Teoría de género: el fruto del resentimiento - Alfa y Omega

Teoría de género: el fruto del resentimiento

En el transcurso de la audiencia general del pasado 15 de abril, el Papa Francisco volvió a denunciar la mentira que supone la teoría de género, enfocándola desde uno de sus aspectos centrales, generalmente subestimado. Dijo el Papa que esa teoría es «la expresión de una frustración orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma». Es lo contrario de lo que de forma habitual se transmite en nuestra cultura, hasta el punto de que los programas (anti) educativos que se imparten en las escuelas gustan hablar de «educación en la diversidad». Hemos pedido a un psicólogo especializado en el tema que aclare este punto

José María Ballester Esquivias

Roberto Marchesi (lanuovabq.it)

La Revolución también puede ser un fenómeno psicológico: el menosprecio, el deseo de destruir una norma que no se consigue (o que no se esfuerza) respetar. Se trata de un mecanismo psicológico descrito, hace alrededor de 2.000 años, en el cuento La zorra y las Uvas:

«Acuciada por el hambre, una zorra intentaba alcanzar nuevas uvas que pendían de una elevada viña, saltando con todas sus fuerzas. Al no conseguir alcanzarlas, dijo cuando se marchaba: están verdes y quiero comerlas ácidas. Quienes con sus comentarios quitan valor a las cosas que no pueden hacer, deberían aplicarse ese cuento a sí mismos».

El autor que ha descrito de forma magistral este mecanismo se llama Scheler. Este autor, refiriéndose a Nietszsche, califica como «resentimiento» el proceso descrito por Fedro. Scheler sitúa el origen del resentimiento en la envidia, es decir, en el sentimiento de quien quisiera tener un bien que otro tiene. Pero le envidia puede degenerar, impulsando al envidioso a negar que el objeto deseado tenga aquellas virtudes que reconoce como tales (la uva del cuento de Fedro no es dulce, pero la dulzura sigue siendo una virtud); sin embargo, una degeneración ulterior (la que Scheler califica como resentimiento) lleva al envidioso a negar los propios valores que no puede tener (la dulzura ya no es considerada como una virtud).

Es más, el resentimiento es el sentimiento revolucionario por antonomasia. El resentido (un envidioso degenerado) niega el orden, la armonía, la belleza que no puede alcanzar (o que piensa que no puede alcanzar); niega que tengan valor; más bien desea su destrucción. El odio revolucionario cuando se enfrenta a la realidad puede ser la consecuencia de una envidia que degenera en resentimiento: el propio límite y la propia incapacidad se adaptan a una nueva norma. Rechaza la virtud por la que se siente rechazado; rechaza el orden por el cual se siente rechazado; juzga la norma por la que se siente juzgado.

Todo esto es válido en relación con aquel aspecto propio del fenómeno revolucionario conocido como «ideología de género». Es oportuno resaltar como las feministas radicales (Money, por ejemplo) tenían interés personal en la abolición del género. De hecho, sus exponentes (Shulamite Firestone, Grace Atkinson, Anne Koedt, Monique Wittig, Gayle Rubin, Judit Butler) tienen serios problemas en reconocerse como parte del género femenino: todas tienen tendencias homosexuales.

En la audiencia del pasado 15 de abril, el Papa Francisco se preguntó acerca de la ideología de género: «Me pregunto si la así llamada teoría de género no es la expresión de una frustración orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma».

La respuesta tiene todos lo visos de ser positiva. Al menos, parece que las principales teóricas de la ideología de género hayan abrazado esa teoría debido a sus dificultades personales para enfrentarse a la diferencia sexual. Es posible, por lo tanto, que la difusión de semejante ideología (que niega la naturaleza humana) sea fruto de la actual dificultad que tiene el hombre occidental contemporáneo a enfrentarse con un proyecto. Un motivo ideal, da la impresión, para afirmar (de manera un poco infantil) que no existe proyecto alguno.

Es triste, pero es así: la ideología de género no es fruto de la búsqueda de la verdad, de un avance del pensamiento antropológico o de una pasión por el conocimiento y el saber. Es, sencillamente, el fruto banal del resentimiento.