Juana Bellanato: «Los laboratorios querían ayudantes, no licenciadas»
Hizo la carrera de Químicas con becas y trabajando, y se forjó una carrera en el CSIC cuando pocas mujeres licenciadas ejercían como científicas. Juana Bellanato (Madrid, 1925) ha presidido el Comité Español y el Grupo Español de Espectroscopía. A sus 93 años nunca se ha jubilado del todo
Cuando empezó la Guerra Civil, usted tenía 10 años. ¿Cómo le afectó?
Estuve en Madrid con mis padres y una hermana pequeña hasta noviembre de 1936. En esos meses cayó una bomba al lado de casa, teníamos que bajar a los sótanos, hacer colas para comprar porque enseguida empezó la escasez… Luego me mandaron al pueblo de mi madre, Calzada de Calatrava, en Ciudad Real, donde ya estaba una hermana; y después vino mi madre con la pequeña. Mi padre se quedó en Madrid toda la guerra, con un tío sacerdote que se había refugiado en nuestra casa. Un día que hubo registro y él estaba durmiendo, le salvó que mi padre les enseñó a los milicianos un carnet de maestro que había conseguido. Si no, prefiero no pensar en lo que habría pasado. Los asesinatos eran muy frecuentes.
¿Estuvieron mejor en el pueblo?
Estuvimos bastante bien, aunque hacia el final (cayó en manos de Franco, uno o dos días después que Madrid) se notaba ya la escasez de alimentos. Pero allí la gente cultivaba patatas, había pan… Volvimos a Madrid en cuanto acabó la guerra. En 1936 había aprobado el examen de ingreso a Bachillerato, pero durante la guerra no pude seguir, aunque sí fui al colegio. En septiembre de 1939 me examiné de 1º por libre, y como había muchos en mi situación se organizaron cursos intensivos, dos cursos por año, en mi caso 2º y 3º. De esa época tengo peor recuerdo, porque ya era mayorcita ¡y pasamos una escasez!
Y en ese momento se plantea ir a la universidad.
Siempre quise estudiar. Éramos tres hermanas, y mis padres también querían que lo hiciéramos. Todo el mundo me decía que hiciera Química, porque se me daba bien. Como me dieron Premio Extraordinario de Bachillerato, estudié con becas y además muchas personas me buscaban para dar clases particulares a sus hijos. Mi familia no tenía dinero. Fue gracioso: mi padre quería que ganase Franco la guerra, pero cuando ocurrió pusieron en la calle a todos los que trabajaban en Singer. Estuvo trabajando en lo que podía, porque le dolió mucho y no quiso pedir que le readmitieran. ¡Pasábamos un hambre! La gente lo notaba: una vez una amiga se dio cuenta de que lo estaba pasando mal y me metió en una pastelería a que me hartase.
¿Y sus hermanas?
Una de ellas hizo Perito Químico, el equivalente a ingeniero químico técnico, también mientras trabajaba. La otra hizo Letras, y ha sido profesora de instituto hasta que se jubiló. Tuvo mala suerte porque daba Latín y al final cada año le cambiaban la asignatura que debía impartir.
No fue de las primeras mujeres en la universidad. Pero tampoco habría muchas, ¿no?
Las más pioneras fueron las que estudiaron antes de la guerra. Por ejemplo, María Egües, que contaba que cuando estaba en el CSIC tenía que esconderse cuando iba uno de los jefes, porque no quería mujeres. Y tampoco éramos tan pocas en mi época, diría que en torno a un tercio en Químicas (en otras carreras menos). Ten en cuenta que como casi no había universidades en España, a la Universidad Central (hoy la Complutense) en Madrid venían mujeres, que querían estudiar, de toda España.
Y, después, el doctorado. ¿Por qué le interesó la espectroscopía?
Acabé la carrera, pero me suspendieron en una parte del examen final, que era teórico y práctico. Mientras esperaba a aprobar, para aprovechar, me matriculé de dos asignaturas de doctorado, aunque de forma no oficial. Una de las asignaturas que se ofrecían era Estructura Atómico-Molecular y Espectroscopía, que la daba Miguel Antonio Catalán, al que ya conocía y tuve ocasión de conversar con él cuando acompañaba a su hijo, Diego (nieto de Menéndez Pidal) que se examinó conmigo para obtener Premio extraordinario de Bachillerato. No sabía mucho de qué trataba la Espectroscopía porque en la carrera no se estudiaba, pero la elegí e hice bien, determinaría mi futuro. Catalán era un fuera de serie. Un cráter de la Luna lleva su nombre.
Más tarde, mi hermana se encontró un día al que fue nuestro profesor de Química en Bachillerato, Dr. José Barceló. Cuando le preguntó por mí, le dijo que yo estaba sin saber qué hacer en ese momento. Entonces era muy difícil para una mujer colocarse en un laboratorio o en una fábrica. Yo intenté trabajar en un laboratorio farmaceútico, pero admitían mujeres bachilleres para ser ayudantes, pero no licenciadas… En las fábricas sí admitían peritas (que fue el caso de mi hermana). Nuestro profesor le dijo que fuera a hablar con él, y me ofreció hacer la tesis donde él estaba, en la Sección de Espectros Moleculares dentro del Departamento de Espectros del Profesor Catalán, en el Instituto de Óptica Daza de Valdés, del CSIC. Algunos años después Catalán sería el Padrino de mi Tesis Doctoral. En el Instituto empecé como «becaria sin beca». terminando como Profesor de Investigación. El Director del Instituto era entonces José María Otero Navascués, que no era “machista”, y Catalán venía de la Institución Libre de Enseñanza y era todavía más liberal. Así que, en aquella época, éramos bastantes mujeres: Mª Teresa Vigón, María Egües, Olga García Riquelme, Laura Iglesias, Mª Ángeles de la Vega…
¿La situación era diferente en otros centros científicos?
En los demás, hacías la tesis, pero sabías que seguramente no te podrías quedar a trabajar allí, que no habría plazas para ti, entre otras razones por ser mujer. Además, muchas mujeres al terminar la carrera o la tesis se casaban y dejaban de trabajar ya que en los centros no las querían casadas, porque el marido no quería que siguiesen trabajando o, porque como ellos no colaboraban en casa, ellas tendrían que estar faltando todo el rato si los niños se ponían malos, tenían que llevarlos al médico… Eran otros tiempos, no podéis entenderlo porque era todo diferente. Yo me quedé soltera porque debía de ser mi destino, y no tuve que elegir entre marido y profesión. Luego, algunas, como dos amigas mías, se reincorporaban, por ejemplo, como profesoras en colegios particulares, cuando los hijos eran mayores.
Para un lego, ¿en qué consiste exactamente la espectroscopia?
El espectro electromagnético es la distribución energética de las ondas electromagnéticas, desde los rayos gamma y X (los de menor longitud de onda) hasta las de radio (las de mayor longitud de onda), pasando por la radiación ultravioleta, la luz visible y la radiación infrarroja. La espectroscopia infrarroja cubre una gama de técnicas que se basan en la interacción de la radiación infrarroja con la materia. Como las demás espectroscopias, se puede utilizar para identificar y estudiar sustancias químicas, es como una “huella dactilar”. Da información sobre la estructura de los compuestos y se utiliza también para analizar cuantitativamente mezclas. Ese fue fundamentalmente mi campo, y también la espectroscopia Raman, aplicándolas al análisis y estructura de moléculas.
De hecho, conoció a Chandrasekhara Venkata Raman, premio Nobel de Física (1930), que da nombre a la técnica Raman, hoy muy utilizada en el estudio de nanomateriales.
Fue en Friburgo (Alemania), donde estuve un año al terminar la tesis. Pero fue bastante anecdótico, me hicieron una foto mientras le escuchaba y a mis compañeros españoles les hizo gracia y han hecho copias de ella. También hice una estancia de diez meses en Oxford, con una beca del Consejo Británico, y conocí de pasada a otro Nobel, Cyril Norman Hinshelwood, que dirigía el laboratorio donde estuve. Ahora salir fuera es muy fácil con los Erasmus, pero antes no. Y también en esos centros había pocas mujeres científicas. En ambos casos, contándome a mí, éramos solo dos…
¿Se manejaba en inglés y en alemán antes de ir?
Sí. Era muy estudiosa. Empecé el alemán en el Bachillerato, porque en esa época estaba de moda. Pero cuando llegué a Alemania no entendía nada, porque hablaban en dialecto. Tenían que decir «vamos a hablar alemán culto, Hochdeutsch, para que Fraulein Bellanato pueda entender». Con el inglés empecé en la carrera.
¿Notó mucho el contraste con España? Por ejemplo, a nivel científico.
No, con las personas con las que yo estuve. Tenían más medios para investigar, aunque en Alemania los instrumentos eran mejores, pero había pocos. También para ellos era casi posguerra, 1956. Había cola para usarlos y me dieron una llave para trabajar los festivos, si me tocaba esos días. Un domingo me quedé atrapada en un ascensor y el portero, al sacarme, como era católico, me dijo “¡Pecadora de domingo!”. Allí casi todos eran protestantes.
El ambiente sí sería diferente.
Me costó asimilar cosas como que las parejas se divorciaran o vivieran juntas sin casarse. Como esa parte de Alemania estaba ocupada por Francia y detestaban a los franceses, una vez que salí con un soldado francés, que era medio español, me lo echaron en cara en la Residencia en donde yo vivía, Y también me pedían cuentas porque en un hotel enfrente de la Residencia trabajaba otro español que era muy «fresco». Me contaban todo lo que hacía, y me pedían cuentas. Se metían conmigo por venir de España. Además, me preguntaban, por ejemplo: “¿Pero allí hay café?”, y la criticaban mucho políticamente.
Conocía mucho al rector del Colegio Español de Munich, y cuando me hartaba de hablar alemán me iba allí unos días a estar con los españoles. Yo no era contraria a Franco, pero cuando me quejaba de las críticas ante mis amigos de Munich, todos se quedaban callados. Ya tenían otra mentalidad. También tuve que conocer y tratar con gente de otras religiones, y no creyentes. Eso tampoco se veía en España.
¿Cómo se vivía la religión aquí y allí?
En Madrid, recuerdo que jóvenes católicos armaban jaleo en las capillas protestantes. Al menos, ocurrió en una capilla de mi barrio: éramos intolerantes. En Alemania, a los dos meses de llegar, participé en una convivencia de mujeres jóvenes católicas y protestantes en la Selva Negra. Recuerdo que como coincidió con el día de mi santo (24 de junio) tuvieron un detalle conmigo. Probablemente había comentado con alguna que «tenía un poco de morriña». Todo era nuevo. Para mí, año 1956, fue un inicio en el ecumenismo.
Por otro lado, en Alemania e Inglaterra se metían conmigo por comer carne los viernes que no son de Cuaresma (allí los católicos hacían abstinencia todos los viernes, pero los españoles teníamos bula…), y en Navidad los ingleses me regalaron el libro Por qué no soy cristiano, de Bertrand Russell. Me sentó mal. Se me hacía raro, pero te vas acomodando. Por otro lado, aprendí muchísimo y tuve ocasión de escuchar a gente importante.
¿Por ejemplo?
Al teólogo Karl Rahner, al abbé Pierre, Salvador de Maradiaga… En Munich íbamos a la iglesia de San Luis donde predicaba Romano Guardini, que ya estaba mayor. Todo un mundo intelectual que aquí no había tenido ocasión de conocer.
¿En algún momento tuvo problema para conjugar la fe con su visión científica?
Siempre hay épocas. Por ejemplo, al volver a España de Inglaterra me sentía incómoda. Pero no era tanto por los estudios como por haber convivido con tantos ateos y agnósticos. Para mí hay muchos misterios, y no solo los religiosos. ¡Casi tengo más problemas con la física cuántica, que no entiendo nada!
Además de doctora en Química, es licenciada en Teología. ¿Cómo le dio por ahí?
Siempre me ha interesado la religión. Cuando era joven, me enteré de que algunas mujeres iban a Alemania a estudiarla (aquí no se podía) y, probablemente, se me quedó la idea en la cabeza. Hice en su día Ciencias Religiosas. Mucho más tarde, un jesuita amigo mío, el padre Javier Gafo, me propuso hacer los cursos de Bachillerato en Teología para Posgraduados (TUP) de la Universidad de Comillas. Mi madre murió en 1982 y al no tener que cuidarla tenía más tiempo. Luego, al jubilarme, hice la licenciatura. Los compañeros no eran solo muchachos en edad universitaria, los había más mayores. Pero eso sí, eran todos más jóvenes que yo, y me vino muy bien. Me decidí por la especialidad de Teología Moral y Praxis Cristiana y en concreto por la Bioética porque está más relacionada con mi formación. Hice la tesina sobre terapia génica en humanos. Colaboré con el padre Gafo en la cátedra de Bioética, y seguí después de su muerte. Todavía les ayudo corrigiendo un libro al año, voy cuando hay seminarios, y he colaborado algo (hace tiempo) con el Rector de Comillas, Julio Martínez. Al cumplir los 90 años me hicieron un pequeño homenaje.
Con 93 años no se aburre. De hecho, estuvo en el CSIC hasta el 2007, aunque oficialmente se jubiló en 1990. ¿A qué más se dedica la doctora Bellanato ahora?
Sí, estuve 17 años como colaboradora (Dr. vinculado ad honorem), yendo allí y publicando, pero sin cobrar. Sigo colaborando algo con una profesora de Alcalá de Henares y todavía nos quedan cosas por publicar, aunque ya son más suyas que mías. Y hace poco participé en el Congreso Europeo de Espectroscopia Molecular en Coimbra (Portugal), a cuyo Comité internacional pertenezco. Quise dimitir y me dijeron que no. El próximo congreso será en Finlandia dentro de dos años. Pero creo que, con 95 años, ya no iré…