Consagración de la parroquia de San Juan Diego en Argentina - Alfa y Omega

Consagración de la parroquia de San Juan Diego en Argentina

Durante la misa de consagración del templo, el Papa Francisco hizo llegar un mensaje en el que expresó: «por medio de estas líneas quiero hacerme cercano y rezar junto a ustedes»

Carlos Villa Roiz

Se ha cumplido el sueño del Papa Francisco, de ver concluida la parroquia dedicada a San Juan Diego en Buenos Aires, Argentina que él comenzó cuando era Arzobispo de Buenos Aires. En esto coincidieron en señalar los cardenales Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, y el Arzobispo de Buenos Aires Mario Aurelio Poli, quienes agradecieron al Santo Padre Francisco el haber pensado en el indígena vidente del Tepeyac, para dedicarle un templo y ponerlo como ejemplo de humildad y sencillez, ante los fieles de esta ciudad suramericana.

Durante la misa de consagración del templo, el Papa Francisco hizo llegar un mensaje en el que expresó: «por medio de estas líneas quiero hacerme cercano y rezar junto a ustedes. Les agradezco todo lo que han hecho, todo el camino andado, tanta paciencia y esfuerzo. Recuerdo con alegría las misas celebradas en los meses de diciembre al aire libre. Muchos rostros y nombres para agradecer me vienen a la memoria el día de hoy, pero si empiezo a hacer la lista, además de ser larga, corro el riesgo de olvidarme de alguno… rezo por ustedes y por favor les pido que lo hagan por mí».

Por su parte, el Cardenal Norberto Rivera, quien celebró la misa de consagración del templo, dijo que «la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego no son exclusivos de México, porque ella se hizo presente para todos los moradores de estas tierras. Ojala que a través de Santa María de Guadalupe, todos tengamos un mayor conocimiento de Jesucristo».

El Cardenal Mario Aurelio Poli, agradeció la presencia del Cardenal Rivera Carrera en Argentina y entrevistado, dijo que el Papa Francisco preguntaba con frecuencia sobre los avances en la construcción del templo: «Tenemos esa alegría, que el Papa Francisco tiene hoy un gozo en Roma, y seguramente le enviarán las imágenes al Vaticano y verá con alegría la inauguración de esta parroquia que Él inició. Este templo, sin duda, unirá más al pueblo mexicano y a los devotos de la Virgen de Guadalupe aquí en Argentina. San Juan Diego será un hermoso puente de fraternidad con lo más austral del continente. Será un puente en los dos hemisferios».

El Embajador de México, en Argentina, Fernando Jorge Castro, entrevistado, habló de la hermandad entre ambos países, en este caso, a través de la fe: «los vínculos entre dos pueblos no solo se da a través de las autoridades gubernamentales, sino también de las eclesiásticas y de la fe», dijo.

En la ceremonia religiosa estuvieron presentes dos cardenales, 4 obispos y unos 30 sacerdotes, algunos de ellos mexicanos, como el Rector de la Basílica de Guadalupe, monseñor Enrique Glennie y Raymundo Maya, párroco de Santa María de Guadalupe Capuchinas, así como unas dos mil personas que escucharon la santa misa en el atrio y desde la calle, pues el templo tiene capacidad para unas 700 personas. Por esta razón, se colocó una pantalla gigante y se transmitió la ceremonia en circuito cerrado. Muchos de ellos acudieron con imágenes de la Virgen de Guadalupe y de San Juan Diego, en andas, provenientes de 40 parroquias.

También asistieron peregrinos de México, como la agrupación laical Unión de Voluntades, y algunas autoridades del gobierno de Buenos Aires, entre ellos, el Jefe de la Policía Metropolitana, Sr. Horacio Alberto Jiménez, y otros funcionarios, quienes estuvieron presentes durante la Santa Misa.

Al término de la misa, hubo un convivio familiar a través del folklor, pues varios grupos se presentaron, entre ellos, un mariachi.

Carlos Villa Roiz / SIAME, Arquidiócesis de México

Homilía pronunciada por el cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, en la Consagración de la Parroquia de San Juan Diego en Buenos Aires

Cuanto le hubiera gustado al Papa Francisco estar aquí en medio de ustedes, gozando con el recuerdo de las tareas para adquirir este espacioso predio, inserto en barrios jóvenes junto al Parque Iberoamericano, feliz recordaría el ver como ustedes comenzaron a congregarse en torno a una cruz y en torno a las imágenes de Santa María de Guadalupe y de San Juan Diego. Estaría emocionado al ver como aquella grandiosa carpa y aquel humilde salón con techo de chapa se ha convertido en este hermoso y funcional edificio en donde va creciendo la Parroquia por él erigida, diversificando la catequesis y mostrando el amor misericordioso y la caridad hacia los más pobres y excluidos. Desde aquí lo saludamos, le agradecemos sus inspiradas iniciativas, le decimos que oramos por él y que es mucho lo que lo amamos.

He venido de muy lejos, para acompañar al Señor Cardenal Mario Aurelio, y a mi querido hermano el padre Federico en la Consagración de esta Parroquia deseada e iniciada por nuestro amado Papa Francisco, he viajado largas distancias para darles un mensaje pleno de esperanza. Vengo del Tepeyac, donde Dios se ha encontrado con cada uno de nosotros gracias a su Madre, Santa María de Guadalupe, quien eligió a un humilde indígena, Juan Diego, para que fuera su mensajero, en él depositó toda su confianza, todo su amor, toda su misericordia. Vengo del lugar donde fue canonizado san Juan Diego, el 31 de Julio de 2002, por medio del recordado y amado san Juan Pablo II.

Un indígena sencillo, cuyo corazón estaba lleno de Dios, un humilde indígena a quien Dios le mostró el paraíso aquel sábado 9 de Diciembre de 1531, al transformar el cerro árido, pedregoso, salitroso y sin vida, signo de muerte, del Tepeyac, en un cerro donde la vida de Dios se había arraigado, donde todo se volvió de jade, turquesa, plumas de quetzal, donde el oro brillaba y el arco iris resplandecía para manifestar la vida y la nueva alianza del verdadero Dios.

Es verdad que desde la encarnación de Jesús, toda la tierra ha quedado sacralizada, y se puede adorar a Dios en cualquier parte, así lo enseñó Jesús a la samaritana: «a Dios hay que adorarlo en espíritu y en verdad» y esto es posible en todo lugar y tiempo. Pero no hay duda de que los recintos materiales dedicados al culto nos ayudan a concentrarnos en nuestras relaciones con Dios. Dios, por su omnipresencia infinita, está en todas partes, sin embargo sabemos por su revelación que Él ha querido lugares especiales en donde se le tribute adoración y gloria. Por eso Salomón rezaba así al consagrar el Templo de Jerusalén: «Día y noche estén tus ojos abiertos sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre. Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo, cuando te recen en este lugar». Además, en los templos católicos se encuentra real y verdaderamente presente Cristo, el Hijo de Dios, en la Eucaristía que nos dejó. Pero también es importante recordar que el templo cristiano, a diferencia de los templos paganos, es la casa del Pueblo de Dios, es la casa de la Iglesia, esto quiere decir que es más importante la Iglesia-Pueblo que la Iglesia-Edificio. La Iglesia-Edificio es el lugar ideal para que la Iglesia-Pueblo de Dios, se reúna en torno a Jesús Palabra y Eucaristía. En donde los seguidores de Cristo muestran el amor de Dios. Los cristianos siempre harán resaltar la importancia de los templos como lugares especialmente consagrados a Dios, como lugares del pueblo santo de Dios, los lugares de reunión de la Iglesia. Sólo así podríamos entender la rebelión de Jesús contra las profanaciones del templo.

Vengo de muy lejos, de ahí, del lugar donde la Virgen de Guadalupe llamó por su nombre a este humilde indígena, «Juanito Juandieguito», y en donde le manifestó que Ella era la Madre del verdaderísimo Dios, por quien se vive, del Dueño del cielo y de la tierra; y le descubrió cómo mucho deseaba que se le edificara una «casita sagrada», un templo, una pequeña iglesia, un hogar para su amado Hijo, Jesucristo, en donde Ella lo manifestaría, lo ensalzaría, lo entregaría a Él: su Amor-Persona. La Virgen de Guadalupe le manifestó a este humilde indígena que en esta «casita sagrada» quería escuchar el llanto y la tristeza de todos sus hijos, para remediar el dolor y el sufrimiento de cada uno de nosotros, pues para eso había venido, para entregarnos todo su amor misericordioso. Y que era muy importante que todo esto lo aprobara el obispo, cabeza de la Iglesia; en aquel tiempo, fray Juan de Zumárraga, mi dignísimo antecesor.

Vengo de muy lejos, de ahí, donde Juan Diego le dijo a la Virgen de Guadalupe que buscara a otra persona, una persona digna, noble, reconocida y amada por todos y así se cumpliera su voluntad, pues él no era más que un pobre campesino, él era cola, ala, que era un simple cargador, que no merecía haber sido elegido por la Madre de Dios para esta encomienda tan importante y que le sobrepasaba. Pero la Virgen de Guadalupe le manifestó que tenía a muchos servidores, pero que era necesario que fuera él, precisamente él, en quien Ella había depositado toda su confianza; y le pedía, le rogaba, le suplicaba que él fuera su intercesor, su mensajero fiel, para que llevara su venerable aliento, su venerable palabra ante el obispo, pues sin su autoridad, sin su aprobación, no se podría construir esta «casita sagrada». Juan Diego aceptó y fue nuevamente ante el obispo, quien le pidió una señal para poder creer en su mensaje, la Virgen de Guadalupe daría esta señal… pero Juan Diego, al llegar a su casa, se encontró con que su tío anciano, Juan Bernardino, estaba gravemente enfermo; en él se representaba su raíz, su autoridad y su sabiduría; en él, todo se le estaba muriendo.

Vengo de muy lejos, de ahí, donde la Santísima Virgen de Guadalupe, en la madrugada del día 12 de Diciembre, vio como corría angustiado el humilde Juan Diego, quien iba por un sacerdote para que atendiera a su tío, su tío amado. El corazón maternal de la Virgen de Guadalupe entendía perfectamente la angustia que estaba sufriendo Juan Diego y observó cómo el humilde indígena le daba la vuelta al cerro para no encontrarse con Ella, pues tenía mucha prisa, tenía que encontrar a algún sacerdote para que confesara a su tío moribundo y lo preparara para bien morir.

Vengo de muy lejos, de ahí, donde la compasiva Madre de Dios atajó los pasos preocupados del humilde indígena y le expresó las palabras más hermosas: Hijo mío, mi pequeñito, «no tengas miedo, tu tío ya está bien de salud, no te mortifiques más, no se angustie más tu corazón. ¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre? ¿Acaso no soy yo tu protección y resguardo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Acaso, no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿De qué otra cosa tienes necesidad?».

Sí, de allá vengo, donde Santa María de Guadalupe le entregó a Juan Diego la señal que pedía el obispo, señal que se encontraba hasta lo más alto del cerro del Tepeyac: ¡flores!, ¡flores maravillosas!, ¡flores extraordinarias!, flores que en este suelo muerto se habían enraizado con la vida de Dios. Flores que, en la mentalidad indígena, eran el mismo corazón de Dios. Como dice nuestro amado Santo Padre, Francisco: «nadie ha recibido flores más bellas y extraordinarias, como san Juan Diego».

Vengo de muy lejos, de ahí, donde san Juan Diego cortó estas preciosas flores colocándolas en su tilma, en su manto, bajó del cerro y María, la madre de Dios, acomodó cada una de estas hermosas flores divinas en el hueco de la humilde tilma o manto de san Juan Diego, para que las llevara con cuidado ante el obispo, cabeza de la iglesia, quien había pedido la señal… y para que de esta manera se cumpliera la voluntad de la Madre de Dios, la edificación de su «casita sagrada», de su hogar eterno, sembrado y edificado en el corazón humilde de cada uno de sus hijos, en donde continuaran surgiendo las flores de la fe y de la esperanza; donde se viva el amor, la misericordia, la armonía y la reconciliación de todos sus hijos… donde por fin, todos pusiéramos nuestro máximo esfuerzo, para construir la iglesia humilde y sencilla en donde todos seamos un mismo rostro y un mismo corazón…

Si, hermanas y hermanos míos, vengo de muy lejos, pero en este mismo amor de Dios, por medio de las flores maravillosas del corazón divino, somos de una misma sangre y de un mismo color. La sangre de tantos y tantos hermanos y hermanas que se sacrifican para que todos podamos vivir con dignidad, con un corazón que sepa palpitar para hacer de nuestro mundo esta casita sagrada en donde Dios viva en medio de nosotros, en esta iglesia, en donde todos con la fuerza del Espíritu pongamos nuestro máximo esfuerzo para construir un mundo lleno de su amor y hacer de este mundo un lugar donde la ambición, el egoísmo, la crueldad, la injusticia, la degradación, la corrupción, las adicciones, los asesinatos, ya no imperen más, ya no aplasten más, ya no destruyan más… Vengo de muy lejos, pero las distancias desaparecen cuando el encuentro con Dios, por medio de la Virgen de Guadalupe nos une en su mismo amor… ya no hay más distancias, todos estamos unidos aquí en este mismo templo que pedía la Virgen de Guadalupe y que se ha edificado desde el corazón con tanto amor. Estamos aquí en este Tepeyac en donde la Virgen de Guadalupe ha entregado la flor del corazón de su amado Hijo a cada uno de nosotros para construir juntos esta civilización del amor de Dios, la Cultura de la Vida, la Familia única de Dios.

Le doy gracias a Dios, a Santa María de Guadalupe y al humilde San Juan Diego el tener la oportunidad de estar en medio de ustedes, en medio de esta «casita sagrada», en medio de esta manifestación de una fe tan bella, tan profunda y tan grande. Ustedes son las flores de Dios, la esperanza viva de que en este mundo sí se puede vivir en el amor, pidamos a nuestro humilde y sencillo indígena continental, San Juan Dieguito, que nos enseñe a ser de nuestra vida los portadores de estas flores divinas y maravillosas del amor de Dios.

No puedo terminar sin agradecer a mi querido hermano el Cardenal Mario Aurelio su exquisita caridad al invitarme para estar en medio de ustedes en esta fecha tan memorable ya que aquí se cumple cabalmente el deseo y el mandato de Santa María de Guadalupe a su fiel servidor Juan Diego de no hacer nada sin el querer y la aprobación del Obispo, solo así se puede edificar la Iglesia, solo así es agradable a la Señora del Cielo la «Casita Sagrada» en donde ella muestra todo su amor que es Jesucristo nuestro Señor.