Los yonquis del seminario y la miel de las monjas - Alfa y Omega

Los yonquis del seminario y la miel de las monjas

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
José Rosado (tercero por la izquierda), junto a profesionales y beneficiarios del CPD de Málaga. Foto: José Rosado

«No podemos bajar la guardia», dice José Rosado, médico especializado en adicciones y director-fundador del Centro Provincial de Dependencias (CPD) de Málaga, que fue testigo de la aparición de la heroína en los años 70 en Málaga, y que desde entonces se ha mantenido en primera línea en el combate contra esta adicción.

Rosado recuerda a los primeros chicos que se pinchaban en su ciudad, que iban al descampado enfrente del seminario para tener intimidad y para huir de la Policía, que entonces no los valoraba como enfermos sino como delincuentes. Estos chicos se aprovisionaban de agua para sus picos en el cercano convento de las capuchinas, que trataban de ayudarlos regalándoles miel a través del torno para combatir las hipoglucemias que sufrían, iniciándose así «una amistad muy bonita».

A dicho convento iba Rosado cada semana a atender a las monjas, y allí empezó su contacto con estos chicos, a los que llegó a pasar consulta hasta en el mismo despacho del rector del seminario. «Entonces no había recursos públicos ni privados, y nadie sabía bien qué hacer con estos chicos», recuerda.

El mismo rector y algunos seminaristas se implicaron a fondo en la ayuda a estos muchachos, pero no siempre era fácil. Un día, al rector le robaron la moto y no quiso denunciarlo a la Policía para no alimentar la sospecha hacia «mis nuevos seminaristas», como los llamaba con humor. Rosado hizo las indagaciones necesarias y al día siguiente apareció la moto delante del seminario, limpia y reluciente, con una nota: «Perdón, padre».

En otra ocasión, a un chico que llegó enganchado en un estado de total abandono, sin familia y sin amigos, se le buscó un lugar en el Cottolengo de San Andrés; una chica en similares condiciones y perseguida por su proxeneta fue acogida por unas monjas de clausura, entre las cuales encontró la paz. Les impresionaba que hubiera monjas que, además de acogerlos, ayunaran por ellos. Ambos acabaron dejando la adicción.

«Muchos de los chicos y sus familias, que pisaban por primera vez una iglesia, se quedaban alucinados de la acogida de los sacerdotes y de las monjas de distintos conventos, del respeto con que se les trataba, del interés por conocer sus problemas y también de las ayudas en ropa, alimentos, juguetes e incluso algo de dinero», dice José, que también desvela la implicación de los monjes trapenses de San Isidoro de Dueñas, en Palencia, que llevan 34 años rezando «por los enfermos de la droga de Málaga».

«No son viciosos, sino enfermos que necesitan ayuda», matiza el doctor Rosado, que también tiene la percepción de que «la heroína ha vuelto con fuerza. Pero ojo: también hay que preocuparse de las adicciones sin sustancia asociada: el móvil, Internet, la pornografía, las apuestas, los videojuegos…, que son capaces de generar en el cerebro los mismos cambios bioquímicos que si se toma una droga. No hay diferencia entre el cerebro de un niño adicto al móvil y el cerebro de un joven adicto a la cocaína».

Sin embargo, no hay que desesperar, porque «Dios esta en el corazón de la persona, al acecho de cualquier oportunidad para curar y resucitar la esperanza y la fe. Los adictos necesitan personas que los acompañen, que los escuchen y les den tiempo, que les reconozcan la dignidad de personas. Y luego dejar a Dios actuar, porque lo más semejante a Dios que hay en el mundo es el alma del hombre».