Las dos Semanas Santas de Madrid - Alfa y Omega

Las dos Semanas Santas de Madrid

Madrid alberga dos grandes sensibilidades cofrades. Por un lado, la histórica tradición castiza que ha acompañado a la ciudad durante siglos. Por otro, la tradición andaluza que se instaló en la capital durante la migración interior del siglo XX. Aunque cada una tiene su manera particular de vivir la Pasión, ambas han aprendido a caminar juntas

Rodrigo Moreno Quicios
Cada primer viernes de marzo, miles de madrileños acuden al besapiés del Cristo de Medinaceli, una advocación muy venerada en todo el territorio nacional. Foto: Archimadrid/José Luis Bonaño

Juan Venegas apenas tenía 25 años cuando, a finales de los 80, organizó una procesión con el Cristo de la madrileña basílica de San Miguel junto a otros sevillanos como él. «Ese fue el aldabonazo para nuestra incorporación a la Semana Santa», cuenta. Después, «con mucha humildad y las donaciones de gente muy generosa», fundaron la Hermandad de los Estudiantes de Madrid. Una cofradía con el mismo nombre que la hermandad sevillana en la que él y sus compañeros habían procesionado durante su juventud.

Desde entonces, la tradición andaluza ha calado cada vez más en la capital, «lo que ha logrado hacer más grande aún la semana Santa de Madrid», opina Álex Suárez, promotor sacramental de la Hermandad de los Gitanos de Madrid. Su caso es curioso, pues ni siquiera es andaluz. Suárez nació en un pequeño pueblo de Ávila y vive en Madrid desde niño. Sin embargo, la espiritualidad castellana de sus padres no le es obstáculo para vivir la Semana Santa en una hermandad de origen sevillano. «Nuestros fundadores eran miembros de la Hermandad de los Gitanos de Sevilla que, al emigrar a la capital, echaban de menos su cofradía y fundaron la Hermandad de los Gitanos de Madrid», explica.

Tras los pasos de Jesús de Medinaceli

Aunque la Hermandad de los Estudiantes y la de los Gitanos parezcan andaluzas por sus advocaciones y su manera de andar los pasos, con el tiempo se han convertido en dos hermandades madrileñas más. Así, conviven con otras cofradías castizas cuyos orígenes se remontan a 1710, como la Archicofradía de Jesús de Medinaceli, que precisamente celebraba su gran fiesta el pasado viernes.

Influido por la tradición castellana de su familia, Álex Suárez recuerda el besapiés de este Cristo con emoción. «Medinaceli no es solamente una señal muy importante en Madrid sino también de España y es una de las grandes devociones», cuenta. Como otros miles de madrileños que hicieron cola durante días, estuvo en la basílica de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli el primer viernes de marzo para renovar su devoción. Recogía así el testigo de sus padres, quienes, cuando tenía unos pocos días, le presentaron al Cristo. Él, al igual que Madrid, lleva un trocito de Castilla y otro de Andalucía en su corazón.

Puentes entre hermandades

Existen pequeñas diferencias en la forma de hacer las procesiones entre las hermandades de inspiración castiza y las andaluzas. Por ejemplo, las madrileñas acostumbran a llevar los pasos en carrozas con ruedas o en andas, unas estructuras relativamente pequeñas y sin patas. En cambio, las hermandades andaluzas suelen servirse de costaleros. No obstante, estos matices no son motivo de división. Como recalca Juan Venegas, el hermano mayor de la Hermandad de los Estudiantes, en las cofradías «hay gente de orígenes muy diferentes, y no se puede decir que una hermandad sea enteramente andaluza o castellana. Tienen un torrente de influencias».

Las sensibilidades castiza y andaluza han aprendido a caminar juntas en Madrid, una ciudad mestiza hasta para vivir los Santos Oficios. Prueba de ello es, por ejemplo, la excelente relación entre la Hermandad de los Gitanos y la madrileña Hermandad de los Siete Dolores. «Las cofradías tenemos que ayudarnos entre nosotras porque Madrid es grande y alberga muchas cosas diferentes y enriquecedoras», opina Cristina Navazo, hermana mayor de esta última. No son palabras vacías. Los acólitos de la Hermandad de los Gitanos son hermanos de honor de la cofradía castiza y cada Miércoles Santo ambas procesionan juntas.

Una colaboración que no solo sucede en territorio madrileño. Las hermandades de origen andaluz también se ayudan entre sí, aunque rindan tributo a sus advocaciones a cientos de kilómetros de distancia. La Hermandad de los Estudiantes de Madrid lo sabe muy bien y no tiene más que echar la vista atrás para comprobarlo. En 2013, esta cofradía sufrió el robo de 86 candelabros de alpaca con los que rendían tributo a la Virgen. Por suerte, el día siguiente al hurto, Juan Venegas, el hermano mayor de esta cofradía recibió una llamada de su homólogo en la Hermandad de la Macarena de Sevilla. «Me contó que tenían una candelería antigua en plata maciza y que estaba a nuestra disposición para salir en Semana Santa», recuerda agradecido.

Caridad y evangelización

La reciente incorporación de las hermandades de origen andaluz ha revitalizado en gran medida la Semana Santa madrileña y, según Álex Suárez, cada año crece la expectación por ver las procesiones. Sin embargo, este hermano no se duerme en los laureles y es consciente de que es la caridad lo que mueve a las cofradías. «No es solamente es salir a la calle el Miércoles Santo. El verdadero fin es trabajar por los demás», aclara. Por ese motivo, la Hermandad de los Gitanos persevera en su labor social. «Venimos de Andalucía y nuestra opción de caridad está enfocada al pueblo gitano. Por eso colaboramos con la pastoral gitana de la diócesis», cuenta Suárez.

Pero, independientemente de su origen, la mayor aspiración de las hermandades de Madrid es evangelizar a sus visitantes. «El sustrato común que tenemos es una tarea muy trascendente: hacer una pequeña catequesis con la gente en la calle», opina Juan Venegas.

Coincide con él Cristina Navazo, quien insiste en la importancia de vivir los Santos Oficios con la mayor austeridad posible y sin perder de vista sus orígenes. «La Semana Santa te invita al recogimiento y a acompañar a la Virgen. No estamos celebrando nada sino conmemorando lo que sucedió. Ayudamos a pasar el dolor a la Virgen y al Señor», recalca. Una labor que las diferentes hermandades se toman muy en serio. Gracias a la mezcla de diferentes tradiciones y sensibilidades, la Semana Santa de Madrid emociona a más gente cada año y, cuando hay suerte, logra alguna conversión.

«Jesús está vivo en el Cristo de Medinaceli»

Miguel Ángel Izquierdo nació hace 41 años en Los Hinojosos (Cuenca). Desde muy pequeño, cuando la fe aún buscaba en él algún horizonte donde descansar, todos sus principios encontraron su sentir en la imagen del Cristo de Medinaceli. «Todos los viernes, en el colegio, nos llevaban a venerar la imagen de Jesús». Una hoja de ruta que, al llegar a Madrid, continuó cincelando su camino espiritual… «En la basílica de Medinaceli conocí a la que hoy es mi mujer, me hice esclavo y hasta hoy, que soy el hermano mayor». Y Madrid, confiesa, no sonríe igual en Semana Santa sin este Cristo Nazareno: «Al igual que el día del Corpus Christi, el Señor vuelve a estar realmente presente en la calle cuando sale nuestro Cristo». La Semana Santa de Madrid «no sería igual» sin el Cristo de Medinaceli, revela convencido.

Una confesión en voz alta que solo es posible entender con fe… «Ver la imagen procesionar el Viernes Santo por Madrid es muy emocionante», y «cuando le miras a los ojos, tras tantos días de esfuerzo, entiendes que realmente Jesús está vivo en este Cristo de Medinaceli».

«Las horas gastadas se hacen nada frente al sentimiento»

La historia de Juan Cabrera no se escribe con la tinta de los que se dan por vencidos. «Yo la Semana Santa la vivo los 365 días del año», revela. Una carta de presentación que este sevillano de 40 años escribe con sus hombros cargados de promesas y de sueños cumplidos: «Disfruto de esta pasión desde que empecé a andar, de la mano de mis abuelos». Y aunque muchos no lo entiendan, «es una forma de vida» que este nazareno respira entre Andalucía –en la Hermandad de Triana y de la Trinidad– y Madrid –en la Hermandad de Los Estudiantes–. «La diferencia entre una comunidad y otra es abismal, no a mejor ni a peor, pero es incomparable», confiesa, convencido del «enorme regalo» que supone cargar con el peso que configura su devoción.

«El esfuerzo, el cansancio y las horas gastadas se hacen nada frente al sentimiento», deja caer Juan, mientras deletrea, con sus ojos, el orgullo más especial que guarda en la alcoba de su alma: «Pensar que todo esto voy a poder contárselo a mi hijo, merece absolutamente la pena».