Elogio de la sed - Alfa y Omega

Si buscas un libro que sea a la vez oración y poesía, encontrarás, lector, uno muy adecuado, Elogio de la sed (Sal Terrae), en el que se reúnen las charlas de los ejercicios espirituales impartidos al Papa en la Cuaresma de 2018. Mi primera conclusión es que estas páginas bien podían haber sido redactadas por Francisco, pues combinan una excelente preparación teológica y una emotiva inspiración poética, ambas acompañadas de una intensa experiencia pastoral. Estas cualidades se encuentran en su autor, el obispo José Tolentino Mendonça, bibliotecario y archivero en el Vaticano, conocido en Portugal como el padre Tolentino.

El título del libro es paradójico, pues es una alabanza de la sed, todo un contraste con una sociedad acostumbrada a apagar los deseos con el consumismo y el derroche. Sin embargo, el padre Tolentino elogia la existencia misma de la sed, que hace que los seres humanos no pierdan la perspectiva de sus limitaciones, que pueden hacerles experimentar que todo lo recibido es gratuito. La sed aparece en la quinta palabra que brota en la cruz de los labios de Jesús. No es tanto una sed física como una sed de almas. Sed es ansia, equivale a deseo, y no habría sido un título equivocado para este libro, el de elogio del deseo.

Me ha recordado su lectura el calificativo de varón de deseos, que la Escritura atribuye al profeta Daniel, o el fervor místico de Teresa de Jesús expresado en ese «tanto alcanzas cuanto esperas». De ahí que para un cristiano tener sed no equivalga a carencia. Antes bien, es esperanza. Pero si apagamos la sed de tantas cosas buenas, y entre ellas del deseo de acercarse a Dios, matamos la propia vida porque matamos el deseo de infinito. El deseo, como apunta el padre Tolentino, es una brújula que nos lleva hacia Dios, y nos saca de nuestra autosuficiencia y autorreferencialidad. Pero la sed es un camino y no debe llevar a un estado de postración. Y hablando de postraciones, el autor previene contra el peligro de caer en la acedia o lo que los Santos Padres llamaron el demonio del mediodía, un mal del que no han escapado ni los monjes en el sosiego de su celda. Ese temible demonio se caracteriza por la continua insatisfacción, por un malestar que solo se fía de sí mismo y lo ve todo de lejos, al tiempo que solo se fija en los defectos de los demás. No hay sitio para la misericordia, de la que el padre Tolentino hace una conseguida definición: ofrecer al otro lo que no merece. Misericordia es siempre extralimitarse. En efecto, lo que nos salva no son los cálculos ni las negociaciones. Es un exceso de amor que rebosa toda medida.

Elogio de la sed
Autor:

José Tolentino Mendonça

Editorial:

Sal Terrae