El Papa amigo de los niños - Alfa y Omega

El Papa amigo de los niños

La editorial La esfera de los libros pone a la venta, el 21 de abril, He vivido con un santo, un libro entrevista de Gian Franco Svidercoschi al que fue secretariode Juan Pablo II. El libro acaba con un apéndice sobre el Papa y los niños. Éste es un fragmento:

Stanislaw Dziwisz
Juan Pablo II, durante su viaje a Australia en noviembre de 1986, con niños del colegio católico San Leo, de Melbourne

Cuando estaba con los niños, Juan Pablo II parecía ser totalmente él mismo. En aquellos encuentros, se veía claramente cómo Karol Wojtyla conseguía expresar con la máxima naturalidad el gran don que había recibido, el de ser padre, un padre lleno de amor, de bondad, de misericordia, un padre que sabía infundir valor, esperanza. Pero -y era esto lo que impresionaba, lo que sorprendía- era una paternidad que él compartía con sus hijos, con los niños. Es decir, a ver si me explico, se ponía al mismo nivel que sus pequeños interlocutores, lo que hacía inmediatamente saltar el momento del intercambio, de la reciprocidad, en el sentido de intimidad, de ternura. Y como si fuese la cosa más normal del mundo.

Recuerdo una vez en Brasil. El Santo Padre entró en una iglesia para una ceremonia. Junto a la entrada, había una mujer inclinada sobre una niña de siete y ocho años: era una mamá explicando a su hija -ciega- quién era el Papa. Y él, informado al respecto, se acercó a la niña, se arrodilló para estar a su altura y comenzó a decirle: «¿Sabes? El Papa es un hombre vestido de blanco, que recorre el mundo en nombre de Jesús…». Mientras hablaba, la niña lo tocaba, lo acariciaba, intentado entender con las manos si era verdad lo que oía pero no podía ver. Al final, se fundieron en un abrazo que no terminaba nunca…

papaamigoninios3

Ahí, en esos instantes, para mí, se realizaba el mismo vuelco revolucionario que Jesús había logrado. Todos decían, y dicen aún hoy, a los niños: debéis convertiros en adultos, ser como los adultos; y, sin embargo, Jesús decía, y sigue diciendo hoy, que son los adultos quienes tienen que convertirse en niños: porque si quieren entrar en el reino de los cielos, los adultos deberán tener la misma sencillez de vida que los niños, su inocencia, su transparencia. Y Karol Wojtyla, precisamente, estaba convencido, también él, también un Papa, de tener que aprender de los niños, de su estar abiertos al futuro, de su aceptar la vida también cuando es dura.

Los niños, sus maestros

Un domingo, de visita en una parroquia romana, el Santo Padre vio salir de la multitud a un niño de cara despierta, una mano en el bolsillo, ocho o nueve años. El Papa hizo un gesto a los agentes de policía para que lo dejasen pasar, y el niño comenzó a contarle que su madre se estaba arreglando aún y que él, mientras tanto, había ido delante solo. También porque, dijo, le había llevado un regalo. «Soy pobre, sólo puedo darte esto». Sacó la mano del bolsillo y le tendió un caramelo. Juan Pablo II lo tomó, se lo llevó al corazón y le dio las gracias. «Pero no lo merezco». Pues bien, aquellas palabras, el Papa Wojtyla las repetirá después una infinidad de veces, por ejemplo, cuando en sus discursos improvisados debía dar las gracias, especialmente durante los viajes.

El gesto de aquel niño, aparentemente simple, pero de una pureza extraordinaria, enseñó al líder de la Iglesia católica que la ingenuidad -al contrario que los comportamientos de la gente adulta- era capaz de expresar la experiencia radical de la gratuidad. De la misma forma que el niño de San Francisco, enfermo de sida, enseñó al Papa Wojtyla, cuando lo abrazó, cómo continuar viviendo con un mal tan tremendo e injusto para él, abandonándose con serenidad en los brazos del Señor.

Esto puede hacer entender por qué entre Karol Wojtyla y los niños, en cualquier parte del mundo, se establecía enseguida una gran familiaridad. Sí, él era una figura paterna, de autoridad incluso, pero los pequeños sentían que podían tratarlo como a uno de ellos, como a alguien de casa. Le tuteaban y lo acosaban con preguntas. En París le preguntaron cómo rezaba, dónde. En Melbourne: «¿Te gusta la música? ¿Qué dijiste cuando los rusos y los alemanes invadieron Polonia? Cuando estás en Roma, ¿no te pierdes en las habitaciones del Vaticano?». Pero quizá los más curiosos eran los de las parroquias romanas. Un día le preguntaron: «¿Estás contento de ser Papa?». Y él contestó: «Claro. ¿¡De qué os ayudaría un Papa triste!? El Papa debe estar feliz, contento… Si me han elegido para ser Papa, si Jesús me ha elegido para ser el sucesor de Pedro, estoy contento…».

San Lolek

La santidad de Karol Wojyla, la santidad del niño Lolek (Carlitos) comenzó a forjarse en un librito de oraciones que le regaló su padre, recomendándole especialmente una dirigida al Espíritu Santo, y que el Papa utilizó hasta el final de sus días… Con esta confidencia cierra el antiguo secretario de Juan Pablo II, el cardenal Stanislaw Dziwisz, el libro conversación con el periodista Gian Franco Svidercoschi He vivido con un santo. El antiguo subdirector de L’Osservatore Romano y Dziwisz publicaron, en 2007, Una vida con Karol. En esta nueva entrega, Svidercoschi hace hablar al arzobispo de Cracovia sobre la santidad de Wojtyla. Emergen su profunda vida de oración, su abandono a la Providencia, su alegría, su modo de afrontar el sufrimiento… Y como si, pese a todo, la narración hubiera quedado seriamente incompleta, el cardenal Dziwisz cierra el libro con un apéndice sobre la amistad del Papa con los niños. «Karol Wojtyla -dice- era muy extrovertido, pero poco autobiográfico». A los niños, en cambio, no le importaba abrirles de par en par su corazón. Por eso este apéndice era tan necesario.