Augusta: la historia de Sierra Leona que conmovió a Europa - Alfa y Omega

Augusta tiene 22 años y nació en una aldea de Sierra Leona. A los 12 años sus padres murieron y una falsa tía la traficó a la gran ciudad con la promesa de darle un hogar, familia y escuela. No cumplió ninguna de sus promesas y la puso a trabajar más de doce horas al día vendiendo agua y fruta en la calle. Siguieron los abusos, los golpes, los insultos cuando no vendía lo suficiente o cuando faltaba alguna moneda. Lo peor llegó una noche cuando el hombre de la casa quiso abusar sexualmente de ella.

La única solución fue escapar a las calles de Freetown, donde encontró a unas amigas que la introdujeron en el mundo de la prostitución infantil: «Es el único camino que tienes para sobrevivir», decía Augusta. Y fue un camino hacia el infierno…

Se sintió una mercancía usada, abusada y descartada. Una trabajadora social de Don Bosco Fambul la encontró durmiendo debajo de una mesa. Al principio rechazó escucharla porque pensaba que era otra falsa tía que quería volver a traficar con ella. Pero el cariño rompió la barrera de la desconfianza y entró en el programa Girls Shelter.

Don Bosco la ayudó a sonreír con palabras de esperanza: «No es culpa tuya. Dios te ama con locura y te cuida. Eres una obra maravillosa que ha salido de las manos de Dios…». Así, poco a poco, también volvió a confiar en Dios, en los demás y en sí misma. Terminó la Secundaria y aprendió a cocinar. Hoy tiene su pequeña empresa que vende comida en eventos y reuniones y sueña con abrir su propio restaurante en el corazón de Freetown para «darle trabajo a otras chicas que hayan pasado por su mismo infierno». A las niñas del Girls Shelter les enseña cocina y les dice: «Si Augusta lo ha logrado, cualquiera de vosotras puede hacerlo».

Del 18 al 27 de febrero participó en una gira europea con el documental Love. Se ha encontrado con el presidente del Parlamento Europeo, con la presidenta de Malta, con el rector mayor de los Salesianos y con el Papa. Les ha compartido su historia de dolor y esperanza, y los ha conmovido hasta las lágrimas. Al regalarle el libro Niñas sin nombre a la presidenta de Malta, esta le contestó: «No, ahora, gracias a ti, todas las niñas de Sierra Leona tienen rostro y nombre».

Y una voz que grita desde tierra africana: «Nuestras niñas son sagradas y nadie las toca».