Pescadores de hombres - Alfa y Omega

Pescadores de hombres

V Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
La pesca milagrosa, de Jan van Scorel. Galería Nacional Eslovaca

La liturgia de este domingo nos presenta la llamada de Dios bajo tres perspectivas: el envío del profeta Isaías, la justificación del apostolado de Pablo y el encargo a Pedro de ser «pescador de hombres». Como no podía ser de otra manera, es en el pasaje del Evangelio donde las otras escrituras encuentran su pleno sentido y cumplimiento.

La iniciativa de Dios

Comienza el Evangelio describiendo un encuentro entre Jesús y Pedro, que, aunque aparentemente parezca una coincidencia, será fundamental para el modo de entender la llamada a los discípulos. La fama del Señor se había ya extendido y Jesús predicaba la Palabra de Dios rodeado de una multitud, entre la que se encontraba Simón y otros pescadores. Lo que a simple vista parece una cuestión de organización para que Jesús pueda ser visto y oído se convierte en algo nuevo. Lucas no presenta aquí la llamada a Pedro con un «sígueme» para, a continuación, encomendar una tarea, sino que primero encarga un cometido determinado: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».

No puede ser más concreto el modo de acercamiento del Señor a los que van a ser sus discípulos más cercanos. Tanto en este como en otros relatos que refieren la llamada de Jesús a los apóstoles esperaríamos que el Señor les planteara en primer lugar el significado, las condiciones o las dificultades del apostolado. Con estos datos sobre la mesa, tendrían un tiempo para valorar la propuesta del Señor, calcular si se consideran capaces de afrontar la misión encomendada y, por último, decidir si quieren llevarla a cabo. Pero todo ocurre precipitadamente y sin aparente reflexión. El motivo es que es el Señor el que lleva la iniciativa y quien sabe con certeza qué es lo que hay que hacer y a quién se lo debe pedir. Esto no significa que no vaya a haber resistencia por parte de los llamados. De hecho, Simón ofrece una justificada reserva a la invitación del Señor de echar las redes porque no le ve humanamente sentido. Con todo, hay algo fundamental: la disposición de Pedro, motivada por la confianza en Jesús; así se demuestra no solo por la frase «por tu palabra echaré las redes», sino también por el hecho de haber reconocido a Jesús como «Maestro» y como «Señor». Simón da pruebas de una fe que es capaz de superar lo que la mera razón justifica, porque ha entendido que está en presencia de alguien que sobrepasa los meros cálculos humanos. Ha sido testigo del poder de Dios, que ha propiciado una pesca imposible de prever, lo cual genera en él la certeza que le dispondrá para la misión; una seguridad basada no en la imaginación, sino en el portento que han visto sus ojos.

Estupor y temor

La reacción de Pedro ante la inesperada gran redada de peces tiene un indudable paralelismo con el escenario de la primera lectura. Isaías constata el gran impacto que le produce la visión de Dios, tres veces santo, en el templo, al comparar la magnificencia de Dios con su indignidad, pues se considera «hombre de labios impuros». De modo parecido, Pedro se echa a los pies de Jesús, diciendo: «Apártate de mí, que soy un hombre pecador». Pese a las expresiones de «impureza» y de «pecado», ni Isaías ni Pedro se consideran indignos únicamente por una debilidad moral, sino porque son conscientes de la enorme desproporción entre la grandeza de Dios y la insignificancia de sus personas. Sin embargo, una frase del Señor será la clave: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Las palabras de Jesús producen paz y tranquilidad en quienes saben que a partir de entonces van a desarrollar una misión que no será siempre fácil.

En definitiva, la experiencia vocacional de Pedro, como la de Isaías, es el ejemplo evidente de que la respuesta generosa a la llamada de Dios ha de ir siempre acompañada de una intensa experiencia de fe, independientemente de la vocación a la que el Señor llame.

Evangelio / Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.