Desde Arabia, una apuesta (inédita) por la fraternidad y la paz - Alfa y Omega

Desde Arabia, una apuesta (inédita) por la fraternidad y la paz

Una sola familia humana. Fraternidad ante el integrismo y la división. Diálogo contra las «tendencias ideológicas odiosas», la violencia y el terrorismo. Ha sido la apuesta del Papa, en un viaje inédito por la península arábiga. Una visita de contornos históricos, para nada exenta de insidias. Pero Francisco ha querido afrontar el desafío y tender una mano abierta al islam moderado. En Abu Dabi, firmó una declaración sin precedentes con el imán de Al-Azhar, Ahmed al-Tayeb y ante más de 700 líderes musulmanes advirtió: «No hay alternativa: o construimos el futuro juntos o no habrá futuro»

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa Francisco y el imán de Al-Azhar, Sheikh Ahmed al-Tayeb, firman el 'Documento sobre la fraternidad humana' durante un encuentro interreligioso en el memorial al fundador de los Emiratos Árabes Unidos
El Papa Francisco y el imán de Al-Azhar, Sheikh Ahmed al-Tayeb, firman el Documento sobre la fraternidad humana durante un encuentro interreligioso en el memorial al fundador de los Emiratos Árabes Unidos. Foto: AFP / Vincenzo Pinto.

La Santa Sede llevaba años preparando este momento. El Pontífice buscaba pasar de las palabras a los hechos, en una relación recuperada con la Universidad de al-Azhar. Pero no quería quedarse solo en Egipto, sede de la máxima autoridad espiritual del islam sunní y país que ya visitó en abril de 2017. Decidió seguir los pasos de san Francisco de Asís, a ocho siglos de su encuentro con el sultán Al-Malek al-Kamel.

Concretó su deseo en los Emiratos Árabes Unidos. Una visita relámpago que comenzó después del mediodía del domingo 3 de febrero, con el traslado en avión hasta Abu Dabi, donde lo esperaba la lluvia. «Allá se considera un signo de bendición, esperemos que todo salga así», constató el Santo Padre en pleno vuelo.

Sus actividades oficiales se concentraron prácticamente el lunes 4 y empezaron por la mañana, con una bienvenida que incluyó toda clase de honores. En el palacio presidencial, el Papa fue escoltado por los guardias a caballo y recibido por el príncipe heredero, el jeque Mohammed bin Zayed al-Nahyan, con quien sostuvo un encuentro privado de unos 20 minutos.

Ya por la tarde, se dirigió en automóvil hasta la gran mezquita del jeque Zayed. Le recibieron el gran imán de Al-Azhar junto a los ministros de Asuntos Exteriores, de Tolerancia y de Cultura. Juntos recorrieron el templo y rindieron homenaje a la tumba del fundador de los Emiratos Árabes Unidos.

«Nadie es amo o esclavo»

El momento clave ocurrió un poco más tarde, en el memorial dedicado al fundador del país, donde se anunció la firma de un Documento sobre la fraternidad humana y la institución de un premio dedicado a ese tema, que en su edición inaugural fue entregado al Papa y al gran imán.

Allí mismo, Jorge Mario Bergoglio tomó la palabra y pronunció, quizás, su más incisivo discurso en materia de diálogo interreligioso y defensa de la paz. En el centro de una región cargada de contradicciones, donde existen países en los cuales aún se denuncian discriminaciones y falta de equidad por pertenencia religiosa. En ese lugar, se declaró un «creyente sediento de paz».

Para salvaguardar la paz, precisó, es necesario que todos los seres humanos se reconozcan parte de una misma familia, capaz de «navegar por los mares tormentosos del mundo» en «el arca de la fraternidad». Porque todos, dijo, tienen la misma dignidad y nadie «puede ser amo o esclavo de los demás».

Lejos de evitar los temas más delicados del diálogo entre las religiones, el Papa los abordó con claridad. Instó a una condena «sin vacilaciones» de la violencia porque –sostuvo– «usar el nombre de Dios para justificar el odio y la violencia contra el hermano es una grave profanación».

«No hay violencia que encuentre justificación en la religión. No se puede honrar al Creador sin preservar el carácter sagrado de toda persona y de cada vida humana. Todos son igualmente valiosos a los ojos de Dios. Porque Él no mira a la familia humana con una mirada de preferencia que excluye, sino con una mirada benevolente que incluye. Por lo tanto, reconocer los mismos derechos a todo ser humano es glorificar el nombre de Dios en la tierra», estableció.

Denunció al individualismo como «enemigo de la fraternidad», fustigó el deseo de afirmarse a uno mismo por encima de los demás y llamó a purificar la conducta religiosa de la tentación recurrente «de juzgar a los demás como enemigos y adversarios». «Todo credo está llamado a superar la brecha entre amigos y enemigos, para asumir la perspectiva del Cielo, que abraza a los hombres sin privilegios ni discriminaciones», ponderó.

Defensa de la libertad religiosa

Una apuesta que no eludió los peligros, por ejemplo, de alimentar una «fraternidad teórica» o de no lograr que las religiones sean puentes, en lugar de barreras de separación. La respuesta, dijo, está en creer juntos en la existencia de una única familia humana. En ella, explicó, debe haber diálogo cotidiano, que no implica abdicar de la propia identidad para complacer al otro pero que, al mismo tiempo, tiene la valentía de reconocer plenamente al otro y su libertad. Pronunció ahí una clara defensa de la libertad religiosa que, precisó, no se limita solo a la libertad de culto.

«El diálogo está de hecho amenazado por la simulación, que aumenta la distancia y la sospecha: no se puede proclamar la fraternidad y después actuar en la dirección opuesta. Las religiones, de modo especial, no pueden renunciar a la tarea urgente de construir puentes entre los pueblos y las culturas. Ha llegado el momento de que las religiones se empeñen más activamente, con valor y audacia, con sinceridad, en ayudar a la familia humana a madurar la capacidad de reconciliación, la visión de esperanza y los itinerarios concretos de paz», insistió.

Llamó a invertir en educación y cultura contra el odio, alentó a los jóvenes a no rendirse a las seducciones del materialismo y de los prejuicios, a reaccionar ante la injusticia y también ante las experiencias dolorosas del pasado, a aprender a defender los derechos de los demás con el mismo vigor con el que defienden sus derechos.

Pidió a los líderes religiosos desterrar cualquier matiz de aprobación de la palabra guerra, porque son nefastas sus consecuencias en países como Yemen, Siria, Irak o Libia. Deploró la lógica del poder armado, los armamentos de las fronteras, el levantamiento de muros y el amordazamiento de los pobres.

Fieles esperan la llegada del Papa al Zayed Sports City de Abu Dabi para participar en la Eucaristía el martes. Foto: REUTERS/Tony Gentile

Un centro con iglesia y mezquita

Inmediatamente después se pasó a la firma del Documento común sobre la fraternidad, escrito a mano en árabe y en italiano. El Papa y el gran imán autografiaron también la primera piedra de una iglesia y una mezquita que serán construidas, una junto a la otra, en un centro de diálogo.

El texto aboga por la justicia basada en la misericordia, por el diálogo, la comprensión y la difusión de la cultura de la tolerancia, así como por la protección de los lugares de culto como deber de las autoridades. Califica al terrorismo como «execrable» y denuncia que los terroristas instrumentalizan a las religiones, además de instar a una inmediata interrupción del apoyo económico y de otros tipos a estos movimientos de odio.

También insta a reconocer el derecho de las mujeres a la instrucción, al trabajo y a manifestarse políticamente. Defiende el derecho de los niños a crecer en un ambiente familiar, a la alimentación y a la educación. Urge a proteger a los ancianos, débiles, discapacitados y oprimidos.

«El documento es valiente y profético porque afronta, llamándolos por su nombre, los temas más urgentes de nuestro tiempo sobre los cuales quien cree en Dios está llamado a interrogar la propia conciencia y a asumir con confianza y decisión la propia responsabilidad para dar vida a un mundo más justo y solidario», explicó el director interino de la sala de prensa del Vaticano, Alessandro Gisotti.

El Papa concluyó su viaje con un baño de multitudes, una imagen sorprendente. Más de 120.000 personas de 100 nacionalidades distintas se volcaron a las calles para participar en la Misa que presidió en el Zayed Sports City de Abu Dabi. Miles quedaron afuera del estadio y siguieron la celebración por varias pantallas gigantes, en un día en el que el Gobierno dio vacaciones a quienes tuvieran una entrada a la celebración. Dentro del estadio, incluso 4.000 musulmanes asistieron a la ceremonia.

Francisco centró su homilía en las bienaventuranzas y aclaró que, para vivirlas, «no se necesitan gestos espectaculares». Jesús –aclaró– «no dejó nada escrito» ni «construyó nada imponente». Y apuntó: «Las bienaventuranzas son una ruta de vida: no nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día. Invitan a tener limpio el corazón, a practicar la mansedumbre y la justicia a pesar de todo, a ser misericordiosos con todos. Las bienaventuranzas no son para súper-hombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día. Quien las vive al modo de Jesús purifica el mundo».