Sivio Báez: «La Iglesia en Nicaragua apuesta por el diálogo, pero no hasta el infinito» - Alfa y Omega

Sivio Báez: «La Iglesia en Nicaragua apuesta por el diálogo, pero no hasta el infinito»

El obispo de Managua clausuró este domingo en Madrid el simposio con el que la revista Vida Religiosa ha celebrado su 75 aniversario

Ricardo Benjumea

La Iglesia en Nicaragua dice un sí alto y claro al diálogo, pero sabe también que «no se puede puede dialogar hasta el infinito». «Hay unas ciertas condiciones que las partes en un conflicto deben respetar». Y pese a poner todo de su parte «para que el diálogo sea exitoso», llegado el momento no va a permitir que sea utilizado «como táctica dilatoria para confundir y distraer, para desgastar al adversario, para garantizar su impunidad o para dar muestras falsas de flexibilidad».

Silvio Báez, probablemente la figura eclesiástica más comprometida con la defensa de los derechos humanos en el país (lo que le he generado insultos, amenazas e incluso ataques físicos del oficialismo), es sin embargo un convencido de la necesidad de exprimir al máximo todas las posibilidades de mediación, una labor para la que, por segunda vez en estos diez meses de conflicto, el régimen sandinista ha recurrido a los obispos. Antes del verano, le correspondió a él personalmente ejercer esta responsabilidad, tarea que en esta segunda ronda de conversaciones ha recaído en el arzobispo de Managua, el cardenal Brenes, y en el nuncio Stanislaw Waldemar Sommertag.

Al aceptar una labor de mediación, cree Báez, es preciso hacer «continuamente un discernimiento serio, para valorar los frutos del trabajo de la mediación». «No es solo cuestión de iniciar el dialogo, sino tomarle la temperatura continuamente».

En otras palabras, saber que «el diálogo puede también fracasar».

Resarcimiento a las víctimas

Ese momento, sin embargo, todavía no ha llegado. «La Iglesia sigue apostando por el entendimiento». A pesar del clima de escepticismo generalizado, «hemos vuelto a apostar por una solución dialogada del conflicto», que es «la mas difícil, pero también la única que puede asegurar un autentico conflicto de paz», decía el auxiliar de Managua al poner con su conferencia el broche final a tres días de Simposio, en los que han intervenido personalidades como el cardenal Óscar R. Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y coordinador del C6; el cardenal Aquilino Bocos; Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger; o Emili Turú, Secretario General de la Unión de Superiores Generales, además del cardenal Carlos Osoro, quien presidió la Misa de clausura.

Un conflicto, añadió Báez, cuya solución pasa necesariamente por dejar de ver al otro a «un rival con quien competir», desterrando la tentación de cada parte a absolutizar su causa, legitimando «cualquier conducta agresiva con tal de hacer prevalecer su posición».

En la mesa de diálogo –dijo– es necesario «ir más allá de la contraposición, buscar lo bueno que hay en común, como punto de partida». Desechar «rigideces mentales» y «aceptar que ninguna de las partes posee la verdad y la visión total de las cosas». «Escuchar las razones de los otros» e incluso «estar dispuesto a renunciar a las propias».

En ese proceso las dos partes necesitan hacer un ejercicio conjunto de memoria, «recordar juntos» lo sucedido, para «propiciar una reconciliación fundada en la justicia», complementada «con el perdón», y siempre desde el «compromiso firme y sincero de no volver a incurrir ni por acción ni por omisión en las confrontaciones violentas que se dieron».

En esa memoria deben tener un protagonismo especial las víctimas, que «deben ser reparadas».

En lo que respecta a la Iglesia, añadió, «la castidad habría que vivirla como ternura que sabe llorar con las victimas. En Nicaragua hemos llorado mucho en estos meses, hemos visto a obispos, sacerdotes, religiosas llorando. Y me parece que era lo único que podíamos hacer, pero fue lo mas grande que pudimos hacer».

Valorar los pequeños pasos

El segundo intento de diálogo político en los diez meses de conflicto transcurridos en Nicaragua se abrió con la “liberación” de un centenar de presos políticos, enviados a cumplir pena bajo arresto domiciliario. Báez ha calificado el gesto de «insuficiente» y pide la liberación de los 600 detenidos durante las protestas, en las que se han producido «entre 300 y 500 muertos», mientras «muchas personas todavía se ocultan porque son perseguidas para ser internadas y reprimidas en la cárcel e incluso torturadas».

Sin embargo, el obispo prefiere ver la botella media llena y valorar los pequeños gestos que puedan irse produciendo. La iglesia es consciente –dice– de que «antes de conseguir el ideal de la reconciliación, puede que haya soluciones intermedias quizá imperfectas. O sin el quizá: las soluciones son imperfectas y ambiguas, pero mejores que la incomunicación total o la vía violenta». «Desde una perspectiva cristiana –añadió–, la reconciliación tiene que propiciar estos pasos limitados, ambiguos, imperfectos… La utopía de un mundo reconciliado se va dando ya en modo limitando, aunque todavía no en modo pleno lo importante es no perder de vista el ideal».

Además, en «un país que que vive bajo el miedo», destaca como «don de Dios» el hecho de «que todos han vuelto la mirada hacia la Iglesia», como también ha sucedido en Venezuela y «en muchos sitios» –prosiguió–, donde «se le está pidiendo a la Iglesia» este tipo de servicios.

Mediador imparcial… pero cercano al pueblo que sufre

«No es una misión fácil», aclaró, «porque no es fácil conjugar la fe en el Dios padre de Nuestro Señor Jesucristo, parcial hacia el oprimido, el pobre, la víctima, el enfermo, el pecado…, conjugarlo con nuestra propia sensibilidad humana y pastoral hacia las víctimas, y una pretendida condición aséptica, imparcial que debe tener todo mediador. Es un equilibrio muy difícil de lograr: ser mediadores en una mesa entre partes en conflicto y al mismo tiempo pastores junto a las víctimas es muy difícil de vivir, pero es posible».

Aunque «trae incomprensión». A él, en concreto, le han llovido «acusaciones de todo tipo». «A mí me dicen golpista, como que he estado propiciando un golpe de estado en Nicaragua… Jamás he llamado a la violencia. He estado siempre intentado acercar a las personas, llamado al dialogo, y he expuesto hasta mi vida por eso. Sin embargo, me he ganado una guerra sucia de desprestigio, de odio, de calumnias…».

Gajes del oficio que, como «artesanos de la paz» que a los líderes de la Iglesia se les pide ser, requiere grandes dosis de «serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza». Y cómo no, de prudencia, sabiendo a veces «cultivar el silencio», como manera de a administrar «los tiempos». Porque «en un dialogo que pretenda superar un conflicto, a veces son necesarias etapas largas de silencio para podernos apaciguar y encontrarnos después con mayor libertad».