El cónclave más rápido de la era contemporánea - Alfa y Omega

El cónclave más rápido de la era contemporánea

El 2 de marzo de 1939, día de su 63 cumpleaños, el cardenal Eugenio Pacelli era elegido Papa bajo el nombre de Pío XII, dando así comienzo a uno de los pontificados más fructíferos de la Historia contemporánea de la Iglesia. Ocho décadas después, los antecedentes y el desarrollo de aquel cónclave siguen suscitando un profundo interés debido a la excepcional personalidad del Papa Pacelli

José María Ballester Esquivias
El Papa Pío XII imparte la bendición desde el balcón de la Logia del Vaticano, tras su coronación, en marzo de 1939. Foto: ABC

Eran las cinco y 27 minutos de la tarde del 2 de marzo de 1939 cuando el cardenal protodiácono, Camillo Caccia-Dominioni, apareció en el balcón de la basílica de San Pedro para, según la fórmula en vigor, anunciar el nombre del nuevo Papa: el elegido era el cardenal Eugenio Pacelli, hasta hacía unos días secretario de Estado del difunto Pío XI, que fiel a la memoria de su predecesor eligió llevar su mismo nombre. Poco antes, Caccia-Dominioni, siempre según la costumbre establecida, le preguntó, aún en la Capilla Sixtina, si aceptaba su elección como Sucesor de Pedro. «Su voto [el de los cardenales] es, evidentemente, la expresión de la voluntad de Dios. Acepto», dijo Pacelli, antes de añadir: «Encomiendo mi debilidad a vuestras oraciones». Según recordó algún tiempo después el patriarca de Lisboa, el cardenal Manuel Gonçalves Cerejera, Pío XII «aceptó, pero me daba la impresión de que lo hacía como un cordero que se inmolaba».

De esta manera culminaba un cónclave con unos rasgos muy propios: era la primera vez en tres siglos que un secretario de Estado saliente era elegido Papa. También era la primera vez que todos los cardenales americanos participan al completo en un cónclave «gracias a los modernos transatlánticos y al hecho de que en la convocatoria para el inicio del proceso de elección se tuvo en cuenta el tiempo necesario para los viajes», tal y como señala el vaticanista Andrea Tornielli en su monumental biografía de Pío XII. Además, a Pacelli, en su condición de camarlengo, le incumbía la organización del cónclave, tanto en sus aspectos logísticos –cerró las puertas de la Capilla Sixtina antes de su inicio– como en el desarrollo de las votaciones. Por último, pero es un aspecto esencial de este cónclave, fue el más rápido de la era contemporánea. El cónclave de 1978, que eligió a Juan Pablo I, solo duró un día, pero fueron necesarias cuatro votaciones, frente a tres en el de 1939.

Este hito no significa que la elección de Pío XII no estuviese desprovista de complejidades: en la primera votación el nombre de Pacelli logró congregar una treintena de apoyos. Un número todavía insuficiente, pero lo suficientemente importante como para disipar sobre el desenlace del cónclave. En la segunda, según algunas fuentes, habría obtenido 40 o 42 votos –los suficientes para ser proclamado Papa–, si bien otras desmienten que los obtuviera. Un extendido bulo indica que en la tercera votación obtuvo todos los votos de los presentes salvo el suyo. Tornielli concluye que la opción más fiable es que obtuviera 48 votos, seis más de los requeridos. Pacelli ya era Papa.

«Miserere mei

Cosa muy distinta es que quisiera serlo o que su elección estuviera trazada de antemano. La bibliografía disponible admite varias hipótesis, sin que ninguna se haya documentado como para imponerse de manera irreversible. Está escrito en más de un libro que, una vez fallecido Pío XI, el cardenal Pacelli, al tiempo que se desempeñaba como camarlengo, ordenó a su personal de servicio, encabezado por la temible sor Pascualina, que clasificase su archivo y lo entregara lo antes posible a la Secretaría de Estado, dicasterio que había dejado de dirigir, ajustándose así a las directrices previstas por el derecho canónico en semejantes circunstancias. Una diligencia que se extendió al ámbito personal: también dio instrucciones de que se hicieran sus maletas para poder tomarse unas largas vacaciones en Suiza una vez terminado el cónclave.

Por otra parte abundan los testimonios de la estima que le profesaba Pío XI ante terceros y de cómo le animaba a viajar por el mundo para darse a conocer. Es más: en el consistorio de 1937, Pío XI, al imponer el birrete a los cinco nuevos cardenales, dio a entender que su sucesor estaba en la sala. El único cardenal, al margen de los recién nombrados, que estaba presente en aquel momento era Pacelli, que permaneció en silencio. Menos de dos años después, cuando surgió la fumata blanca, sor Pascualina deshizo las maletas inmediatamente. Eso sí, el nuevo Papa no paró de exclamar toda la noche: «Miserere mei!». Sabía lo que le venía encima.

Los nazis le detestaban

Pocos días antes del cónclave, el periódico nazi Das Reich, de nombre inequívoco, escribió, con especial delicadeza, lo siguiente: «Pío XI era medio hebreo porque su madre era una judía holandesa; pero el cardenal Pacelli es completamente hebreo». No le fue a la zaga el Berliner Morgenpost al día siguiente de la proclamación: «La elección de Pacelli no ha sido bien acogida en Alemania porque siempre fue hostil al nacionalsocialismo». Das Schwarze Korps, órgano oficial de las SS: «El nuncio y cardenal Pacelli nos ha demostrado escasa comprensión, por eso no le damos ningún voto de confianza; Pío XII no emprenderá otro camino». A buen entendedor…