No fue solo un gesto - Alfa y Omega

No fue solo un gesto

Eva Fernández

La vida de Marek Lisinski se puso en blanco y negro cuando cumplió los 13 años y sufrió abusos por parte de un sacerdote. En el resto de su historia apenas cabe el color: «Este trauma estará conmigo hasta el final», explicaba emocionado en la plaza de San Pedro a periodistas de todo el mundo ávidos de conocer la historia que escondía aquel largo, sincero y sanador beso que Francisco había depositado en sus manos al finalizar la audiencia general del pasado miércoles 20 de febrero.

Todo fue muy rápido e inesperado. Estaba a punto de comenzar la histórica cumbre convocada por el Pontífice para hacer frente a la lacra de los abusos sexuales y en el turno de saludos finales le esperaba un grupo de representantes de la ONG polaca Have No Fear (No tengan miedo), que acoge a víctimas. Querían entregarle un informe sobre casos ocurridos en Polonia. Allí se encontraba Marek, y cuando los acompañantes contaron al Papa que había sufrido abusos, Francisco, después de mirarle a los ojos, le agarró con fuerza las dos manos y mientras se inclinaba ante él, en señal de respeto, depositó sobre ellas un beso.

Fue algo más que un gesto. Una forma de señalar que las manos de Marek se encontraban ungidas por el mismo dolor que el cuerpo mancillado de Cristo. A su alrededor se hizo el silencio. Todo fue muy rápido. Nadie supo qué decir, quizás porque ese beso traducía el lenguaje universal del perdón. Marek llevaba mucho tiempo imaginando ese encuentro con Francisco, pero nunca se esperó que ocurriera de ese modo ni que las imágenes dieran la vuelta al mundo. Lo que él es ahora es lo que queda de aquel niño de 13 años a quien un sacerdote rompió para siempre tras la puerta de la sacristía.

El abuso es una pesadilla que siempre deja resaca. Lo hemos comprobado en las historias desgarradoras que se han escuchado durante los últimos días en el Vaticano. Lo peor para Marek –como les sucede a muchas víctimas– es que nunca consigue soltar lastre. Nunca termina de olvidar: «La víctima no es culpable de su silencio. El trauma y los daños son mayores cuanto más se prolonga el silencio entre miedos, vergüenza y sensación de impotencia. Las heridas no prescriben nunca», insistía a los periodistas mientras decía que no quería que ese beso se convirtiera en un simple gesto. En eso compartía el pensamiento de Francisco. Desde el primer día pidió a los asistentes a la reunión que se tomaran medidas prácticas y en su discurso de conclusión dejó claro que «el objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren». Un compromiso del Papa Francisco para el que, sin echar balones fuera ni eludir responsabilidades, se necesita la ayuda de todos, Iglesia, autoridades y sociedad civil: «Ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial».

Comienza ahora una etapa crucial. Llega el momento de conseguir que los gestos dejen poso. De cambiar de mentalidad, de conversión personal, de dar respuestas, de agarrar con fuerza muchas manos. Sin eso, todo lo visto y escuchado en esta cumbre habrá caído en saco roto.