El cardenal Sebastián, providencial para la Iglesia que está en España - Alfa y Omega

En este momento, después de haber comulgado con el Cuerpo y la Sangre del Señor, que es entrar en el misterio mismo de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro, y en nuestro propio misterio de humanidad redimida por la entrega de Cristo que nos ha hecho participes de la vida eterna, quiero expresar en nombre de la Fundación Pablo VI nuestros sentimientos ante la muerte de don Fernando, el cardenal Sebastián, hermano, amigo, y durante años presidente de esta Fundación.

En primer lugar, acción de gracias. Gracias a Dios por su vida y por su ministerio. Una larga y vital existencia como él mismo nos relató en sus memorias. Aragonés de cuna y misionero de vocación, al estilo de Claret; apasionado por Jesucristo al que se consagró en cuerpo y alma, y espíritu audaz e inquieto en la misión –misiones- que se le han encomendado a lo largo de su vida. Desde Calatayud donde vio la primera luz hasta Málaga donde ha entregado su vida en el abrazo al Dios que anunció y amó con toda su fuerza. En la vanguardia siempre del saber teológico para poner palabras a lo que experimentaba su corazón, y en la de la vida pública donde le tocó ser testigo en primera línea de los grandes acontecimientos de nuestra reciente historia, primero como teólogo, después como Obispo –secretario y vicepresidente de la CEE-, sin olvidar su paso por las diócesis de León, Granada, Málaga y Pamplona, donde no dudó en aprender el euskera y ser obispo de todos. don Fernando era un recio aragonés que encerraba un alma sencilla y amable; cariñoso y entrañable, fuerza navarra injertada en el genio andaluz de donde tomó nuestra alma mediterránea, y de allí quiso irse al Cielo.

Nuestro sentimiento en este momento es también de pesar por la desaparición para este mundo de alguien al que queríamos y al que nos unían los vínculos de la fe y el afecto. Desaparece para la escena de este mundo un hombre, un cristiano, un sacerdote y un Obispo providencial para la Iglesia que está en España. Aunque es verdad que nos deja como legado el testimonio de su fe siempre confesante, de su pasión evangelizadora y de un gran espíritu de diálogo con el mundo.

En su vida don Fernando Sebastián nos mostró el gran don de la fe que vivió como alegre noticia y como don que recibimos de Dios. Siempre quiso ayudar a vivir la fe cristiana y valorarla como regalo precioso, porque «creer en Jesucristo proporciona una forma de entender la vida y de vivirla». Una de las grandes preocupaciones de su corazón ha sido, la ausencia de fe, la fe superficial e inmadura de tantos que se dicen católicos, y la apostasía que vive el mundo actual; «uno de los problemas a los que tiene que hacer frente la Iglesia cada época es la debilidad de la fe», decía. Por eso, la necesidad del fortalecimiento de la fe y la propuesta misionera a las nuevas generaciones no cristianas.

Un tema recurrente en su pensamiento y en su acción: la evangelización. La necesidad de anunciar a Jesucristo con nuevos estilos pastorales que respondan a las necesidades religiosas de nuestros contemporáneos. Nos recordó el cardenal Sebastián incansablemente que la evangelización es la misión de la Iglesia, que esta existe para evangelizar, y ahí es donde encuentra su gozo y su paga. Siempre es tiempo de evangelización, el hombre de hoy necesita el anuncio de Jesucristo que es respuesta y sentido para lo que habita el corazón humano. Evangelizar es una pasión de amor a la que don Fernando dedicó hasta el último aliento de su existencia en esta tierra.

Por su afán evangelizador fue también un hombre de diálogo. Para dialogar hace falta tener una identidad asentada y un espíritu humilde que es capaz de escuchar y de reconocer la verdad que hay en el otro. El diálogo adquiere en esta casa una profundidad especial al recordar al Papa santo que da nombre a nuestra Institución, Pablo VI, al que muchos, y con razón, han llamado el Papa del diálogo. Don Fernando repitió en muchas ocasiones: Pablo VI fue mi Papa. Por eso, en la intervención que tuvo en el homenaje que la dedicamos a Pablo VI, afirmaba: «Hoy los españoles necesitamos escuchar de nuevo su mensaje y cumplir sus recomendaciones de mutuo respeto y diálogo sincero, de reconciliación generosa y colaboración sincera entre todos nosotros, por encima de las inevitables diferencias sociales, culturales, políticas, religiosas».

El cardenal Sebastián presidió durante años esta Fundación siempre con espíritu renovador y con la clara conciencia de la necesaria y siempre fecunda aportación de la Doctrina Social de la Iglesia a la sociedad española. Damos gracias al Señor por la labor realizada en la Fundación, que no termino con su presidencia, sino que ha continuado con su aliento y su presencia hasta el final de su vida.

La última palabra ha de ser para la esperanza, porque como dice san Pablo, la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu santo que nos ha dado, porque la última palabra no la tiene la muerte. Cristo ha vencido a la muerte, y nosotros hemos vencido con Él. La muerte no es el final, es vivir con el Señor, esta es nuestra vocación y este nuestro destino. Encomendamos la vida de don Fernando Sebastián en las manos de Dios y le pedimos que cumpla en él su palabra.

Quiero terminar con las palabras con las que don Fernando termina sus Memorias con esperanza, no sin antes encomendarlo a la Virgen María, pidiéndole que lo lleve en su Corazón, el mismo al que él se consagró desde joven, para presentarlo ante su Hijo y recibir de Él el premio de los buenos pastores:

«Este soy yo y esta es mi vida, mejor o peor lograda, mejor o peor correspondida; aquí estoy, Señor, en tu presencia, con los talentos que me diste y con mi pequeña cosecha, esperando de tu misericordia que me acojas en tu Reino, que cuando llegue mi hora me hagas entrar en la casa de tu Padre y de nuestro Padre, por tu misericordia, por el amor del Espíritu Santo, para vivir contigo, y con María, tu Madre y nuestra Madre, con todos mis seres queridos, gloriosamente, por los siglos de los siglos. Amén».