«De lo que rebosa el corazón habla la boca» - Alfa y Omega

«De lo que rebosa el corazón habla la boca»

VIII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Parábola de la paja y la viga. Domenico Fetti. Museo Metropolitano de Arte de Nueva York

En el marco de las enseñanzas del comienzo del ministerio público del Señor ante los discípulos y una muchedumbre de personas, Lucas nos relata varias catequesis del Señor. El tipo de lenguaje utilizado no procede estrictamente de Jesús, sino que está enraizado en la sabiduría popular judía. A lo largo de los siglos, el pueblo hebreo, al igual que otras regiones de la misma zona geográfica, ha incorporado a su modo de entender la realidad un conjunto de reflexiones sencillas y cargadas de un profundo sentido común. Se trata de ciertos proverbios, que, con un lenguaje popular y poético, quieren hacernos comprender cómo es el hombre, para que su vida camine conforme a su dignidad. Por supuesto, no es posible desligar este tipo de sabiduría de la relación de Dios con el hombre. De hecho, el libro del Eclesiástico, redactado unos 200 años antes de Cristo, pone ante nosotros un conjunto de dichos que preparan al pueblo para acoger a Jesucristo, el verdadero maestro, tal y como estamos leyendo en el Evangelio estos domingos.

La elección del maestro

Antes de analizar las instrucciones concretas nos da Jesús en el Evangelio, merece la pena valorar la importancia de tener un buen maestro en la vida, ya que inevitablemente nuestra forma de pensar y actuar se configura a partir de referencias concretas. Actualmente esta figura se considera propia de otras épocas, salvo para ciertas artes (la pintura, la música, la tauromaquia, etc.); o bien se vincula a un reconocimiento honorífico al final de la vida de alguien que ha desarrollado una fecunda carrera en alguna destreza concreta. Pero hasta hace no mucho, el maestro era la referencia imprescindible en la formación de cualquiera, yendo más allá de la transmisión de una o varias disciplinas académicas. Esta es la visión que nos ofrece tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo del maestro. De hecho, quienes rodean a Jesús no destacan por su cultura y, con seguridad, la mayoría de ellos serían analfabetos. Sin embargo, han tenido la fortuna de encontrarse con el verdadero maestro, del cual aprenderán la auténtica sabiduría.

Huir de las apariencias

El Evangelio de este domingo resume varios proverbios bien conocidos, algunos ya preparados por la primera lectura de la Misa. En primer lugar, Jesús señala que un ciego no puede guiar a otro ciego, puesto que los dos caerán en el hoyo; en segundo lugar, se recuerda el vínculo del discípulo con el maestro; en tercer lugar, a través de la imagen de la viga y la mota en el ojo, el Señor previene contra la hipocresía de juzgar al hermano al mismo tiempo que justificamos nuestros propios errores; en cuarto lugar, Jesús carga contra el juicio sobre las apariencias, ya que el árbol se valora por lo que produce y no por lo que parece ser. Para resumir esta doctrina, el Señor dirige su atención hacia lo más íntimo del hombre: su corazón. De ahí nace todo lo bueno o malo que puede decir o hacer alguien.

Estamos, pues, ante el núcleo de las enseñanzas orales del Señor. Jesús lleva tiempo ya predicando y es un referente indiscutible como maestro. Su misión es anunciar el Reino de Dios. Y mediante estos proverbios descubrimos nuevamente que el designio de Dios hacia los hombres no obvia la realidad y las tendencias concretas de cada uno: seguir a quien deslumbra, pero, en cambio, solo encubre falsedad; realizar juicios apresurados sobre otros, al mismo tiempo que somos indulgentes con nosotros mismos; descartar con rapidez a quien no se ajusta estrictamente a nuestros esquemas preconcebidos sobre la realidad. Frente a estas tentaciones, el Señor propone no solamente valorar el interior de los demás, sino cambiar nuestro corazón. Así pues, el Evangelio nos ayuda a percibir que la construcción del Reino de Dios está estrechamente unida con la búsqueda de lo que permite al hombre crecer humanamente. La propuesta del Señor no es una doctrina meramente «de fe» o una enseñanza simplemente «humana». Ambas dimensiones van siempre de la mano, y así quiere hacérnoslo ver este domingo el pasaje que leemos.

Evangelio / Lucas 6, 39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol sano que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón habla la boca».