Yo también quiero ser santo - Alfa y Omega

Yo también quiero ser santo

La canonización fue una fiesta eclesial, un acontecimiento histórico e incluso un hito mediático. Pero, sobre todo y ante todo, fue un momento de gracia, en el que Dios tocó el corazón de cientos de miles de personas, que desde distintos puntos del mundo habían viajado a Roma para agradecer al Señor la vida de ambos Pontífices, y para pedirle que también a ellos, a los cristianos anónimos, les dé la gracia de ser santos, aunque nunca lleguen a los altares… ¿O sí?

Redacción

Neocatecumenales, desde Puerto Rico

Gonzalo y Ángela son un joven matrimonio de Puerto Rico que han venido con un grupo de casi 70 portorriqueños del Camino Neocatecumenal. San Juan Pablo II fue clave para que descubrieran su vocación. Han participado en muchas JMJ, pero la de Toronto, en 2002, fue clave para ellos: «Para poder ir, dimos todo el dinero que teníamos ahorrado para la boda. Y allí, gracias a las palabras de Juan Pablo II dedicadas de forma especial a la familia, sentimos que Dios confirmaba nuestra vocación», comenta Ángela. Para este joven matrimonio ha sido una gracia especial asistir a la canonización. «Hemos pedido al Papa de la familia su intercesión para que nos defienda como matrimonio y familia de los ataques del Maligno», dice Gonzalo.

El Camino Neocatecumenal es fruto del Concilio Vaticano II, puesto en marcha por san Juan XXIII, e impulsado y fortificado por san Juan Pablo II. «Juan Pablo II y Juan XXIII han hecho la voluntad del Señor, y por eso han llegado a la santidad. Vemos especialmente en Juan Pablo II cómo ha cuidado y defendido al Camino Neocatecumenal, itinerario de conversión por el que estamos en la Iglesia y hemos recibido a nuestros cuatro hijos. Sin el Camino -apunta Ángela-, con mucha probabilidad nuestro matrimonio no habría resistido los embates de esta sociedad que predica vivir sólo para uno mismo».

«Días de bendición y gracia»

En la tarde del domingo, unas horas después de la canonización, Fréderic y su esposa Sofía, un joven matrimonio procedente de Francia, hicieron cola bajo la lluvia para entrar a rezar ante la tumba de los nuevos santos. Sus cuatro hijos se refugiaban bajo las capas de lluvia de sus padres. Después de haber rezado dentro de San Pedro, Fréderic explicaba: «Estamos peregrinando a Roma por la canonización de Juan Pablo II, el Papa que ha defendido la familia y que decía que era un viejo joven. En Francia, hay un gran combate entre política y religión. Hemos venido para que nuestros hijos descubran Roma, el corazón de la cristiandad. Hay que poner en práctica, todos los días, la fe. Han sido unos días de bendición y gracia para nuestra familia».

«Bendijo a nuestros niños discapacitados»

La Hermana María, misionera benedictina polaca, ha peregrinado hasta Roma junto con otras cuatro Hermanas, 11 trabajadores y 24 jóvenes con discapacidad intelectual. «Tenemos una casa grande en Elk, al norte de Polonia». Tienen la suerte de haber conocido en persona a san Juan Pablo II, porque, «hace años, visitó nuestra ciudad y pudo bendecir a nuestros niños. Decidimos estar aquí para anunciar al mundo que, por medio de la intercesión de san Juan Pablo II, recibimos el cumplimiento de nuestras peticiones. Hicimos un vuelo cerca de Lituania para estar acá. Estos niños mentalmente discapacitados están dispuestos a colaborar» y aportar a la sociedad, si cuentan «con la ayuda de otros».

Dos párrocos «del pueblo más grande»

En la diócesis de Valladolid, Francisco Palomar -en la foto inferior, el tercero por la izquierda- no pudo encontrar ningún grupo que peregrinara a Roma. Por eso, se apuntó con unos amigos del grupo Totus tuus, Maria, de Madrid. «Sabía que la canonización de dos Papas de esta talla iba a ser algo único -explica- y merecía la pena el esfuerzo». A sus 22 años, «Juan Pablo II ha sido el Papa de mi infancia. Le recuerdo como un gran viajero que vino a España un montón de veces, como un apóstol y un enamorado de la Virgen». Sin embargo, no por no haber conocido a Juan XXIII su figura le resulta lejana: «He leído su Diario del alma, y he visto alguna película sobre él. Fue un gran obispo, un gran diplomático y un gran Papa, al que le tocó vivir una época difícil. Ha pasado a la Historia por el Concilio, pero hizo muchas otras cosas. Su sueño de niño era ser cura de pueblo, y lo fue del pueblo más grande, la tierra». Tras apenas dos días intensos en Roma, ya de vuelta en España, asegura que «me traigo de vuelta una gratitud inmensa, porque ha sido un privilegio, y la sensación de haber sentido la catolicidad de la Iglesia, con tanta gente de todo el mundo juntándose para poner como ejemplo a dos hombres de nuestro siglo que han vivido la santidad».

«Venía para pedir, pero…»

La madrileña Ana Argüello -a la izquierda, en la foto- viajó a Roma con la Conferencia Episcopal para la beatificación de Juan Pablo II. Entonces, estuvo en la Plaza de San Pedro. Este domingo, una compañera se encontraba mal y, para evitar la aglomeración, optaron por las cercanías del castillo de Sant’Angelo. Con todo, «he vivido la canonización de forma más consciente que la beatificación, la he seguido mejor». Acudir a estos dos eventos era importante para «reforzar mi vida de fe», porque «Juan Pablo II ha sido clave en mi vida de fe, encarna el ideal al que aspiro. Su vida y su ejemplo me han llegado mucho. Es bueno tener figuras como ésta que te apoyen y alienten… Ahora, nosotros tenemos que llevar su mensaje al mundo.

La peregrinación ha supuesto para ella un cambio de perspectiva: «Yo venía con la idea de pedirle muchos favores a Juan Pablo II, pero lo que más se me ha quedado de estos días es la llamada a vivir la santidad en cada ambiente, y a practicar la misericordia con todos, sobre todo con los que están alejados de Dios. Ha sido todo muy emocionante e intenso, pero necesito asimilarlo. Ahora, de vuelta, quiero profundizar en la vida de estos dos Papas, con los textos que nos han dado en la peregrinación».

«Les encomiendo mi sacerdocio»

Cuando murió Juan Pablo II, Alex lo vivió intensamente, en casa y en el colegio. Tenía diez años. Ahora, que se prepara para ser sacerdote en el seminario interdiocesano de Barcelona -él es de Vic-, espera que los dos nuevos santos le ayuden en su sacerdocio. «Me encomiendo a Juan XXIII para que me conceda una bondad como la suya. Y, a Juan Pablo II, le pido su caridad, en especial hacia los jóvenes, y también el amor a la Iglesia que manifestó en su largo pontificado». Cuando subió al barco rumbo a Roma, «estaba muy ilusionado», porque era la primera vez que visitaba la Ciudad Eterna. «Es un recuerdo que no se me va a borrar nunca, porque allí he podido vivir la comunión con el Papa y la colegialidad de la Iglesia. También ha sido mucha emoción estar en la ciudad donde murieron tantos mártires».

Dos Papas, dos generaciones

Alix, natural de Zumárraga, junto con su madre Alicia de 81 años, siguieron la canonización desde la plaza de Esquilino, detrás de la basílica de Santa María la Mayor, como miles de peregrinos repartidos por toda Roma. Fueron a Roma en peregrinación con un centenar de adultos de Guipúzcoa, y 150 jóvenes vascos que peregrinaron en barco, en el grupo organizado por la Conferencia Episcopal. Para Alix, ha sido una gran alegría asistir a la canonización de estos Papas, que marcan dos generaciones bien distintas. «Venimos jóvenes que somos hijos espirituales de Juan Pablo II. Y vienen mujeres mayores, entre ellas mi madre, que pertenecen a la generación de san Juan XXIII y que, a pesar de los dolores y el cansancio, han aguantado mucho mejor que los jóvenes, ofreciendo continuamente los pequeños sufrimientos». Su madre, Alicia, cuenta que «Juan XXIII fue un Papa maravilloso, un fuera de serie. Llegó como un niño grande, tan espontáneo…, era genial. Es una ocasión única, no me la podía perder. He estado en Israel y ahora en Roma, y cuando el Señor quiera llevarme, estoy dispuesta». Su hija, en cambio, ve en san Juan Pablo II un modelo: «Me ha impresionado mucho la relación íntima que tenía el Papa polaco con el Señor, que podía pasar por encima de sí mismo. Él es un medio para llegar al Señor, y hemos venido para pedir su intercesión».

Juan Merino / M. M. L.

«Donde estás tú, quiero que estemos nosotros»

Se lo adelantábamos en el número pasado: entre las miles de personas que iban a viajar a Roma estaban Nacho y Chiti, con sus cinco hijos, y entre ellos, Chema, el niño español a quien Juan Pablo II curó milagrosamente de una enfermedad autoinmune y degenerativa, cuyo caso contó en exclusiva Alfa y Omega en 2009. Lo que no sabíamos es que los lectores también iban a poder verlos por la tele -aunque fuese unos momentos-, «porque gracias a Dios, y a Juan Pablo II que nos cuida hasta en los detalles, pudimos seguir la ceremonia junto al obelisco de la Plaza de San Pedro, debajo de la cámara del Centro Televisivo Vaticano, que emitió la Misa para el mundo», cuenta Chiti.

Peregrinar para darle las gracias a Dios por la santidad del Papa por cuya intercesión se sanó su hijo, ha sido una experiencia «que nos ha llenado de entusiasmo; había un ambiente fantástico, en el que se veía que la gente estaba feliz, aunque estuviese pasando penalidades. Había grupos y jóvenes, pero también había gente mayor y personas solas pero igual de alegres». Algo que aprovecharon para explicar a sus hijos qué es eso de canonizar a alguien: «Al ver los tapices de Juan XXIII y de Juan Pablo II -dice Chiti-, recordé la cita de Hebreos 13, 7: Acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la Palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida, e imitad su fe. Pensé en cómo habían vivido los dos santos, en cómo Juan Pablo II es el padrino de nuestra familia porque cuida de nuestra fe cuando los padres fallamos, y en que los dos habían sufrido mucho. Por eso, Nacho, cuando les explicó a los niños lo que significaba la canonización, dijo: El Papa lo pasó muy mal, pero siempre estaba feliz: ¡mirad sus fotos! Por eso es santo. No es santo porque no sufriese, sino porque aunque sufría estaba cerca de Dios y por eso no perdía la alegría. Mirad a toda esta gente: están cansados, han dormido en el suelo, está lloviendo…, ¡pero no se quejan! Están felices, porque están cerca de Dios. ¡Pues eso forma parte de ser santo!» Chema, de 10 años, «estaba entusiasmado. Miraba a Juan Pablo II y decía: Ése es Mi Papa, pero…, ¿y el otro?». Y le decíamos: Es el Papa de los abuelitos». Ahora, siguen pidiendo a su padrino «que nos ayude a ser santos, como él. Yo –concluye Chiti– siempre le digo: Donde tú estás, queremos estar nosotros».

José Antonio Méndez