Un rey católico sin alardes - Alfa y Omega

Un rey católico sin alardes

La palabra gracias resume las reacciones en la Iglesia en España al inesperado anuncio de la abdicación del Rey Don Juan Carlos. El cardenal Enrique y Tarancón pedía, en 1975, al nuevo monarca un nuevo marco de colaboración Iglesia-Estado desde la libertad religiosa y la mutua independencia. Su sucesor en Madrid, el cardenal Rouco Varela, ha constatado que aquellas peticiones fueron más que cumplidamente satisfechas

Redacción
Misa de la coronación del Rey Don Juan Carlos I, presidida por el cardenal Enrique y Tarancón, en la iglesia de Los Jerónimos, de Madrid, el 27 de noviembre de 1975

«La Iglesia no patrocina ninguna forma ni ideología política», y «sí debe proyectar la Palabra de Dios sobre la sociedad, especialmente cuando se trata de promover los derechos humanos». Tampoco piden los obispos privilegios, sino sólo que se le reconozca a la Iglesia «la libertad que proclamara para todos», y «el derecho a predicar el Evangelio», aun cuando «sabe la Iglesia que la predicación puede y debe resultar molesta para los egoístas; pero que siempre será benéfica para los intereses del país y de la comunidad».

Éstas eran las peticiones que le planteaba al nuevo Rey de España el cardenal Vicente Enrique y Tarancón en la Misa de coronación, celebrada en la iglesia de los Jerónimos, el 27 de noviembre de 1975. «Pido para Vos acierto y discreción -añadía el arzobispo de Madrid- para abrir caminos del futuro de la patria para que, de acuerdo con la naturaleza humana y la voluntad de Dios, las estructuras jurídico-políticas ofrezcan a todos los ciudadanos la posibilidad de participar libre y activamente en la vida del país, en las medidas concretas de gobierno que nos conduzcan, a través de un proceso de madurez creciente, hacia una patria plenamente justa en lo social y equilibrada en lo económico».

Veinticinco años más tarde, el cardenal Antonio María Rouco daba fe de que las demandas que había planteado su antecesor habían sido más que satisfechas. Pocos meses después de su entronización, Don Juan Carlos renunciaba al derecho de presentación de obispos, vigente desde los Reyes Católicos, y rubricaba el primero de los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado español. Acompañado de Doña Sofía, el Rey visitó en noviembre de 2001 la sede de la Conferencia Episcopal para celebrar la efeméride. Aquellas primeras decisiones del monarca habían sentado las bases para una fecunda colaboración entre la Iglesia y la joven democracia al servicio del bien común y de «la dignidad inviolable de la persona humana», destacaba el cardenal Rouco.

Don Juan Carlos no sólo ha velado durante este tiempo para que «se hayan mantenido aquellos principios que inspiraron los Acuerdos». El arzobispo de Madrid recordaba el testimonio personal del Rey, que en su primer discurso ante las Cortes, se definía abiertamente como «profundamente católico» y expresaba su «más respetuosa consideración por la Iglesia». No había olvidado el cardenal Rouco ese y otros muchos gestos: «Con vuestra actitud personal y la de la Familia Real, habéis mantenido la tradición católica de la monarquía española. Y lo habéis sabido hacer con fina sensibilidad, tanto en la vida privada como en la pública, con la normal y sencilla asiduidad de cualquier familia católica española: sin alardes, pero también sin ocultamientos. Con cuidadoso respeto a la libertad religiosa de los ciudadanos y a la no confesionalidad del Estado».

El mismo día de la abdicación, el cardenal atendía a Alfa y Omega para renovar, a través de estas páginas, su agradecimiento al monarca. La abicación se producía en la víspera de la publicación de Rouco Varela, el cardenal de la libertad, su primera biografía autorizada, fruto de más de 40 horas de conversación con el periodista y Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, don José Francisco Serrano. El cardenal, a punto de cumplirse (en julio) los 20 años de su nombramiento como arzobispo de Madrid, rememora los momentos más relevantes de su vida, que se cruzan con episodios decisivos de la historia reciente de España, una historia en la que los que los Reyes Don Juan Carlos y doña Sofía ocupan, por derecho propio, un lugar de honor.