Libros - Alfa y Omega

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Antonio R. Rubio Plo

La presentación en Roma de la versión italiana (ed. Cantagalli), de El Papa y el filósofo -libro ya publicado en Argentina, en lengua española, por la editorial Biblos-, que recoge una entrevista del periodista italiano Alver Metalli con el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré (1929-2009), ha traído a la actualidad a uno de los intelectuales sudamericanos más destacados del siglo XX, y amigo del cardenal Bergoglio. El futuro Papa alabó la obra de Methol con unas escuetas y certeras palabras: «Nos ha enseñado a pensar».

Methol es un autor a descubrir en esta Europa posmoderna, tan segura de sí misma y de vuelta de muchas cosas. Su formación inicial era la de tantos intelectuales empapados de cultura francesa, racionalista y laicista. Sin embargo, no se ancló en esos postulados, pues su espíritu, a diferencia de las erudiciones presuntuosas, era y fue siempre joven y, por tanto, con capacidad de sorprenderse. Ese carácter le llevó a deslumbrarse con la obra de Chesterton, el escritor que le condujo de la mano hacia el catolicismo en 1949. Me parece que los que se alegran por su propia existencia están muy cerca de la fe cristiana. El escritor inglés poseía esa alegría de ser, un regalo divino que suele completarse con otro más grande: la fe. Y quien tiene una fe auténtica, tiene que ser necesariamente agradecido. Esta actitud produce en Chesterton y Methol una percepción del cristianismo como una continua acción de gracias desbordante de alegría: por la vida, la fe, la creación, la Redención… No es casual que el Papa Francisco, admirador de ambos escritores, haya subrayado, en la Exhortación Evangelii gaudium (n.4), algunas referencias bíblicas sobre la alegría: Sofonías 3, 17, en la que Dios es un centro luminoso de fiesta y alegría, y baila por su pueblo con gritos de júbilo; y Eclesiástico 14, 14, donde leemos un paternal: «No te prives de pasar un buen día», una exhortación a vivir con alegría las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Su lectura habría encantado a un Chesterton que decía con desparpajo que Dios había querido que pasáramos buenos ratos y que él tenía la intención de pasárselo bien.

Methol se hace católico al ver en la Iglesia la realidad de unos seres humanos gozosos. No le habría convencido la actitud de desprecio por el mundo de algunos católicos, expuestos a caer en los rigores morales del jansenismo, que dio lugar en la Francia del siglo XVII a un peculiar tipo de comunidad, la de la abadía de Port Royal, cuyas religiosas fueron calificadas de puras como ángeles y de soberbias como demonios. Por el contrario, Methol nos señala otro camino: el de ser cristiano por gratitud. Coincidiría con Chesterton en algo que éste descubre en san Francisco de Asís: la mejor manera de dar es dar gracias. Una buena receta para la humildad, virtud esencial del cristiano. Un cristiano tiene muy claro que debe dar gracias a Dios. Así no cae en la paradoja observada por el pintor Dante Gabriel Rosetti que cita Chesterton: el peor momento del ateo es que se siente agradecido y no sabe a quién dar las gracias.