Testigos de la Resurrección - Alfa y Omega

Testigos de la Resurrección

«En cuanto me den luz verde, me vuelvo a África». El padre Antonio, sacerdote comboniano, ha pasado los últimos 23 años en el Continente Negro, ayudando a los miembros de una tribu seminómada en Kenia. Con ocasión del Encuentro de Misioneros veteranos y familiares de misioneros, celebrado el lunes en Madrid, echa la vista atrás, y no duda en afirmar que la suya ha sido y es una vida muy feliz

Rosa Cuervas-Mons
La Hermana Antonia, de las Hermanitas de los pobres, atiende a una mujer en su misión de Taiwán

De España salen cada año 150 misioneros que, repartidos por todos los lugares del mundo, realizan labores de evangelización y asistencia. Esta cifra sitúa a nuestro país a la cabeza del ranking, pero la media de edad de los misioneros, 71 años, es la cruz de la moneda. Por eso, entre las peticiones de los asistentes al encuentro del lunes en la Delegación de Misiones de Madrid, se escuchó una para que los profesores y catequistas supieran despertar entre los jóvenes el espíritu misionero.

«Ahora que los jóvenes buscan vivir y gozar de la vida», decía el padre Antonio a Alfa y Omega, «hay que decirles que pueden encontrar la felicidad precisamente entregando la vida». Habla por experiencia, después de más de dos décadas en África y con una vida de entrega a su espalda. Entre la perforación de un pozo, o la puesta en marcha de un hospital móvil, acerca el mensaje de Jesús a unos hombres que creen en dioses que castigan y cuya ira hay que aplacar con sacrificios. «Poco a poco, les vamos presentando al Dios que es Padre y cercano», explica. Instalado ahora en España en un servicio de animación misionera, está deseando que le den luz verde para volver a esas tierras lejanas que ya son su casa. «Es lo que todo misionero quiere». Confirma la afirmación María, madre de un sacerdote del Camino Neocatecumenal que lleva tres años de misiones en el Bronx. «Atiende a muchos niños de catequesis y tiene muchísimo trabajo. Está feliz».

Ella, como madre, sufre la separación que el espíritu misionero produce en las familias, pero está contenta porque su hijo hace la voluntad de Dios. Para ella, y para todos los familiares de misioneros, la Delegación de Misiones de Madrid es una casa de permanente acogida, tal como su responsable, don José María Calderón, recordó el lunes a todos los familiares presentes en el encuentro, celebrado justo un día después de la ceremonia de envío de 21 nuevos misioneros, que presidió el cardenal Antonio María Rouco Varela en la catedral de la Almudena. «Los misioneros sois continuadores de este mandato del Señor a los apóstoles. Un día, decidisteis, con libertad y movidos por el amor a Dios y al prójimo, abandonar las seguridades del mundo que conocíais y partisteis, con la bendición de la Iglesia, a los lugares donde, sin vuestra presencia, el Evangelio no sería conocido», señaló el cardenal, que quiso recordar a los misioneros que no van solos. «Cuando la Iglesia os envía, ella misa os acompaña en vuestro caminar».

Esa compañía de la Iglesia la ha sentido siempre la Hermana Maite, de las Misioneras de Nuestra Señora de África, que, en los 15 años que estuvo en África de misión, siempre encontró hermanos, hermanas, padres y madres. «Mis raíces están en Dios, me siento familia de Dios y allí donde voy encuentro hermanos. Lo dice el Evangelio: Todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna».