta forma de relacionarse con Dios. Además, pide a los feligreses que abran su mente y sean «capaces de adaptarse a las realidades concretas de las personas».

Cofrades de la hermandad del Rocío de Montequinto (Sevilla) traducen la Misa a lengua de signos. Foto: Pepe Ortega

5. Discapacitar la dirección

Luis Gonzalo Fernández lleva diez años trabajando como diácono permanente en la parroquia Santa María del Silencio, una iglesia famosa en Madrid por su larga trayectoria atendiendo a personas con discapacidad auditiva. «Caí por mera curiosidad en el mundo del sordo y poco a poco el Espíritu Santo me fue guiando hasta que llegué aquí», recuerda Fernández.

Su iglesia tiene algo que la hace diferente al resto. «La dirección de la parroquia es sorda», explica el diácono. Contar con un equipo de gobierno de estas características ayuda a tener en cuenta a las personas con discapacidad auditiva. Así, Santa María del Silencio ha adaptado para sordos sus catequesis de Primera Comunión y Confirmación, Misas, cursillos prematrimoniales y bodas.

6. Salir de la comunidad

La atención a las personas con discapacidad no se limita a los feligreses que cada domingo van a Misa. Las parroquias también atienden a muchas personas que, aunque no santifiquen las fiestas, forman igualmente parte de la comunidad. Son los usuarios de Cáritas y otros servicios parroquiales. Si normalmente estas personas ya viven situaciones de exclusión, cuando sus problemas se combinan con una discapacidad son especialmente vulnerables.

Santa María del Silencio se beneficia del Fondo de Ayuda Europea para los Más Necesitados, y por ello puede repartir alimentos que Cruz Roja le envía para personas que llaman a su puerta. Y como la parroquia cuenta con una larga tradición atendiendo la discapacidad, gran parte de sus beneficiarios son sordos o sordociegos.

Aún hay otras maneras de salir a las periferias para esta parroquia. Hace año y medio, varios feligreses participaron en la redacción de la guía para la acogida de la discapacidad publicada por la archidiócesis madrileña. Allí no solo exigían condiciones dignas para ellos mismos, también luchaban por otras muchas personas que nunca han ido a su iglesia pero también merecen atención.

Todos los catequistas de Santa María del Silencio saben lengua de signos. Foto: Parroquia Santa María del Silencio

7. Llamarlos por su nombre

En tiempos de creciente sensibilidad, la forma de dirigirse a las personas con discapacidad está cambiando a toda velocidad. Si hace unos años lo correcto era llamar minusválidos a estas personas, hoy en día es considerado un término hiriente. Al margen del debate sobre las nomenclaturas, Víctor Hernández tiene una opinión muy clara sobre este tema: «Lo ideal es empezar a llamar a la gente por su nombre».

Para el sacerdote, «poner nombre supone reconocer la dignidad de la persona». Y es precisamente por nuestro nombre como Dios se dirige a cada uno de nosotros. También a las personas con discapacidad pues, como Hernández recuerda, «Dios nos ama por quiénes somos independientemente de nuestras capacidades».