Cuando obligaron a papá a marcharse para siempre - Alfa y Omega

Cuando obligaron a papá a marcharse para siempre

La Conferencia Episcopal Española ha organizado un debate con los responsables de migraciones de los tres puntos más calientes del planeta: Arizona, Lampedusa y Gibraltar. «Nuestra misión es ser la presencia de Dios en medio del dolor», afirmó el responsable de Arizona, el padre Sean Carroll. El encuentro estuvo enmarcado en la Jornada anual de Migraciones que se celebró, el pasado fin de semana, en El Escorial

Redacción
Uno de los puntos clave de la reforma migratoria que piden los obispos estadounidenses es la reagrupación familiar

Arizona es uno de los Estados fronterizos que separan México de Estados Unidos. Y también es uno de los lugares con leyes más restrictivas respecto a la inmigración ilegal. Hasta allí llegan, cada año, miles de mexicanos y centroamericanos dispuestos a enfrentarse al infierno del desierto para poder alcanzar la tierra prometida. Uno de los objetivos de los obispos estadounidenses es que se reforme la ley migratoria para que tenga en cuenta la dignidad y los derechos de los once millones de indocumentados que se estima que viven en Estados Unidos. Así se lo hicieron saber a los miembros del Congreso, el pasado 30 de mayo, cuando un grupo de obispos viajó al Capitolio para pedir que se reabra el debate migratorio. Ese mismo día, el arzobispo de Miami, monseñor Wensky, presidió una Eucaristía ofrecida por los inmigrantes y las familias de las que fueron separados. En la homilía, el arzobispo señaló que, «cuando las leyes no promueven el bien común, pueden y deben ser cambiadas». Esta iniciativa se une a la Misa que presidió el cardenal O’Malley, arzobispo de Boston, en la valla fronteriza de Nogales en abril.

Otra de las preocupaciones de los obispos es que la ley migratoria facilite la reagrupación familiar, ya que el Gobierno estadounidense ha repatriado, en los últimos seis años, a más de dos millones de personas. «La separación familiar es uno de los efectos más devastadores de esta política», afirmó el padre Sean Carroll, jesuita responsable de la pastoral de migraciones en Arizona, durante su intervención en las Jornadas de Delegados diocesanos. «Alrededor de 5.000 niños están viviendo privados del amor de sus padres, que han sido deportados», añadió. Ese dolor por la separación es lo que provocó que un hombre mexicano, que vivía en San Diego con su mujer y sus cuatro hijos, se lanzase a cruzar el desierto después de ser repatriado, para volver a reencontrarse con su familia. «Cuatro días después de su paso por nuestro centro de atención a migrantes, supimos que había muerto de sed en el desierto», recordó el responsable de migraciones. Un compañero de travesía, cuando vio a su amigo desfallecer, fue a pedir ayuda a la patrulla fronteriza, pero se negaron a ir en su búsqueda. «Esto no es algo aislado -continuó el padre Sean-. En una encuesta realizada el año pasado a los inmigrantes que pasan por nuestros proyectos, un 25 % se quejó de abusos -la mayoría por uso de la fuerza, aunque también hay algunas denuncias de abusos sexuales- cometidos por las patrullas de frontera. Con estas respuestas, elaboramos un informe, y gracias a un congresista que nos ayudó a organizar una reunión con Washington, se ha presentado un proyecto de ley para dar respuesta a esta situación».

La Iglesia en Arizona gestiona un albergue «donde llegan cientos de madres que tienen a sus hijos viviendo en Estados Unidos. No hay palabras para describir el dolor que sienten», sostiene el religioso. El padre Sean también se mostró preocupado por «la violencia cometida contra los inmigrantes a su paso por México». Y recordó el caso de una mujer guatemalteca que llegó al albergue tras sufrir varias violaciones por parte de su coyote. Caso aparte merece el aumento del número de menores no acompañados que cruzan la frontera. Según el informe La ruta del encierro, de la ONG mexicana Sin fronteras, este año han iniciado el periplo hasta Estados Unidos 50.000 niños, algunos entre 6 y 7 años. El motivo de su partida «es la violencia que se vive en su casa o en su comunidad. Muchas familias prefieren que el niño emigre -muchos tienen familiares en EE. UU.-, a dejarlos al amparo de las pandillas», señala el informe. «Es una realidad muy difícil», afirmó el padre Sean. Tanto que el Presidente Obama ha pedido que se forme un grupo de apoyo a los menores.

En Lampedusa la Iglesia ha de trabajar de manera informal, porque no tiene lugar en el protocolo de actuación con inmigrantes establecido por el Gobierno.

El jesuita dirige un proyecto a lo largo de toda la frontera. «Nuestra misión es ser la presencia de Dios en medio del dolor. Lo hacemos con atención pastoral, espiritual, y humanitaria: sólo el año pasado repartimos alimentos y ropa a 46.000 inmigrantes, la mayoría deportados desde Estados Unidos». La delegación de migraciones en Arizona realiza, asimismo, un trabajo de sensibilización en las parroquias, «para que los fieles comprendan mejor la realidad fronteriza. Cuando la gente escucha los testimonios directos de los inmigrantes, algo cambia en su corazón», explicó.

El epicentro europeo

La isla italiana de Lampedusa, una de las puertas de entrada a Europa y primera visita fuera de Roma del Papa Francisco, está el sacerdote don Mimmo Zambito. El párroco reconoció que la presión migratoria, este año, ha triplicado las cifras de 2013. Según Frontex, entre enero y abril han entrado de manera irregular a Europa 42.000 personas, de las cuales 22.000 han llegado a través de Italia. Lo paradójico es que la Unión Europea se llevó las manos a la cabeza tras el naufragio que costó la vida a 366 personas el pasado mes de octubre, pero las políticas migratorias en los Estados miembros se van radicalizando cada vez más. Por ejemplo, en la propia Lampedusa, «no se pueden ofrecer servicios asistenciales a los inmigrantes que salen del centro de socorro, en el que ni siquiera hay un comedor», afirmó el sacerdote. Ni asistenciales, ni espirituales. Contó don Mimmo un «caso terrible: poco después del naufragio, se juntó un grupo de inmigrantes eritreos y etíopes para rezar en una iglesia. Inmediatamente, llegaron las fuerzas del orden y disolvieron la reunión. Es una humillación muy grande para este pueblo sufrir una tragedia como aquella y no poder siquiera vivir el duelo». Pero, recalcó, «la Iglesia está siempre ahí, aunque de manera informal, porque no tenemos lugar en el protocolo de actuación con los inmigrantes establecido por el Gobierno».

Don Mimmo se ha preguntado en varias ocasiones si es tan civilizada la actitud de la clase dirigente, que incluso ha llegado a criticar «que se repartan alimentos en la isla, ya que esto puede ser visto como un incentivo a las entradas ilegales», como escribía él mismo en una carta publicada tras la tragedia de octubre.

Cristina Sánchez Aguilar
María Martínez López

La asociación parroquial que rescató a Abdoul de la calle

Abdoul Kader llegó a España en 2006, tras 18 días de travesía en patera desde su país natal, Malí. Unos días que el joven define como «duros y tristes. Miraba al cielo y pedía a Alá su bendición, porque me vi morir. Tanto, que tenía una moneda envuelta en plástico en el bolsillo, y se la di a uno de mis 83 compañeros para que se la devolviera a mi familia». Abdoul relató su experiencia durante las Jornadas que la Comisión episcopal de Migraciones ha organizado este fin de semana en El Escorial. Las razones para buscar el sueño europeo eran claras: «En Malí hay tanta pobreza que no se puede explicar», afirmó. Por eso, dejó atrás a sus padres, sus 23 hermanos, a su mujer y a su hijo de dos meses, que ahora tiene 8 años.

Llegó a las costas tinerfeñas, y luego la policía le trajo a Madrid. «Cuando llegué, no había crisis. Trabajé colocando placas solares, descargando en Mercamadrid de madrugada, ayudando en fontanería y recogiendo cartones…, en todo lo que podía para poder comer. Todos los días, a las 6 de la mañana, nos recogían en Atocha y nos llevaban a pueblos cercanos», contó el maliense. Pero no todo salió bien, y «muchas personas, españoles e inmigrantes -eso me dolía más-, no me pagaban, y tenía que dormir en la calle». Abdoul también tuvo varias órdenes de expulsión, aunque «un abogado cristiano, Joaquín, me ayudó mucho» para poder seguir en España.

Todo cambió cuando conoció la asociación En la brecha, puesta en marcha por cinco parroquias del arciprestazgo de San Pablo, en Madrid. «Allí me ayudaron a buscar alojamiento, y me facilitaron la posibilidad de hacer voluntariado, algo que me ayudó a no volverme loco de tanto pensar. Después, empezaron a darme una prestación económica por el trabajo que hacía y, finalmente, me consiguieron un contrato laboral». Ahora, trabaja ocho horas en la asociación recogiendo zapatos, juguetes, reciclando ropa… y acaba de conseguir la regularización. «Vivir con papeles es otra cosa», afirmó el joven musulmán, que concluyó agradeciendo «haberme encontrado con cristianos, porque me he sentido fortalecido en mi fe. He aprendido que lo más importante es pasar haciendo el bien a los demás».

C. S. A. / M. M. L.

Bergoglio y los inmigrantes

Don Fabio Baggio, responsable de migraciones con el entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Bergoglio, fue el encargado de impartir la conferencia principal durante las Jornadas de El Escorial. Para el argentino, en la pastoral del Papa era esencial «el contacto cotidiano con las comunidades. Fomentó la celebración del Día del Migrante y las peregrinaciones a la Virgen de Luján; para él, esto era una forma de acercarse a quienes más lo necesitaban. Siempre le gustó abrazar, escuchar las experiencias y también las lamentaciones de la gente». El cardenal Bergoglio tuvo como prioridad «la formación de agentes pastorales y el trabajo con las mujeres para desarrollar la integración comunitaria»; además de «salir en busca de la gente. Siempre iba a las villas para que sus vecinos sintiesen la presencia de Dios que les llamaba», añade. Era la última década del siglo XX, y la dictadura de Pinochet había provocado la huida de miles de chilenos hacia la vecina Argentina. También llegaban inmigrantes de forma masiva desde Bolivia, Paraguay o Perú, y se instalaban en las villas periféricas, el único lugar donde podían encontrar un sitio para vivir.

Desde 1997, fecha en que don Fabio llegó a la Delegación de Migraciones, y hasta 2002, año en que la crisis asoló Argentina y el fenómeno migratorio se invirtió, la labor pastoral de la Iglesia se centró «en ayudar a los inmigrantes a regularizar su situación. También trabajamos mucho para garantizar la educación a los niños. El mayor logro que conseguimos fue reformar la ley de migraciones, que aún seguía vigente desde los tiempos de Videla. Formulamos una nueva, que fue aprobada en 2004 con el apoyo de Bergoglio», añade Baggio. Una ley, por cierto, que fue implementada en el país el año pasado.

A partir de 2002, «comenzaron a salir los argentinos de nuestro país. Se veían colas larguísimas de personas frente a las embajadas italiana y española. Muchos no tuvieron una experiencia feliz, y volvieron desilusionados. Desde la Iglesia, nos afanamos en acompañarlos», recuerda don Fabio, que poco después se trasladó a Roma a trabajar en el Scalabrini Internacional Migration Institutede, la Pontificia Universidad Urbaniana. «En Italia ,me tocó ver a mis compatriotas como inmigrantes. Ahora, mi trabajo es estar con ellos aquí», concluye.

C. S. A.