Don, gozo y valor de la vida - Alfa y Omega

Don, gozo y valor de la vida

Poco antes del comienzo en Madrid, y en otras muchas ciudades de España, de la gran Marcha por la Vida, organizada por más de quinientas asociaciones con el objetivo de respetar la vida, desde su inicio hasta su fin natural, el cardenal Rouco hacía estas declaraciones a Javier Alonso Sandoica, en la COPE:

Javier Alonso Sandoica
Florece la vida, ¡don de Dios! Crecen los niños y crece una sociedad, un pueblo y, por supuesto, crece la Iglesia

La Marcha por la Vida es una iniciativa ciudadana que persigue un buen fin, la defensa y la protección de la vida, del derecho a la vida del ser humano desde que es concebido en el seno de su madre hasta que muere. La vida es el valor primero, y el derecho a la vida es el primero y más fundamental en el orden de la ética social, de la ética política. Si no respetamos la vida de nuestro hermano en lo más esencial, que pueda seguir viviendo, difícilmente se pueden respetar otros bienes que a él le atañen.

El recién concebido es un ser humano; eso no admite duda, sobre todo desde que la biología contemporánea ha puesto de manifiesto que el embrión es ya alguien que tiene su código genético completo. El hombre es el mismo desde que es concebido hasta que muere, y lo será eternamente. La eternidad ya depende de cómo haya vivido la vida en este mundo y cómo haya respondido a Dios que le ha dado la vida, dando su vida también y haciendo de su vida un don: ése es el gran reto para un cristiano que promueve y defiende el derecho a la vida. Se le pide que no se quede en la manifestación pública de sus convicciones, en este caso sostenidas y afirmadas nada menos que por la revelación de Quien vino a traer la vida al mundo, el Señor, sino que haga en su vida lo que hizo Él: darla por sus hermanos. Por eso, el derecho a la vida lleva consigo que se despierte la conciencia de los ciudadanos, esa sensibilidad para el bien, el amor al prójimo, en todas las situaciones de necesidad y de pobreza espiritual, material, a las que se ve sometido.

Esperemos que ese testimonio dado por ciudadanos públicamente sobre el valor de la vida del ser humano y del derecho del ser humano a que se le respete desde el principio de su existencia hasta el final de su camino por la Historia, sea comprendido, admitido, y fecunde después los otros aspectos de la vida económica, social, política en España.

Pasado mañana celebramos la fiesta de la encarnación del Señor, la Jornada por la Vida.
Es una iniciativa que parte de Juan Pablo II con su bellísima y actualísima encíclica sobre el Evangelio de la vida, en la que, al final, invita a una gran oración por la vida a toda la comunidad cristiana; incluso invita a los que no son cristianos, pero creyentes en Dios, a que lo hagan también y que, a la luz de la fiesta del día 25, la Anunciación del Señor, adquiere todo el significado, valor y densidad humana y espiritual que supone la vida del ser humano.

No hay amenaza alguna que no pueda ser vencida por los que se unen al que es la Vida, el Hijo de Dios, que da su vida, su cuerpo y su sangre para que los hombres tengan vida y no sólo en este mundo, sino vida eterna, feliz y gloriosa.

Nuestra sociedad envejece

En la Nota de los obispos para la Jornada por la Vida hay una cita muy hermosa, de Benedicto XVI, en la Caritas in veritate, que habla de la apertura moralmente responsable a la vida.
Ésa es una tesis, un punto de vista, que tendríamos que tener muy en cuenta en este momento que estamos atravesando las sociedades europeas, también España; unas sociedades en las que no se produce el relevo generacional, en las que el don de la vida no va adelante como una cadena de afirmación positiva de la existencia, al final, se quedan sin vida; no sólo sin vida eterna, espiritual; se quedan sin vida física, sobre la que se sustentan todas las posibilidades del hombre como individuo y los aspectos más materiales, más de tejas abajo que son los económicos.

Nuestra sociedad envejece, y esto es consecuencia del pecado de no querer dar la vida, de no querer transmitir la vida, o de atentar contra ella, que todavía es peor. Cuando una sociedad, un pueblo recibe y acoge la bendición de Dios —no digamos el matrimonio, siempre que no haya impedimentos no culpables e insuperables para tener hijos—, florece la vida. Es un don de Dios. Como brotes de olivo en torno a tu mesa crecen los niños y crece una sociedad, un pueblo y, por supuesto, crece la Iglesia.

La Delegación diocesana de Pastoral Familiar celebra un encuentro por la familia y por la vida este fin de semana…
Nuestra Delegación, y las de las otras diócesis hermanas de Getafe y Alcalá; es una Jornada, por tanto, de la Provincia Eclesiástica, de las tres diócesis, con la diócesis madre que es la de Madrid; primero, la oración por la vida; luego, la información y la formación cristiana de la conciencia en torno a lo que significa hoy el deber, el servir al derecho a la vida, el servir al don de la vida y vivirlo. Vivimos un momento en el que parece que queremos superar, o avanzar en la superación de todo lo que significa eliminarla desde los primeros días, desde los primeros meses de su existencia en el vientre de su madre, o de eliminarla cuando se está a punto de partir de este mundo, o en situaciones de enfermedad más o menos curables. Cuando estamos en esa respuesta civilizada de todo hombre de conciencia bien formada y bien cultivada, y no digamos de una conciencia cristiana, queriendo vencer todo lo que significa el fenómeno del aborto, el de la eutanasia, nos parece que esa Jornada puede ser de mucha riqueza para el Evangelio de la vida, para que se anuncie y se viva, como decía Juan Pablo II en su encíclica.

El Papa Francisco tiene una bellísima página, en su Exhortación La alegría del Evangelio, dedicada al tremendo problema, al terrible mal del aborto. Lo dice con unas bellísimas expresiones, de forma muy cercana a la comprensión más popular del problema, y lo dice con una firmeza que nos recuerda, que es un eco de ese gran Evangelio de la vida, que formuló y que nos quiso inculcar, a fondo, en el corazón de la Iglesia el Beato Juan Pablo II.