«Hay que revisar el secreto pontificio» - Alfa y Omega

«Hay que revisar el secreto pontificio»

«Los laicos y las personas consagradas no están llamadas a ser meros ejecutores de lo que digan los clérigos», dice Linda Ghisoni, vicesecretaria en el departamento vaticano de Laicos, Familia y Vida del Vaticano

Redacción

Linda Ghisoni, vicesecretaria en el departamento vaticano de Laicos, Familia y Vida, se dirigió ayer a los participantes en la cumbre como «mujer laica, esposa y madre de familia» para advertir a los presidentes de conferencias episcopales que obligar al obispo a rendir cuentas «no significa someterlo a control o desconfianza, sino integrarlo en la comunidad eclesial, donde todos los miembros actúan de modo coordinado», pues «los laicos y las personas consagradas no están llamadas a ser meros ejecutores de lo que digan los clérigos, sino que todos somos operarios en la única viña».

Un obispo, dijo, no puede resolver las cuestiones referentes a la Iglesia actuando él solo o exclusivamente con otros obispos, según la idea de que «solo un obispo puede saber lo que es bueno para los obispos».

Ghisoni propuso «revisar el secreto pontificio» para que «no sea utilizado para esconder los problemas». El secreto pontificio es una garantía de confidencialidad que rige en procesos como las consultas para la elección de obispos, pero también impone silencio para los documentos y archivos que se derivan de una investigación canónica, como las que afectan a los casos de abusos sexuales.

En lo que se refiere a las víctimas de abusos, la responsable vaticana aseguró que «nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura».

Ghisoni presentó el testimonio de una mujer víctima de abusos por parte de sacerdotes. «Estas personas son lobos que entran aullando en el redil para asustar aún más al rebaño y dispersarlo, cuando deberían ser precisamente ellos, los pastores de la Iglesia, quienes tendrían que cuidar y proteger a los más pequeños», dijo. «Escuchar testimonios como este no es un ejercicio de conmiseración; es un encuentro con la carne de Cristo en la que se han provocado heridas incurables, heridas que, como decía usted, Santo Padre –añadió dirigiéndose a Francisco–, no prescriben».